LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

RITRATTO DE BAMBINA (de Waldo Rojas)

                          Sobre un cuadro de Giovan Battista Moroni,
                          en l'Accademia Carrara, Bérgamo.



Bajo la unción de una realeza momentánea
de brocado y perlería
la majestad menuda de su lozana atildadura,
nada más que encarnación premonitoria de una damisela
de baraja,
nada menos que de nuestra fuga en tránsito
la hija desprovista.
No soy en su mirada el Otro de mirada alguna,
ahora que el que soy no me dictan sus ojos:
todo es conjetura si no perplejidad en la consigna muda
de un encuentro hecho de imágenes,
apenas el hallazgo mutuo de una manera de sombra
Ritratto di bambina,
Giovan Battista Moroni (1523 – 1578)
Colección Accademia Carrara, Bergamo
y la huella de un destello,
a despecho de quienquiera, en virtud de nada nuevo.
Desde su edad en remanso la Ninfa más propicia
me prodiga así entre todos
una mirada que puedo sin riesgo sostener.
Desposeimiento inapelable de toda posesión,
ojos de otro vértigo acercaron nuestro paso
al borde del secreto que no somos
a fuerza de ignorarlo.
Ella aquí nos atrae a la duración quebradiza
de su otrora en suspenso,
aligerados del peso de ataduras el lapso de tregua
de un trasluz
ni desvarío ni rencores, ni reproches ni éxtasis,
mientras vuelca el carillón tardío su cascada aquietadora,
como una imposición de manos leves
sobre algún dolor sin cuerpo venido a la memoria.

A LA BALLENA Y A JONÁS, MUY MAL PINTADOS, QUE SE COMPRARON CAROS Y SE VENDIERON BARATOS (de Quevedo)



Si la ballena vomitó a Jonás,
a los dos juntos vomitó Cajés:
borrasca es de colores la que ves;
el dinero se pierde aquí no más.

Si a Nínive por orden de Dios vas,
¿por qué veniste a dar en mí al través?
Tan mal pescado el que te almuerza es,
que de comido dél vomitarás.

A Jonás la ballena le tragó;
y pues los cuatrocientos por él di,
Jonás y la ballena tragué yo.

Y por sesenta y siete que perdí,
a los tres nos tragó quien la pagó,
y otra ballena se dolió de mí.





SEGUNDA ELEGÍA (de Rainer María Rilke)

Todo ángel es terrible. Y, sin embargo, ay de mí,
sabiendo como sois, yo os canto, aves casi mortíferas del alma.
Adónde se han ido los días de Tobías,
cuando uno de los ángeles más deslumbrantes,
de pie junto a la sencilla puerta de la casa,
y algo disfrazado para el viaje, dejó de ser terrible;
(¡un joven para el joven que miró hacia afuera con curiosidad!).
Pero si en este momento el arcángel, el peligroso,
diese un solo paso hacia nosotros desde más allá de las estrellas,
el propio corazón, sobresaltado, nos destruiría. ¿Quienes sois?

Vosotros, los primeros agraciados , mimados de la creación,
serranías, cumbres aurorales del acto creador,
polen de la divinidad floreciente,
refracciones de luz, pasillos, escaleras, tronos,
espacos de esencias, escudos de gozo, tumultos de sentimientos
en un arrebato tempestuoso y, de pronto, cada uno,
espejos que recrean la propia belleza irradiada
y la devuelven a su mismo rostro.

Pues nosotros, donde sentimos, nos evaporamos, ay,
y luego espiramos y nos desvanecemos; de brasa en brasa
se debilita nuestro olor. Entonces puede ser que uno nos diga:
"sí, tú penetras en mi sangre, este cuarto y la primavera
se llenan de ti...". Y de qué sirve; él no puede sujetarnos
al desaparecer nosotros en él y en torno a él.
Y a los que son bellos, ¿quién los retiene?
Incesantemente hay apariencia en su rostro que luego se va.
Y lo nuestro se desprende de nosotros, como el rocío de la hierba temprana
o el calor de una comida caliente. Oh sonrisa, ¿hacia dónde?
Oh mirada hacia lo alto. Nueva, cálida y esquiva onda del corazón;
ay de mí: eso sí somos nosotros. ¿Es que el espacio cósmico
en que nos diluimos tiene, entonces, sabor a nosotros?
¿Recogen los ángeles realmente sólo lo suyo, lo que de ellos emana,
o queda en ellos, a veces y como por descuido,
algo de nuestra esencia? ¿Estamos quizás fundidos en sus rasgos,
como esa vaguedad en el rostro de la mujer embarazada?
Ellos no lo advierten en el torbellino de su retorno a sí mismos.
(¡Cómo habrían de notarlo!).

Los amantes podrían, si lo comprendiesen, hablar extrañamente
en el aire nocturno. Porque parece que todo nos encubre.
Mira, los árboles son; las casas que habitamos aún existen.
Sólo nosotros pasamos de largo como un intercambio de brisas.
Y todo concuerda en silenciarnos,
en parte quizás como vergüenza,
en parte como una indecible esperanza.

A vosotros, amantes, que os bastáis el uno al otro,
yo os pregunto por nosotros. Vosotros os tomáis.
¿Tenéis pruebas? Ved, sucede que mis manos
mutuamente se comprenden o que mi rostro gastado
busca en ellas mi refugio. Esto me hace sentir un poco.
Pero, ¿quién se atrevería a ser sólo por eso?
Pero a vosotros, que crecéis embelesados en el otro,
hasta que él, subyugado, os suplica que no más;
a vosotros, amantes, que entre las manos os hacéis más abundantes,
como años de vendimia; que a veces dejáis de ser, sólo porque el otro
del todo prevalece: yo os pregunto por nosotros. Yo sé
que os tocaís dichosos, porque la caricia os retiene
y no desaparece el lugar que vosotros, tiernos, ocultáis;
porque debajo presentís la pura duración.
Es casi eternidad lo que os prometéis en cada abrazo.
Y, sin embargo, cuando resistís el terror
de las primeras miradas y la nostalgia en la ventana
y el primer paseo juntos, una vez, por el jardín;
amantes, ¿seguís siéndolo entonces todavía?
Cuando os alzáis el uno al otro hasta los labios, bebida a bebida:
oh cuán extrañamente se substrae entonces al acto el bebedor.

¿Y no os asombraba en las estelas áticas la prudencia
del gesto humano? ¿No fueron puestos el amor y la despedida
tan suavemente encima de los hombros, como si estuviesen hechos
de otra materia que en nosotros? Acordaos de las manos,
cómo descansan sin presión, aunque en los torsos está toda la fuerza.
Esos señores de sí mismos lo sabían: hasta aquí llegamos,
esto es lo nuestro, el tocarnos así; con más fuerza
nos levantan los dioses. Pero esto es asunto de los dioses.

Si encontrásemos también nosotros algo humano que sea
puro, angosto, contenido, un pedazo de tierra fecundo y nuestro
entre el torrente y el pedregal. Porque el propio corazón
siempre nos trasciende, como a aquellos, todavía.
Y ya no lo podemos seguir con la mirada hacia imágenes
que lo apacigüen, como tampoco hacia cuerpos divinos,
en los cuales él, aún más grandioso, se modere.


Con "estelas áticas" Rilke se refiere a una lápida funeraria que vio en en el Museo de Nápoles y que representa a Eurídice despidiéndose de Orfeo. Se trata de una famosa réplica romana de un relieve griego, que representa el momento del adios entre los amantes, justo cuando Orfeo pierde de nuevo por segunda vez a Eurídice al no cumplir la promesa hecha al dios Eros de no mirarla hasta haber salido ambos del infierno.

JASÓN Y MEDEA ( de José María de Heredia)

Jasón y Medea,  1865
Gustav Moreau




                                                                       
















































                                                                                     A Gustave Moreau

Ambos, en los boscajes que sintieron el són
de contiendas remotas; mágica paz nacía,
y alba de milagrosas lágrimas los ceñía
bañándolos en fértil y extraña floración.

Por los aires flotaba letal emanación.
Su palabra el poder del encanto decía;
el héroe, tras ella, de sus armas vertía
relámpagos radiantes del ilustre Toisón.

Sobre lagos de plata llovía luz del cielo.
aves maravillosas pasaban, y su vuelo
en el bosque regaba pedrería luciente.

Amor les sonreia. Mas la fatal esposa
llevábase consigo, colérica y celosa,
con su padre y los dioses, los filtros del oriente.

PAISAJE DE LAS MONTAÑAS DE SILESIA (de José Luis Puerto)


                                              

Abandonamos la mirada
Hacia la inmensidad. 
Paisaje de las montañas de Silesia
Caspar David Fredrich
Un valle y otro valle se suceden
Velados por la niebla 
Que, en sus lechos, es sábana y sudario
Ahora que todo es muerte en el invierno
Y que todo se encuentra recogido
En el cauce que espera germinar
Cuando el momento de lo oscuro pase
Y llegue el de la luz, que es salvación.
Ocupa el horizonte
La montaña elevada, majestad
Sobre el espacio que se nos ofrece
Y que desciende a lo profundo, donde
Habita lo enterrado que es promesa.
Ante la inmensidad
Nos detenemos.
La muerte de los árboles se muestra
En el desnudo limpio de las ramas
Y acude ante nosotros el despojo,
La corteza terrestre en sus arrugas
Que es materia indefensa
Por nadie poseída sino expuesta
A la desolación de estar ahí siempre
Y ser quietud sin tiempo y sin memoria.
Quisiéramos mirar a los adentros
Y ver nuestros abismos, nuestra sombra,
El momento sin nombre de lo oscuro,
El vértigo, el despojo que nos puebla,
Las arrugas del tiempo en nuestra sangre
Y esa desolación
De estar para la muerte.

HAZ A LA DAMA UN DÍA... ( de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita)

»Haz a la dama un día la vergüenza perder
pues esto es importante, si la quieres tener,
una vez que no tiene vergüenza la mujer
hace más diabluras de las que ha menester.

»Talante de mujeres ¿quién lo puede entender?
su maestría es mala, mucho su mal saber.
Cuando están encendidas y el mal quieren hacer
el alma y cuerpo y fama, todo echan a perder.

»Cuando el jugador pierde la vergüenza al tablero,
si el abrigo perdiere, jugará su braguero;
cuando la cantadora lanza el cantar primero
siempre los pies le bullen, mal acaba el pandero.

»Tejedor y coplera nunca tienen pies quedos,
en telar y en el baile siempre bullen los dedos;
'la mujer sin pudor, ni aun por diez Toledos
dejaría de hacer sus antojos y enredos.

»No abandones tu dama, no dejes que esté quieta,
siempre requieren uso mujer, molino y huerta;
no quieren en su casa pasar días de fiesta,
no quieren el olvido; cosa probada y cierta.

»Es cosa bien segura: molino andando gana
huerta mejor labrada da la mejor manzana,
mujer muy requerida anda siempre lozana;
con estas tres verdades no obrarás cosa vana.

»Dejó uno a su mujer (te contaré la hazaña;
si la estimas en poco, cuéntame otra tamaña)
Era don Pitas Payas un pintor de Bretaña,
casó con mujer joven que amaba la compaña.

»Antes del mes cumplido dijo él: -Señora mía,
a Flandes volo ir; regalos portaría.
Dijo ella: -Monseñor; escoged vos el día,
mas no olvidéis la casa ni la persona mía.

»Dijo don Pitas Payas: -Dueña de la hermosura,
yo volo en vuestro cuerpo pintar una figura
para que ella os impida hacer cuelquier locura.
Contestó: Monseñor; haced vuestra mesura.

»Pintó bajo su ombligo un pequeño cordero
y marchó Pitas Payas cual nuevo mercadero;
estuvo allá dos años, no fue azar pasajero.
Cada mes a la dama parece un año entero.

»Hacía poco tiempo que ella estaba casada,
había con su esposo hecho poca morada;
un amigo tomó y estuvo acompañada,
deshízose el cordero, ya de él no queda nada.

»Cuando supo la dama que venía el pintor,
muy deprisa llamó a su nuevo amador;
dijo que le pintase, cual supiese mejor,
en aquel lugar mismo un cordero menor.

»Pero con la gran prisa pintó un señor carnero,
cumplido de cabeza, con todo un buen apero.
Luego, al siguiente día, vino allí un mensajero:
que ya don Pitas Payas llegaría ligero.

»Cuando al fin el pintor de Flandes fue venido,
su mujer, desdeñosa, fría le ha recibido:
cuando ya en su mansión con ella se ha metido,
la señal que pintara no ha echado en olvido.

»Dijo don Pitas Payas: -Madona, perdonad,
mostradme la figura y tengamos solaz.
-Monseñor -dijo ella-, vos mismo la mirad:
todo lo que quisieres hacet; hacedlo audaz.

»Miró don Pitas Payas el sabido lugar
y vio aquel gran carnero con armas de prestar.
-¿Cómo, madona, es esto? ¿Cómo puede pasar
que yo pinté corder y encuentro este manjar?

»Como en estas razones es siempre la mujer
sutil y mal sabida, dijo: -¿Qué, monseñer?
¿Petit cordet; dos años, no se ha de hacer carner?
Si no tardaseis tanto aún sería cordel.

»Por tanto, ten cuidado, no abandones la pieza,
no seas Pitas Payas, para otro no se cueza;
incita a la mujer con gran delicadeza
y si promete al fin, guárdate de tibieza.

»Alza Pedro la liebre, la saca del cubil,
mas, si no la persigue, es un cazador vil;
otro Pedro la sigue, la corre más sutil
y la toma: esto pasa a cazadores mil.

»Medita la mujer: -Otro Pedro es aqueste
más apuesto y osado, mejor amante es éste
comparado con él no vale el otro un feste,
con el nuevo iré yo, ¡Dios ayuda me preste!
[...]

DOS REMBRANDT (de Eugenio Montejo)



Autorretrato a los 34 años
Rembrandt










Con grumos ocres pudo el viejo Rembrandt
pintar su último rostro. Es un autorretrato
en su final, hecho de encargo
para un joven pintor de 34.
(El mismo Rembrandt visto en otra cara).

Puestos de cerca esos cuadros
muestran en igual pose las dos bocas,
unos ojos intensos o vagos,
las manos juntas en el aire
y el tacto de colores
con hondas luces que se rompen
en sordos sollozos apagados...

 
Autorretrato a los 63 años
Rembrandt
Rembrandt en la vejez, al dibujarse
supo ser objetivo. No interfiere
en los estragos de su vida,
ve lo que fue, no añade, no lamenta.
Su alma sólo nos busca por espejo
y sin pedirnos saldo
se acerca en sus dos rostros,
pero quién al mirarlos no se quema?

DOS HOPPERS (de John Updike)


















A la más pequeña, menos joven
"Muchacha con la máquina de coser"
nos la muestra, pálido perfil oscurecido por su pelo,
trabajando ante un muro naranja mientras el cielo
en columnas de puro azul
se mantiene a la espera tras la ventana.
Está sola y en silencio. La protagonista
de "Habitación de hotel", casi desnuda, mira fijamente
una carta desdoblada sobre sus rodillas descubiertas.
Sus ojos y su rostro están en penumbra. El día
y su ruido sordo de tráfico invisible se mantiene fuera
de la habitación con paredes amarillas, en la que
un bureau nos bloquea el camino y el equipaje
espera a ser pronto deshecho cerca de un sillón
verde desgastado por el sol: felpa de los años treinta.

Hemos estado aquí antes. La luz oblicua,
la mujer sola y atrapada entre los planos
de la pintura. Algún misterioso testigo nos ha invitado
a respirar junto a ellas. La chica que cose,
la carta. Hopper dice: "yo soy Vermeer".



EL CABALLERO, LA MUERTE Y EL DIABLO -Alberto Durero- (de Luis Alberto de Cuenca)

Aqui esta el caballero de la cruz y la rosa,
señor de la esperanza, príncipe de la fe,
rey sin cetro, monarca sin corona, caudillo
que conduce a sus hombres al triunfo en la batalla,
portador del emblema sagrado de la estirpe
en el palor de brumas y en la brasa del sol.

Aquí tambien los laberintos silenciosos,
la sed de los guerreros moribundos, el cuervo
que grazna en el abismo, la siniestra corneja,
el áspid del orgullo en el árbol confuso
de la sabiduría, la muerte y el diablo
flanqueando la cuna de los recién nacidos.

Allí dentro la imagen de tu madre en el alma,
la paloma al acecho del halcón, el veneno
de aquel primer abrazo cuando el mundo era joven,
las doncellas germánicas que hilaron en tu alcoba,
la mujer que te quiso y aquella a quien quisiste,
el dolor del amor que mueve las estrellas.





Del poemario: Por fuertes y fronteras, 1996.

EL PASO DE LA LAGUNA ESTIGIA (de Luis Antonio de Villena)

El paso de la laguna Estigia
Joachin Patinir























A un lado del bosque -por la orilla-
veía extraños fuegos y gritos espantosos.
(Digo bien: Veía gritos, porque nada oía).
Era el aire melancólico y sombrío.
y lo cruzaban pájaros de color ceniza.
No puedo decir que sufriera exactamente,
era una sucesión de agobio, pesadumbre, angustia,
como queriendo llorar y sintiéndote solo.
Al otro lado del agua (un agua esmeraldina,
profunda, portentosa) se distinguía apenas
otro bosque, y una ignota claridad desconocida.
A la vera del agua (sin rumor, pero móvil)
había un viejo desnudo, con crespa barba blanca.
Le dije: ¿Cuál es la verdad, dime;
qué debí haber hecho? ¿Retirarme de todo,
vivir remoto al mundo, en la paz de las sierras?
¿O arder en las batallas y zozobras,
intrigar, morder ansia, escalar arduamente,
herir al semejante con ponzoña enconada?
¿O simplemente entregarme a la carne,
hundirme entre los cuerpos día a día
mientras seca la lengua siente un vacío instante?
¿Qué debí haber hecho? ¿El poder, la soledad,
el amor, el triunfo? ¿A cuál dedicarse?
Y el viejo no se inmutó aunque yo temblase.
Respondió: Cualquier cosa que hicieras, es lo mismo.
No hay verdad aquí. Nada es verdad segura.
Si buscaste el sosiego -sólo eso- y es mucho...
Esta es la única verdad, siguió. Y me mostró
una barca. Esta de ahora es la sola verdad
de cuanto existe. Y me tendió un vaso de agua clara.
Toma, añadió. Me cogió la mano. Y sentí un blando
frío en los pies, al mojarme, subiéndome a su barca.
Al fondo, un raro sol, como violeta y rojo,
que no daba calor, parecía la sangre cuando mana.



(del libro: La muerte únicamente)



QUÉ PIENSA DON COGITO DEL INFIERNO (de Zbigniew Herbert)



El más bajo círculo del infierno. Contra la opinión generalizada no lo habitan ni déspotas, ni matricidas, ni quienes rondan tras el cuerpo ajeno. Es el asilo de los artistas, lleno de espejos, instrumentos y retratos. A primera vista, la más confortable sección del infierno, sin alquitrán, fuego o torturas físicas.

Todo el año se celebran aquí concursos, festivales y conciertos. No hay temporada alta. El lleno es permanente y prácticamente absoluto. Cada trimestre surgen nuevos rumbos y, según parece, nada está en disposición de detener el triunfal avance de la vanguardia.

Belcebú ama el arte. Jáctase de que sus coros, sus poetas y pintores ya casi sobrepujan a los celestes. Quien tiene el mejor arte, tiene el mejor gobierno -por supuesto. Pronto podrán medirse en el Festival de los Dos Mundos. Y entonces veremos qué queda de Dante, Fra Angélico o Bach.

Balcebú apoya el arte. Asegura a sus artistas paz, buena pitanza y estricto aislamiento de la vida infernal.




(Del libro: Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas. Ed: Hiperión)



VINCENT VAN GOGH TERMINA «CAMPO DE TRIGO CON CIPRESES» (de Miguel D'ors)

  

 


Crepita el amarillo
en el trigal convulso. Los cipreses
como una hoguera negra, y sobre el horizonte
nubes enfurecidas.

Descansa al fin. El título del cuadro
será –se dice- «Campo
de trigo con cipreses». No sospecha
que acaba de pintar un nuevo autorretrato.





EL MURAL DE GUERNICA (de Hugo Gutiérrez Vega)















                                                                                                                      a Pablo Picasso
Dejad a ese caballo rumiando su agonía,
dejad que el toro negro empitone su muerte,
cuánto mejor la espada que esta muerte no vista, no esperada
que llega del aire envenenado,
el niño duerme, muere,
los senos de la madre,
la descubierta estrella de la noche pasada,
no hay sangre,
no hay lugar para la sangre
en este panorama de cuerpos destrozados,
sólo el aire caliente,
el minuto sonoro
y después el silencio,
el grito no esperado
presente aquí
como la casa muerta
y los ojos del niño
abiertos hacia adentro,
dejad que el toro negro no acepte su agonía
y que el sueño de arena engañe su silencio,
dejad que el niño duerma
que la tierra se abra
que la casa sin muros abandone a sus hiedras,
nada se puede hacer,
el minuto ha pasado
sólo queda gritar,
gritar hasta que el viento nos muestre una salida.










A UNA URNA GRIEGA (de John Keats)




"A una urna griega" es uno de los más célebres poemas de John Keats. Pero, ¿a qué urna en concreto se refería el poeta? La crítica señala que no es una, sino muchas las fuentes del poema, es decir, que la urna del poeta, más que imaginaria tiene un carácter  sincrético.

Junto a tres de las mejores versiones traducidas del poema, vemos algunas de las fuentes en las que, según  parece, se inspiró John Keats.



1.
(Versión de Julio Cortázar)

Jarrón Towneley
Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.


        *      *       *

2.

(Versión de José Ángel Valente)


Cuadro de Zoffany
(al fondo, la urna motivo del poema)
Tú todavía inviolada novia del sosiego,
criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,
silvestre narradora que así puedes contar
una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.
¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura
con dioses o mortales o con ambos,
en Tempe o en los valles de Arcadia?
¿Qué hombres o qué dioses aparecen? ¿Qué rebeldes doncellas?
¿Qué loca persecución? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué éxtasis salvaje?

Dulces son las oídas melodías, pero las inoídas
son más dulces aún; sonad entonces suaves caramillos
no al oído carnal, sino, más seductores,
dejad que oiga el espíritu tonadas sin sonido.
Hermoso adolescente, bajo los árboles, no puedes
suspender tu canción ni nunca quedarán los árboles desnudos;
amante audaz, no alcanzarás el beso
tan cercano, mas no penes;
ella no puede marchitarse, aunque no se consume tu deseo,
para siempre amarás y ella será hermosa.

Ah ramas felicísimas que no podréis nunca
esparcir vuestras hojas ni abandonar jamás la primavera;
y tú, oh músico feliz, infatigable,
que modulas sin término canciones siempre nuevas;
y más feliz amor y más y más feliz amor,
entre el deseo para siempre y la inminencia de la posesión,
entre el aliento jadeante y la perpetua juventud.
Todo respira mucho más arriba que la pasión del hombre
que deja el corazón hastiado y dolorido,
y una frente febril y una boca abrasada.

¿Quiénes avanzan hacia el sacrificio?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que muge hacia los cielos
y cuyos sedosos flancos se visten de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad en las orillas de un río o de la mar
o en una montaña coronada de quieta ciudadela
dejan sus gentes sola en la pía mañana?
Ciudad pequeña, tus calles para siempre
quedarán en silencio y nadie nunca
para dar la razón de tu abandono ha de volver.

¡Ática forma! ¡Figura sin reproche! En mármol,
de hombres y doncellas guarnecida
y de silvestres ramos y de hierbas holladas.
Oh forma silenciosa que desafía nuestro pensamiento
como la eternidad. Oh fría pastoral.
Cuando a esta generación consuma el tiempo
tú quedarás entre otros dolores
distintos de los nuestros, tú, amiga del hombre, al que repites:
La belleza es verdad y la verdad belleza. Tal es cuanto
sobre la tierra conocéis, cuanto necesitáis conocer.


*  *  *

3.
(Versión de Màrie Montand)


Jarrón Borghese del Louvre
 Tú, novia intacta aún de la quietud,
prohijada del silencio y de las lentas horas,
selvático rapsoda, que refieres un cuento
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,
en el Tempé o en valles de Arcadia? ¿Quiénes son
esos hombres o dioses? ¿Qué doncellas resisten
al loco perseguir? ¿Qué pugna es ésa, huyendo?
¿Qué flautas y tambores? ¿Qué extasis salvaje?

Las músicas oídas son dulces, pero más
dulces son las no oídas. Seguid sonando, pues,
¡oh, caramillos blandos!, no al sentido: más tiernas
suenen en el espíritu las canciones sin notas.
Doncel, bajo los árboles, abandonar no puedes
tu canto y no podrían desnudarse esas ramas;
enamorado audaz, no podrás besar nunca,
aunque tan cerca estás ; mas no te apenes: ella
no puede marchitarse; tu ventura no alcanzas,
pero siempre amarás y será siempre hermosa.

¡Ah! ¡Felices, felices ramas, que vuestras hojas
no podéis esparcir, ni de abril despediros!
Y músico feliz, que no te cansas nunca
de modular canciones siempre nuevas. Empero,
más feliz, más feliz ese amor venturoso,
cálido siempre y no gozado todavía,
y jadeante siempre y para siempre joven:
todos alientan lejos de la pasión humana,
que deja el corazón tan saciado y tan triste
y una frente de fuego y la lengua abrasada.

¿Quiénes son esas gentes que al sacrificio acuden?
¿ A qué altar de verdores, ¡oh, extraño sacerdote!,
esa ternera guías, que hacia los cielos muge,
con los fiancos sedeños cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad, de la playa o de un río,
o alzada en la montaña, con una ciudadela
pacífica, quedóse sin gente esa devota
mañana? Y a tus calles, ¡oh, villa! , para siempre
se verán silenciosas, y ni un alma a decirnos
por qué estás tan desierta, podrá ya volver nunca.

¡Forma ática, hermosa actitud! Guarnecida
con progenie de hombres y doncellas de mármol,
con ramas de los bosques y con hollada hierba.
Tu empeño, ¡oh, silenciosa forma!, nuestros pensares
vence, como lo eterno: ¡oh tú, pastoral fría!
Cuando a los hoy lozanos ya la vejez consuma,
te quedarás aún, en medio de otras cuitas,
como amiga del hombre, diciendo: «La belleza
es verdad; la verdad, belleza» : y eso es cuanto
en la tierra sabéis, y ya más no precisa.



ÁNGEL DE REIMS (de José Luis Puerto)

Ángel de la sonrisa, catedral de Reims, siglo XIII






















También desde la piedra
Tú contemplas el mundo,
Ángel de la sonrisa;
Desde otro territorio que no es tiempo,
Que existe más allá de nuestro desamparo.
Sostienes con tu mano
Los pliegues de la tela, todo es gracia
En tu gesto, en tu rostro, en tu figura.
Requiere tu mirada una presencia
Dispuesta a hacerse cómplice
Del gozo y del misterio de tus ojos.
¿Hacia quién te diriges?
¿Dónde se halla el secreto
Que te lleva sereno a tanto júbilo?
Giras el cuello en busca de otro rostro
Tú que estás en lo alto
E inclinas tu cabeza acogedora
Hacia el suelo en que estamos, hacia el fondo
Donde yacemos en el limo
Y nos haces partícipes del sueño
Que alberga tu sonrisa.
Es una invitación.
¿Sabremos devolverte
Nuestra presencia
Para ser algún día plenitud?

ENIGMAS (de Octavio Paz)





Nacimos de una pregunta,
cada uno de nuestros actos
es una pregunta,
nuestros años son un bosque de preguntas,
tú eres una pregunta y yo soy otra,
Dios es una mano que dibuja, incansable,
universos en forma de preguntas.