LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

CANCIÓN DE LOS POETA LÍRICOS -cuando en el primer tercio del siglo XX, no se pagaba ya nada por las poesías- (de Bertolt Brecht )

Esto que vais a leer está en verso.
Lo digo porque acaso no sabéis
ya lo que es un verso ni un poeta.
En verdad, no os portasteis muy bien con nosotros.

¿No habéis notado nada? ¿Nada tenéis que preguntar?
¿No observasteis que nadie publicaba ya versos?
¿Y sabéis la razón? Os la voy a decir:
antes, los versos se leían y pagaban.

Nadie paga hoy ya nada por la poesía.
Por eso hoy no se escribe. Los poetas preguntan:
"¿Quién la lee?" Mas también se preguntan: "¿Quién la paga?"
Si no pagan no escriben. A tal situación los habéis reducido.
Pero ¿por qué?, se pregunta el poeta. ¿Qué falta he cometido?
¿No hice siempre lo que me exigían los que me pagaban?
¿Acaso no he cumplido mis promesas?
Y oigo decir a los que pintan cuadros

que ya no se compra ninguno. Y los cuadros también
fueron siempre aduladores; hoy yacen en el desván...
¿Qué tenéis contra nosotros? ¿Por qué no queréis pagar?
Leemos que os hacéis cada día más ricos...

¿Acaso no os cantamos, cuando teníamos
el estómago lleno, todo lo que disfrutabais en la tierra?
Así lo disfrutabais otra vez: la carne de vuestras mujeres,
la melancolía del otoño, el arroyo, sus aguas bajo la luna...

Y el dulzor de vuestras frutas. El rumor de la hoja al caer.
Y de nuevo la carne de vuestras mujeres. Y lo invisible
sobre vosotros. Y hasta el recuerdo del polvo
en que os habéis de transformar al final.

Pero no es sólo esto lo que pagabais gustosos. Lo que escribíamos
sobre aquellos que no se sientan como vosotros en sillas de oro,
también nos lo pagabais siempre. ¡Cuántas lágrimas enjugamos!
¡Cuántas veces consolamos a quienes vosotros heríais!
Mucho hemos trabajado para vosotros. Jamás nos negamos.
Siempre nos sometimos. Lo más que decíamos era "¡Pagadlo!"
¡Cuántos crímenes hemos cometido así por vosotros!
¡Cuántos crímenes!
¡Y siempre nos conformábamos con las sobras de vuestra comida!

Ay, ante vuestros carros hundidos en sangre y porquería
nosotros siempre uncimos nuestras grandes palabras.
A vuestro corral de matanzas le llamamos "campo del honor",
y "hermanos de labios negros" a vuestros cañones.

En los papeles que pedían impuestos para vosotros
hemos pintado los cuadros más maravillosos.
Y declamando nuestros cantos ardientes
siempre os volvieron a pagar los impuestos.

Hemos estudiado y mezclado las palabras como drogas,
aplicando tan sólo las mejores, las más fuertes.
Quienes las tomaron de nosotros, se las tragaron,
y se entregaron a vuestras manos como corderos.

A vosotros os hemos comparado sólo con aquello que os placía.
En general, con los que fueron también celebrados injustamente
por quienes les calificaban de mecenas sin tener
nada caliente en el estómago.
Y furiosamente perseguimos a vuestros enemigos
con poesías como puñales.

¿Por qué, de pronto, dejáis de visitar nuestros mercados?
¡No tardéis tanto en comer! ¡Se nos enfrían las sobras!
¿Por que no nos hacéis más encargos? ¿Ni un cuadro?
¿Ni una loa siquiera?
¿Es que os creéis agradables tal como sois?

¡Tened cuidado! ¡No podéis prescindir de nosotros!
¡Ojalá supiéramos cómo atraer
vuestra mirada hacia nosotros!
Creednos, señores: hoy seríamos más baratos.
Pero no podemos regalarles nuestros cuadros y versos.

Cuando empecé a escribir esto que leéis -¿lo estáis leyendo?-
me propuse que todos los versos rimaran.
Pero el trabajo me parecía excesivo, lo confieso a disgusto,
y pensé: ¿Quién me lo pagará? Decidí dejarlo.





(del poemario "Poemas y canciones" Ed:Alianza editorial)



DESPUÉS DEL BAÑO, MUJER SECÁNDOSE (de Irene Sánchez Carrón)



Después del baño, mujer secándose
(Degas)
 

Se consumen de fiebre mis pinceles
dando forma a tu roja cabellera,
y tu nuca desnuda hecha de cera
no acierta a mirar mis ojos fieles.

Resbalo por tu espalda y por tus hombros
que no envuelve la túnica de sueño
y en tus curvas despéñase mi empeño
de levantar belleza con escombros.

Te miro desde cerca y tú te escapas
cual diosa retirándose a su templo
ajena a la mirada que en ti atrapas.

Me angustia no poder entrar más dentro,
y retirar la tela con que tapas
el misterio del cuerpo que contemplo.







(del poemario”Porque no somos dioses”)

EL GRECO. ORACIÓN DEL HUERTO (de Pablo García Baena)

Oración del huerto
El Greco





Ángel de nieve y rosa que  la oscura
noche del huerto alumbras con jazmines:
¿Pañuelo de encajeros serafines
traes en tus manos, de la luz blancura?

Mira que Aquel que entre la escarcha pura
nació en Belén al son de los violines,
perlas de sangre llora en los jardines
hoy, preparando ya su sepultura.

Almohada de nube son las peñas
para los cuerpos que sin fe, dormidos,
quiebran los fríos lazos de la aurora.

Alma, sean tus ojos como aceñas
y olvidando el licor de los sentidos
bajo las crenchas de la noche llora.

AUTORRETRATO EN EL ESPEJO CONVEXO (de Carlota Caulfield)

Autorretrato en el espejo convexo
(Francesco Mazzola, conocido como
il Parmigianino

En el cuadro hay un niño sonánbulo, pero no se puede
saber si camina o vuela. El movimiento de la retina
no quiere terminar el juego de lo que reposa o se alza.
El hilo de luz crea una transparencia en la mano que hace
ver su anillo. Parmigianino es capaz de refractarse.
En el cuadro hay una niña sonámbula,
pero no se puede saber si camina o vuela.
Convergencias. Fluir desde el riesgo de una mañana
anónima. Los niños entran en la cámara lúcida y se
dan la mano. Un día nos veremos al otro lado del
prisma, abriéndonos caminos en territorios lúdicos.

Habítame en ellos

EL MUNDO REDUCIDO A UNA IMAGEN RECONOCIBLE (de William Carlos Williams)

a punto de curarme de una enfermedad
hubo una lámina
probablemente japonesa
que me atrapó por completo

una imagen absurda
excepto porque era lo único que yo podía reconocer
la pared cobró vida para mí en esa lámina
y yo me así a ella como una mosca



(del poemario "Cuadros de Brueghel y otros poemas" Ed: Lumen)

HABITACIÓN EN BROOKLIN (de Anne Carson)



Room In Brooklyn  (Edward Hopper)
 
Este
lento
día
se mueve
Por el cuarto
oigo
sus ejes
volverse
Un deslumbre gradual
en
el
techo
me da esa
atrevida
emoción
amarilloazulada
mientras las horas
fluyen
por el ancho
camino
de mi atardecer

SOBRE “EL TASSO EN PRISIÓN” DE EUGÉNE DELACROIX (de Charles Baudelaire)




El poeta en prisión, con el pecho desnudo,
muy enfermo, sus versos pisotea nervioso,
y recorre con ojos que el terror ha inflamado
la escalera de vértigos donde su alma se abisma.

La embriaguez de las risas, invadiendo su cárcel,
tientan a su razón a lo extraño y lo absurdo;
lo rodea la Duda, y el ridículo Miedo,
multiforme y horrible, con su manto lo envuelve.

Ese genio cautivo en un antro malsano,
esas muecas y gritos, el enjambre de espectros,
torbellino que zumba sediciosos en su oído,

el horror que desvela al que sueña en prisión,
tu eres eso, Alma mía, la de sueños oscuros,
la que asfixia lo Real entre cuatro paredes.





(traducción Carlos Pujol)





EL CUMPLEAÑOS (de Marina Aoiz Monreal)



El cumpleaños, 1915.
Marc Chagall


Bella y Marc
en la danza ingrávida de un beso
celebran el perfume de las rosas
el tacto cosquilloso del helecho

todo el universo se halla dentro
de su cuarto-corazón
engalanado con sencillez y ligereza

él se mece en el lenguaje del color
en el vaivén del oleaje de la búsqueda
Marc se asombra de vivir la poesía 

Bella conjura las sombras de la guerra
con sus tartas y ritos cotidianos
en el deseo de su amado alza cometas


(del poemario "hueso de los vientos".  edelphus ediciones)


OBJETOS Y APARICIONES -A Joseph Cornell- (de Octavio paz)

Hexaedros de madera y de vidrio
apenas más grandes que una caja de zapatos.
En ellos caben la noche y sus lámparas.

Monumentos a cada momento
hechos con los desechos de cada momento:
jaulas de infinito.

Canicas, botones, dedales, dados,
alfileres, timbres, cuentas de vidrio:
cuentos del tiempo.

Memoria teje y destejo los ecos:
en las cuatro esquinas de la caja
juegan al aleleví damas sin sombra.

El fuego enterrado en el espejo,
el agua dormida en el ágata:
solos de Jenny Lind y Jenny Colon.

"Hay que hacer un cuadro", dijo Degas,
"como se comete un crimen". Pero tú construiste
cajas donde las cosas se aligeran de sus nombres.

Slot machine de visiones,
vaso de encuentro de las reminiscencias,
hotel de grillos y de constelaciones.

Fragmentos mínimos, incoherentes:
al revés de la Historia, creadora de ruinas,
tú hiciste con tus ruinas creaciones.

Teatro de los espíritus:
los objetos juegan al aro
con las leyes de la identidad.

Grand Hotel Couronne: en una redoma
el tres de tréboles y, toda ojos,
Almendrita en los jardines de un reflejo.

Un peine es un harpa
pulsada por la mirada de una niña
muda de nacimiento.

El reflector del ojo mental
disipa el espectáculo:
dios solitario sobre un mundo extinto.

Las apariciones son patentes.
Sus cuerpos pesan menos que la luz.
Duran lo que dura esta frase.

Joseph Cornell: en el interior de tus cajas
mis palabras se volvieron visibles un instante.

EVA -Lucas Cranach- (de Pablo García Baena)



Adan y Eva
Lucas Cranach






Alhájame el deseo con tus manos,
cubre mi desnudez del velo de tus besos
y puéblame de frondas, de fuentes, del calor
de tu abrazo segando los estíos de mi sangre.
Anide en mis cabellos el celo de los pájaros
y sean alas los labios buscando en la caricia
la sombra que trae el sueño.
Atavía mi oído con tu palabra bronca
tal lúbricos pendientes,
y que mi vientre crezca con tus hijos feroces,
jinetes arrasando inocencias y páramos,
y el crimen sea entre ellos como cizaña eterna.
Alcánzame granadas encendidas, o brasas
si me niegas tus frutas, y ése sea mi destierro.
Pero no tengas miedo de serpientes ni ángeles:
yo soy el Paraíso.

















(de la antologia "Poesía completa 1940-2008"  Ed: Visor)

VISTA DEL JARDÍN DE VILLA MÉDICIS (de Anibal Núñez)



Vista del jardín de la Villa Médicis
Diego Velázquez
 
Cuando se vayan esos tres lacayos
y cese su tarea misteriosa
–Qué hace en la balaustrada uno de ellos
desplegando ese lienzo?: pareciera
que pone una mortaja a muertas piedras
como si reclamaran los cipreses
un aire funeral – debo acercarme
a ver por las rendijas de esas tablas.

Qué habrá? No sé. La estatua
no esclarece el misterio, nada quiere
saber: es muda piedra. Me imagino
que nada malo habrá tras ese arco
donde la sombra es sólo mera ausencia
de la luz otoñal que todo invade.







(del poemario "Figura en un paisaje" )

MONJE A LA ORILLA DEL MAR (de Jesús Hilario Tundidor)

Monje a la orilla del mar
Caspar David Friedrich

























Solo de oscuridad. La extendida
materia, caído el sol, en éxtasis
de novilunio. Los infinitos
cielos de la noche, sus inoíbles
pobladores... Solo de oscuridad,
también de lumbre y rayo.
Así se ocupa tu callado abismo.

Si cópula de un sueño, inabarcable
desaliento que en el saber construye
la realidad. El pensar que edifica
actuando su torpe papel trágico
en el viejo teatro de la contemplación.
Es la hora: ¡Despierta! Escucha todo
lo que es vivir y sus alrededores
y que jamás te ciegue la esperanza
de la verdad que no alcanzaste nunca.

Es ya la hora, has dicho: callejuelas
que no se ven, caminos que no tienen
espacio y las olas en paz.. Tu dentro
se perpetra en la hondura, ni arenas hay
ni grietas hay, sólo tormenta ¿Es nada
lo creado? ¿Una desolación? Actúa
tu palabra sin ruido: horada, hunde
el establecimiento de los jueces
pues que nada protege de la muerte.

Calla tú, mente mía, emoción mía.
Calla, entusiasmo, intimidad, oh, brumas.
Más allá está la niebla y el silencio
por los harapos tristes del lenguaje.
Son aproximaciones, cercanías,
un sutil merodeo que establece
la soledad: los claustros de la sombra,
el monasterio pertinaz del alma
junto a sus laberintos, la miseria
de lo existente... Es la hora. Y no hay nadie.

Lo que nunca soy yo. Lo que no sé.
La curva analogía del asombro.
¿Y aún estás esperando? ¿Celaje
el conocer, despoblado desierto
la verdad? Fría la playa duda
si espuma son las olas, si son aire.
Si es audaz la falacia de los sueños,
la seducción de la alabanza. Tiempo es
de alcanzar ya lo humilde: Tú sí eres tú
puesto que Dios no existe. No existe.
Pero sus manos musicales tocan
el arpa que es el mar, su fértil noche
que provoca la luz del universo.




(del poemario "Las llaves del reino"  Editorial: Hiperión )



GINEVRA BENCI -Leonardo da Vinci- ( de Ramón Cote Baraibar)



Ginevra Benci
Leonardo da Vinci
 
Hay algo superior
al amor
                      y es el olvido
porque silenciosamente
va limando
                    puliendo
                                    despojando
todo lo que por pasión
o soledad
consideramos alguna vez eterno.

Un día cualquiera lo advertimos
cuando al querer recordar la cara
de una mujer mil veces besada,
en lugar de repasar sus párpados,
extraviarnos en la profundidad de su boca,
recuperar el doble salto de corza de sus cejas,
para nuestro desconcierto encontramos
solamente
                    un óvalo
balanceándose en el aire del pasado
como una fruta solitaria.

Entonces la memoria
en una desesperada maniobra de rescate,
emplea palabras verdes
como enebro
                         enredadera
                                               boscaje
y se vale de una mandolina
como música de fondo
para lograr su restitución.

Pero el veredicto del tiempo es inapelable.
Y traicionero el trabajo del olvido.

Ahora te comprendo
dolorida Ginevra Benci,
cuando en la oscura sala de un museo
norteamericano miras hacia nadie,
sin esperanza, como una lámpara encendida
en pleno día,
soportando impasible
las parejas que pasan de largo sin detenerse a mirarte,
los cumplidos que hacen de otras madonnas.

De nada te ha valido tener la cara más perfecta,
la más delicada salida de manos de Leonardo,
porque cargas como una maldición
la marca indeleble
del óvalo
                               del olvido.



EDWARD HOPPER Y LA CASA JUNTO A LA VIA DEL TREN (de Edward Hirsch)




























Aquí fuera en el centro exacto del día,
esta casa desgalichada y rara tiene la expresión
del que sufre una mirada fija, del que contiene
el aliento bajo el agua, mudo y expectante;

esta casa se avergüenza
de sí misma, de sus mansardas fantasiosas
y su porche pseudogótico, se avergüenza
de sus hombros y sus manazas torpes.

Pero el hombre del caballete es implacable.
Es tan brutal como el sol, y cree
que la casa tuvo que hacer algo espantoso
a los que en otro tiempo la habitaron

para estar ahora tan atrozmente vacía,
tuvo que hacerle algo al cielo
para que también el cielo esté desierto
y no diga nada. Por ningún lado

crecen árboles ni arbustos: la casa
tuvo que hacerle algo a la tierra.
Lo único presente es una sóla vía
que va recta a lo lejos. No pasa el tren.

Ahora el forastero viene por aquí a diario,
y la casa sospecha que también él
está desolado; desolado
y avergonzado, incluso. La casa empieza

a mirarle de frente. Y sin saber cómo,
la tela en blanco va tomando despacio
la expresión de alguien acobardado,
que contiene el aliento bajo el agua.

Hasta que un día el hombre se va.
Es una última sombra de la tarde
que atraviesa la vía y se encamina
por el inmenso campo anochecido.

Pintará otras mansiones abandonadas,
y cristaleras de cafetería borrosas,
y escaparates mal rotulados al borde de los pueblos.
Tendrán siempre la misma expresión,

la desnudez total de alguien que sufre
una mirada fija, alguien americano y desgalichado.
Alguien que va a quedarse solo
una vez más, y ya no lo soporta.



Versión de Maria Luisa Balseiro


EL CRISTO DE DALÍ (de Marilina Rébora)


Cristo de San Juan de la Cruz
Salvador Dalí







Siempre desde abajo pudimos mirarle
y aun de nuestra altura miramos a Cristo,
mas nunca hasta ahora pudo contemplarle
alguien de lo alto, ni de allá fue visto.

Pero así el artista consiguió pintarle,
en tremendo escorzo con genio imprevisto,
mirando de arriba, y supo evocarle
de terreno ambiente al fin desprovisto.

Brazos y cabeza en un primer plano
provocan sorpresa por su recio encuadre
y el extraordinario grandor del proyecto.

El cuerpo en su fuga termina lejano,
el estar arriba nos acerca al Padre
y de arriba vemos el terrible aspecto.

LA ESPERA -Homenaje a Ramón Gaya- (de Eloy Sánchez Rosillo)

Se acerca a la ventana, y a través del cristal sus ojos siguen
el curso de esas nubes tan blancas que van cruzando lentamente
el cielo azul de la mañana. Y luego observa
cómo se duerme el sol sobre la paz de los tejados,
mientras todo está bien y el tiempo apenas pasa.

Hay mucha luz en el estudio, y se diría que las cosas
que ha ido el amor reuniendo en esta habitación
están aquí en su sitio, como acompañando
gustosamente con su silencio inanimado al hombre
que ahora abandona la ventana y se acerca despacio
a ese lienzo aún vacío, a los pinceles
que aguardan el instante de dejarse llevar con mansedumbre
por una mano limpia y conocida.

Se ve sobre una mesa una copa con agua,
y en ella unos jazmines.
                                               Él los mira, y querría
entender el secreto de estas pequeñas flores, el misterio
de su leve perfume, de su blancura delicada,
para poder más tarde dejar temblando sobre el lienzo
la cerrada belleza que lo conmueve y permanece
ajena a su emoción, a su deseo,
inconquistada y sola, desvalida.

Pero siente que el momento de hacer suya esta hermosura,
de confundirse con su ser, aún no ha llegado,
y se retira con humildad, se aparta
de ese lugar radiante.
                                           Y vaga por el cuarto,
decidido a esperar a que madure el tiempo
en que la viva realidad que ansía,
dulcemente, sin lucha, se le entregue.

Se sienta en una silla. Abre un libro. Regresa
a los versos sabidos de algún poeta amado.
Después, durante un rato, lo acompaña la música,
y perdido en la mágica intimidad de una sonata
piensa quizás, involuntariamente,
en ciertas cosas de su vida, en las cosas que el tiempo
le dio y le fue quitando: la ciudad delicada
y polvorienta, dormida bajo el sol,
en la que vio la luz; los no olvidados huertos
de su niñez; aquellos quietos días
en que todo era ingenuo y permanente
y estaba anclado en un rincón del paraíso

Más se acabó el encanto. El tiempo se echó a andar y de pronto las cosas
descubrieron la muerte.
                                               Y aquel adolescente
se sintió herido, vio que en su pecho había
una extraña inquietud, un anhelo muy vivo
de fijar de algún modo –en un papel, acaso sobre un lienzo-
los efímeros dones del mundo.
                                                            Y desde entonces
se entregó con pasión a su quimera, quiso arder para siempre
en la llama intensísima de ese amor exclusivo.

La soledad le ha dado compañía, y lo ha ayudado
a defender su fe, a no dejar jamás que se apagara
la sagrada ilusión. Ella lo ha conducido
-fiel a sí mismo siempre, intacto y puro-,
a través de la vida y de los años, hasta esa silla en la que hoy
recuerda o tal vez sueña mientras suena la música.

Todo se acalla al cabo. Y el profundo silencio
vuelve en sí al soñador.
                                               Contempla de nuevo los jazmines,
la transparencia de la copa y los alegres juegos de la luz
en el cristal que brilla.

                                           Y, de repente, oye
como un rumor de misteriosas aguas, y se siente invadido
por la presencia súbita de un poder que lo impulsa
a coger el pincel y aproximarse al lienzo.

Y casi sin esfuerzo, casi a pesar de él mismo,
su mano va sacando lentamente de la oquedad del cuadro
la verdad trascendida del cristal y las flores,
que aquí, sobre la tela,
salvados ya del tiempo y del olvido,
ofrecen su inocencia temblorosa y son al fin
imagen viva del amor, cifra del universo.




 (del poemario "Páginas de un diario, 1977-1980")
 
 
 
 

JAULA DE SU HORIZONTE -Padre y niño contemplando la sombra de un día, Roberto Aizemberg- (de Héctor Freire)


 

Padre y niño contemplando la sombra de un día
Roberto Aizemberg

Al amanecer, lo lejano del paisaje
desnuda en el agua su espuma de jazmines,
y desoculta del presente lo efímero del día:
en su sombra de luz certera
lo que descansa debajo de la superficie
es una pequeña música para los ojos.
Sin embargo, en cada instante de ese espacio
limitado por el marco no mirado
todo madura, ubicuo e interno.
¿Son pájaros o peces los que franquean esas aguas
y luego caen en un ámbito que ni dura ni pasa,
como un roce en un cuerpo sin memoria?
Newton fijó en esa caída una ley física,
pero nosotros sólo oímos cómo se rompe el silencio,
y engendra en su despliegue pequeños soles
que rápidamente se consumen.
En lo más claro de ese paisaje inmaterial,
el color es tiempo que dibuja un cielo protector.
Parece un espejo que duerme sobre las nubes:
un objeto de aire que no produce sombra
y donde lo humano flota sin raíces.




(del poemario "Satori". Ediciones en danza)









EL CÁNTARO ROTO (de Antonio Piñeiro)

Una pintura de J. Baptiste Greuze a la pérdida de inocencia



El cántaro roto
J. Baptiste Greuze
Oigo tu mirada,
el cántaro roto
                          caer,
los pies descalzos, el camino
fragmento,
la virginidad arcilla.
Oigo las voces ir de sombra en sombra,
romperse en las esquinas, la rasgada tela.

Oigo.

Tus manos son un cuerpo,
una forma vacía, son la cera
ternura que va vaciando el tiempo.
Oigo tus manos
caer
sobre le tejido blando
de los días.







(del poemario "Niños en la lluvia". Premio Ángel Urrutia 2010)

LA DAMA DE SHALOTT (de Alfred Tennyson)



I


En las orillas del río, durmiendo,
grandes campos de cebada y centeno
visten colinas y encuentran al cielo;
a través del campo, marcha el sendero
hacia las mil torres de Camelot;
y arriba, y abajo, la gente viene,
mirando a donde los lirios florecen,
en la isla que río abajo aparece:
es la isla de Shalott.

Tiembla el álamo, palidece el sauce,
grises brisas estremecen los aires
y la ola, que por siempre llena el cauce,
por el río y desde la isla distante
fluye que fluye, hasta Camelot.
Cuatro muros grises: sus grises torres
dominan un espacio entre las flores,
y en el silencio de la isla se esconde
la dama de Shalott.

Tras un velo de sauces, por la orilla,
a las pesadas barcas las deslizan
unos lentos caballos; y furtiva,
una vela de seda traza huidiza,
surcos de espuma, hacia Camelot.
Pero ¿ quien la vio nunca saludando?
¿o en la ventana de su estudio estando?
¿o acaso es conocida en el condado
la dama de Shalott?

Sólo los segadores muy temprano,
cuando siegan ya maduros los granos,
escuchan ecos de un alegre canto
que desde el río llega, alto y claro
hasta las mil torres de Camelot:
Bajo la luna el segador trabaja,
apilando haces en las eras altas.
Escucha y murmura: “es ella, el hada,
la dama de Shalott”.


II


Ella teje una tela día y noche,
tela mágica de hermosos colores.
Ha oído murmurar un rumor, sobre
una maldición: ay como se asome
y mire lejos, hacia Camelot.
No sabe que maldición pueda ser,
ella teje y no deja de tejer,
y otra cosa no hay que pueda temer,
la dama de Shalott.

Moviéndose sobre un espejo claro
que cuelga frente a ella todo el año,
sombras del mundo aparecen. Cercano
ve ella el camino que serpenteando
conduce a las torres de Camelot;
Allí el remolino del río gira,


I am half-sick of shadows, said the Lady of Shalott
John William Waterhause
 
y descortés el aldeano grita,
 y de las mozas las capas rojizas
se alejan de Shalott

A veces un tropel de alegres damas,
 un abate, al que portan con calma
o es un pastor de cabeza rizada,
o de largo pelo y carmesí capa,
un paje se dirige a Camelot;
y a veces cruzan el azul espejo
caballeros de dos en dos viniendo:
no tiene un buen y leal caballero
la dama de Shalott.

Pero en su tela disfruta y recoge
del espejo las mágicas visiones,
y a menudo en las silenciosas noches
un funeral con plumas y faroles
y música, iba hacia Camelot:
O venían, la luna en su camino,
amantes casados de ahora mismo;
“Estoy enferma de tanta sombra”, dijo
la dama de Shalott.



III


A tiro de arco del alero de ella,
él cabalgaba entre la mies de la era;
deslumbraba el sol entre hojas nuevas,
y ardía sobre las broncíneas grebas
del valiente y audaz Sir Lancelot.
Un cruzado al que arrodillado puso
con la dama por siempre en el escudo,
brillaba en el campo amarillo, junto
la lejana Shalott.

Brillaba libre enjoyada la brida:
una rama de estrellas imprevistas
colgadas de una Galaxia amarilla.
Sonaban alegres las campanillas
mientras cabalgaba hacia Camelot:
y en bandolera, plata entre blasones,
colgaba un potente clarín. Al trote,
su armadura tintineaba, sobre
la lejana Shalott.

Bajo el azul despejado del cielo
refulgía la silla de oro y cuero,
ardía el yelmo y la pluma del yelmo,
juntas como una sola llama al viento,
mientras cabalgaba hacia Camelot:
Así en la noche púrpura se viera,
bajo cúmulos sembrados de estrellas,
un cometa, cola de luz, que llega,
a la quieta Shalott.

The Lady of Shalott Looking at Lancelot
John William Waterhouse.


Su frente alta y clara, al sol brillaba;
sobre los pulidos cascos trotaba;
por debajo de su yelmo flotaban
los bucles negros, mientras cabalgaba,
cabalgaba directo a Camelot.
Desde la orilla, y desde el río,
brilló en el espejo de cristal,
“tralarí lará” cantando en el río
iba Sir Lancelot.

Dejó la tela, y dejó el telar,
tres pasos en su cuarto ella fue a dar,
ella vio el lirio de agua reventar,
el yelmo y la pluma ella fue a mirar,
y posó su mirada en Camelot.
Voló la tela, y se quedó aparte;
se rompió el espejo de parte a parte;
“la maldición vino a mi”, gritó suave
la dama de Shalott.



IV


En la tormenta que de este soplaba,
los bosques de oro pálido menguaban,
y el río ancho en su orilla los lloraba.
Un cielo negro y bajo diluviaba
encima las torres de Camelot.
Ella bajó hasta el río, y encontróse
bajo un sauce, una barca aún a flote,

 
y escribió, justo en la proa del bote,
“La Dama de Shalott”.

Del río a través del pequeño espacio
como un audaz adivino extasiado

La dama de Shalott
(The Lady of Shalott)
John William Waterhouse, 1888

en trance, viendo ante sí su trágico
destino, y con el semblante impávido,
ella miró lejos, a Camelot.
Y cuando el día por fin se acababa,
ella se tendió, y soltando amarras,
dejó que la corriente la arrastrara,
la dama de Shalott.

Tendida, vestida de un blanco nieve,
desbordando por los lados del bote
las hojas cayendo sobre ella, leves,
a través del sonido de la noche,
ella flotaba hacia Camelot.
Y mientras la afilada proa hería
los campos y las esbeltas colinas,
se oyó un cantar, su última melodía,
la dama de Shalott.

Se oyó un cantar, un cantar triste y santo
cantado con fuerza y luego muy bajo,
hasta helarse su sangre muy despacio,
por completo sus ojos se cerraron
fijos en las torres de Camelot.
Porque hasta allí llegó con la marea,
de las primeras casas a la puerta,
y cantando su canción quedó muerta,
la dama de Shalott.

Debajo la torre y la balconada
entre las galerías y las tapias
hermosa y resplandeciente flotaba,
pálida de muerte, entre las casas,
entrando silenciosa en Camelot.
Al embarcadero juntos salieron:
dama y señor, burgués y caballero,
su nombre junto a la proa leyeron,
la dama de Shalott.

¿Qué tenemos aquí ? ¿Y qué es todo esto ?
Y en el palacio de luces y juegos
el jolgorio real tornó silencio;
se santiguaron todos con miedo,
los caballeros, allí en Camelot:
Pero Lancelot, meditando un poco,
fue y dijo, “Ella tiene el rostro hermoso,
por gracia de Dios misericordioso,
la dama de Shalott.”