LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

EL GRITO /EDVARD MUNCH/ ( José Watanabe)

Bajo el puente de Chosica el río se embalsa
y es de sangre,
pero la sangre no me es creída.
Los poetas hablan en lengua figurada, dicen.
Y yo porfío: No es el reflejo del cielo crepuscular, bermejo,
en el agua que hace de espejo.

Oyen el grito de la mujer
que contempla el río desde la baranda
pensando en las alegorías de Heráclito y Manrique
y que de pronto vio la sangre al natural fluyendo?
Ella es mujer verdadera. Por su flacura
no la sospechen metafísica.
Su flacura se debe a la fisiología de su grito:
Recoge sus carnes en su boca
y en el grito
las consume.
El viento del atardecer quiere arrancarle la cabeza,
miren cómo la defiende, cómo la sujeta
con sus manos
a sus hombros: Un gesto
finalmente optimista en su desesperación.
Viene gritando, gritando, desbordada gritando.
Ella no está restringida a la lengua figurada:
Hay matarifes
y no cielos bermejos, grita.
Yo escribo y mi estilo es mi represión. En el horror
sólo me permito este poema silencioso.


(José Watanabe . Elogio del Refrenamiento. Ed: Renacimiento. 2003)

REGRESO A UN RETRATO DE LA INFANTA CATALINA MICAELA HIJA DEL REY DON FELIPE II (Álvaro Mutis)

Algo hay en los labios de esta joven señora,
algo en el malicioso asombro de sus ojos,
cuyo leve estrabismo nos propone
el absorto estigma de los elegidos,
algo en su resuelto porte entre andaluz y toscano
que me detiene a mitad del camino
y sólo me concede ocasión de alabarla
desde la reverente distancia de estas líneas.
No esconden bien el fuego de sus ensoñaciones,
el altivo porte de su cabeza alerta,
ni el cuello erguido preso en la blanca gorguera,
ni el enlutado traje que se ciñe a su talle.
Tampoco el aire de duelo cortesano
consigue ocultar el rastro de su sangre Valois
mezclado con la turbia savia florentina.
La muerte ha de llevarla cuando
cumpla treinta años. Diez hijos dio a su esposo
el Duque de Saboya. Fue tierna con su padre
y en Turín siguió siendo una reina española.
Torno a mirar el lienzo que pintó Sánchez Coello
cuando la Infanta aún no tenía dieciocho años
y me invade, como siempre que vengo a visitarla
a este rincón del Prado que la guarda
en un casi anónimo recato, un deseo insensato
de sacarla del mudo letargo de los siglos
y llevarla del brazo e invitarla a perdernos
en el falaz laberinto de un verano sin término.




(del poemario "Crónica regia y alabanza de un reino" Ed: Cátedra, 1985)

HOMBRES EN EL PUENTE (Wislawa Szymborska)

Extraño planeta y extrañas las gentes que aquí viven.
Sucumben al tiempo, pero sin querer admitirlo.
Tienen sus trucos para expresar su desacuerdo.
Crean imágenes como por ejemplo ésta:

Nada de particular a primera vista.
Se ve el agua.
Se ve una de sus orillas.
Se ve una piragua que avanza penosamente río arriba.
Se ve un puente sobre el agua y se ven hombres en el puente.
Los hombres aprietan visiblemente el paso,
porque comienza a azotarlos la lluvia
que cae de una nube oscura.
Pero ya no sucede nada más.
La nube no cambia de color ni de forma.
La lluvia no arrecia ni amaina.
La piragua navega sin moverse.
Los hombres del puente corren
hacia donde antes corrían.

Imposible evitar un comentario.
No se trata de un cuadro inocente.
Aquí el tiempo ha sido detenido.
Se han obviado sus leyes.
Se le ha privado de influencia en el curso de los acontecimientos.
Ha sido menospreciado y ha sido ultrajado.
A causa de un rebelde,
un tal Hiroshige Utagawa
(individuo que, por cierto,
expiró como es debido hace ya mucho tiempo),
el tiempo ha tropezado y ha caído al suelo.

Tal vez se trate de una travesura sin importancia,
un exceso a escala de apenas un par de galaxias,
no obstante y por si acaso
añadamos lo siguiente:

Aquí suele ser de buen tono
valorar en mucho este cuadro,
admirarlo con emoción desde hace generaciones.

Hay quienes van más lejos.
Incluso oyen el rumor de la lluvia,
sienten las frías gotas en la espalda y en la nuca,
miran el puente y a los hombres
como si se vieran allí retratados,
en esa carrera que nunca llega al fin
de un camino sin fin eternamente por recorrer,
y en su desfachatez creen
que en realidad así es.

AQUÍ CON LA SEÑORA ARNOLFINI (María Mercedes Carranza)

Bueno, Señora, Arnolfini, es
el momento de que se decida.
Está muy bien
que mire a su esposo con ojos de
oh dulces prendas por mí bien halladas
pero va siendo hora de que tenga su hijo
y de que ingiera las naranjas,
porque no todo es dulce
y alegre cuando Dios quería
y de pronto empiezan las naranjas
–digo- a oler a feo. No
me explico por qué sigue posando,
si hasta el mismo Van Eyck está requete-
muerto
y su pinocho –perdone- su marido ya no es
el hábito del alma suya, pues es
sabido que últimamente las señoras
prefieren otras fibras.
Venda su palacio y sus alhajas
y recorra el mundo en auto-stop; beba
la pausa que refresca, compre
lo que tarde o temprano será
un Philips y lea el Reader´s Digest;
dedíquese a coleccionar llaveritos y
hágase al cirugía plástica; después
tome barbitúricos. Haga algo señora
para no verla morir entre memorias tristes,
como tanto les ocurre a las palomas
en la Piazza della Signoria.

EL ESPEJO ( Sylvia Plath)

Soy de plata y exacto.
No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es,
sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
No soy cruel, solo veraz-
-el ojo de un diosecillo con cuatro esquinas-
La mayor parte del tiempo medito
sobre la pared de enfrente.
Es rosada. Con manchas. La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.
Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella. Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.
En mí ha ahogado una muchacha, y desde mí
una mujer mayor
se eleva hacia ella día tras día, como un pez terrible.

LA MUCHACHA DE VEERMER (Adam Zagajewski)

La muchacha de Vermeer, famosa ahora,
me está mirando. La perla me mira.
La muchacha de Vermeer tiene los labios
rojos, húmedos y brillantes.


Muchacha de Vermeer, perla,
turbante azul: eres la luz,
y yo estoy hecho de sombra.
La luz mira a la sombra con altivez,
con indulgencia, quizá con tristeza.

(del poemario “Tierra de fuego”, Editoral El acantilado)

EL MUSEO DE ARTE DE BROOKLYN (Billy Collins))






Pasaré por encima del cordón de suave terciopelo,
penetraré en este enorme cuadro de Río
Hudson y me abriré camino por las Empalizadas
con el bastón recién arrancado de un árbol caído.

Evitaré los pueblos recoletos y humeantes,
y buscaré siempre los senderos que se alejen más,
hasta que me pierda y ya no haya esperanza
de encontrar el camino de vuelta al museo.

Subiré a los riscos, vestido como en el siglo diecinueve:
seré un enano entre peñascos, colinas y arroyos;
pescaré en la las riberas, tocado con un sombrero de paja,
que sentiré en la cabeza como una pincelada.

Me esconderé en lo más profundo de los bosques,
para que ningún adepto de Frederick Edwin Church,
inclinado sobre el cordón de suave terciopelo,
advierta, en la quietud del cuadro, el movimiento de mi diminuta figura
y grite y me señale a los demás,

y así no lo tomen por loco ni lo metan en una celda
en la que no pueda explorar paisaje abovedado alguno,
ni escuchar el canto de los pájaros, como éste por el que ahora me detengo,
ni contemplar el amplio meandro de este río que dirige
mis pasos hacia un neblinoso punto de fuga.



Del poemario “Navegando a solas por la habitación” DVD ediciones, 2007.
Cuadro: Looking East Over the Hudson Valley from the Catskill Mountains, de Frederick Edwin Church

LO QUE HAY QUE SABER (Charles Bukowski)

Van Gogh se cortó una oreja
y se la dio a una
puta que la tiró
extremadamente
disgustada.

Van, las putas no quieren
orejas,
quieren
dinero.

Supongo que ésa es la razón
por la que fuiste un pintor
tan grande:
no entendías
muchas cosas más.

LA NOCHE ESTRELLADA (Anne Sexton)

La ciudad no existe
salvo allí donde un árbol de pelo negro
se remonta como una mujer ahogada hasta el cielo encendido.
La ciudad está en silencio. La noche bulle con once estrellas.
Oh, noche estrellada... Así quisiera
yo morir.

Se mueve. Todas están vivas.
Hasta la luna se hincha
en sus grilletes anaranjados
para apartar a los niños, como un dios, de su ojo.

La vieja serpiente invisible engulle las estrellas.
Oh, noche estrellada...
Así quisiera yo morir:

bajo la impetuosa bestia del nocturno manto,
succionada por ese dragón inmenso, para separarme
de mi vida sin bandera,
sin vientre,
sin llanto.

HOKUSAI, EL VIEJO MAESTRO, QUE PINTÓ UNA OLA COMO NADIE HABÍA PINTADO UNA OLA ANTES QUE ÉL (Jan Erik Vold)

Hokusai
llegó
casi a los 90. Cuando tenía 75
años, dijo
de sus cuadros: Empecé a dibujar
cosas cuando tenía
6 años. Todo lo que conseguí hacer
antes de los 50, no vale
nada. Cuando llegué a los 70
aún no había hecho
nada
bueno. A los 73 años
empecé a comprender
las formas básicas
de animales y plantas.
Cuando llegue a los 80, habré
comprendido más, y cuando tenga 90
conoceré
los misterios del arte
hasta el fondo
—así es que cuando llegue a los 100
produciré
cosas elogiables. Para no hablar
de los años
siguientes.
Ahora lo esencial es
seguir en marcha.