LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

THE UNENDING GIFT (de Jorge Luis Borges)



     Un pintor nos prometió un cuadro. 
Ahora, en New England, se que ha muerto. Sentí, como otras 
veces, la tristeza de comprender que somos como un sueño. 
Pensé en el hombre y en el cuadro perdidos.
     (Solo los dioses pueden prometer, porque son inmortales)
     Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará. 

     Pensé después: si estuviera ahí, con el tiempo sería esa cosa 
más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de mi casa; aho-
ra es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cual-
quier color y no atada a ninguno. 
     Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música y 
estará conmigo hasta el fin. Gracias, Jorge Larco.
     (También los hombres pueden prometer, porque en la pro-
mesa hay algo inmortal)

ATARDECER EN LA PINACOTECA (de Guillermo Carnero)


Ibas y venías tan airosamente lejana, entre inciertas
imágenes inertes de belleza antigua
en el museo ya oscuro, cuando la luz del Sol
mágicamente se engarza con el sonido del eco
y resbala en los ventanales, llueve y retumba
delicadamente, sobre palio,
se desparrama por cañadas ocultas, sonando como débil
galope - acero y grana brillan- en la llanura
-escorzo del lejano muro, arambel, añafil, fuego y azul- inmesa,
ibas y venías en el incesante círculo de la rotonda
tan cerca de los ensortijados -labor de miniatura-
cabellos de la Virgen con el Niño, los hondos
horizontes lavados, hiriente azul la Estigia,
brillante manzana, círculo en espera del dardo,
sangre recién vertida y latir de lebreles,
que en el callado laberinto, alto como una llama,
ajustada blancura sobre el azul poniente,
eco de mate fulvo entre los muros eras,
concertabas con el armónico -Agnès Sorel quizá-
mausoleo, tú, viva -o Lola Montes.

Lola Montes,1847
Joseph Karl Stieler

 
Virgen con el Niño  (1452)
Jean Fouquet
(probable retrato de Agnés Sorel, amante
del rey Carlos VII de Francia)


PINTORES DE HOY (de Bernardino de Pantorba)


O yo no entiendo de pintura niente,
o la pintura que hoy se estila es mala.
No la quiero. Si usted me la regala,
se la devuelvo generosamente.

Pintar es muy difícil; doy fe de ello.
En cambio, despintar lo hace cualquiera.
Hoy hay quien dice “pintaré una pera”,
y le sale la giba de un camello.

Grandes pintores en el mundo ha habido,
y han salvado sus nombres del olvido
pintando, y bien, sin istmos ni locuras.

Los pequeños de hoy, por el contrario,
quieren dejarnos, ya que no pinturas,
voces nuevas para el vocabulario.

PICASSO-GUERNICA-PICASSO 1973 ( de José Ángel Valente)




No el sol, sino la súbita bombilla pálida ilumina
la artificial materia de la muerte.

El espacio infinito de una sola agonía,
las repentinas formas rotas
en mil pedazos de vida violenta
sobre la superficie lívida del gris.

No el sol, sino la pálida
bombilla eléctrica del frío
horror que hizo nacer
el gris coagulado de Guernica.

Nadie puede tender sobre tal sueño
el manto de la noche,
callar tal grito,
tal lámpara extinguir
que alumbra
la explosión de la muerte interminable,
la cámara interior donde no puede
reposar ni morir en el gris de Guernica
la memoria.



(del poemario "Interior con figuras" ,19769)


HABLEMOS, HIJO, CON ESE HOMBRE (de Santiago Elso Torralba)




Hombre moribundo, 1844
Museo de Orsay.
 Gustave Courbet





























Antes que a ti, la aurora vio estas cosas:
Cartago, Roma, Egipto, Babilonia.
La arena de sus ruinas testimonia
que las naciones corren presurosas 
hacia su fin, y no como las rosas,
cuyos pétalos caen con parsimonia
y mueren sin temor ni ceremonia.
Repleto está el futuro de copiosas
formas que morirán también. Es vana
la pesadumbre, que te sientas triste
de no verlas. A tí que ya perdiste
la caudalosa noche del ayer,
¿qué ha de importarte que no puedas ver
la aurora inagotable del mañana?



(del poemario "Descripción de cuadros para Guillermo")

RETRATO DEL POETA JEREMÍAS DE DECKER - Rembrandt- (de Fina García Marruz)



Ah, Maestro! He aquí que comparezco
ante ti y tiemblo un poco. Con un alto
sombrero me tratas y sus anchas
alas ocultan demasiado mi frente,
mis ojos, que han mirado hoy los tuyos,
tan fatigados de mirar.
Ya no hay en ti arrogancia,
ni aquel aire bizarro de los lienzos
en que de joven te pintaste
En rostro de hombre, jamás viera
mayor dolor. Pero con humilde,
con vaporoso gorro blanco de tela,
ladeado levemente, con tristeza gentil,
anciano miras el socavón del tiempo
que has logrado trampear, después de todo,
con la astucia del arte, travesura
de ese punto de luz en tu nariz.

Y hurtando mi mirada
bajo el sombrero, oscureciendo
mi estupor, palideciendo el rojo
de mis labios, que nada
aciertan a decirte, intensificas
los blancos , en el cuello
de mi traje, a pinceladas
recias, calladas, solamente.

PIETER BRUEGHEL, “EL CENSO DE BELEN” (de Miguel D'ors)








Él, que pudo parar el Universo
y entrar con clamoroso cortejo de prodigios
en nuestra historia, prefirió ocultarse
en los comunes trámites de un vientre
de mujer y en el paso gris de una burra sobre
la nieve embarrizada de una tarde
anónima.
                   Ved cómo va acercándose
a nuestra estirpe sin quebrar ni una
ramillas de ese invierno, cómo se va mezclando
con nuestros menesteres: cobertizos,
juegos de niños, carros,
familias y costumbres.
                                           No muy lejos
habrá un pesebre tibio. Nacerá
un niño más.
                         Y Dios cruzará el tiempo
rozándose con todas las cosas de los hombres.

NIGHT WINDOWS -Edward Hopper- (de Ramón Cote Baraibar)

 


A medianoche,
una luz encendida en lo alto

de un edificio
es un imperio.

La orfandad de ese involuntario
faro

es una solitaria prueba de la vida.

 
Night windows
Edward Hopper


MORANDI (de Severo Sarduy)



Una lámpara. Un vaso. Una botella.
Sin más utilidad ni pertenencia
que estar ahí, que dar a la consciencia
un soporte casual. Mas no la huella

del hombre que la enciende o que los usa
para beber: todo ha sido blanqueado
o cubierto de cal y nada acusa
abandono, descuido ni cuidado.

Sólo la luz es familiar y escueta,
el relieve eficaz; la sombra neta
se alarga en el mantel. El día quedo

sigue el paso del tiempo con su vaga
irrealidad. La tarde ya se apaga.
Los objetos se abrazan: tienen miedo.

TENTACIONES (de José Pérez Olivares)q





Contemplo el Jardín de Hieronymus.
En él no pasa el tiempo
y las criaturas se mueven improvisando una danza que parece un rito.
Todas están desnudas, con la palidez que el arte concibe.
También hay animales raros, frutos de carnosa pulpa,
floraciones que llenan los ojos
de una sustancia
                                suavemente mórbida.
Y está el goce y el erotismo de la carne
en todo su néctar.
Han pasado los siglos
y la lluvia cayó mil veces en los prados
donde la muerte, a cada instante,
cercena el fruto de la Creación.
No puede haber infierno entre tantas dulzura.
Las fronteras del arte no conocen edictos,
es el único país donde todo es posible:
dos orejas y un cuchillo simbolizan un falo,
esa flor de rosada textura, el pubis de una muchacha,
cierta pareja, encerrada en una esfera transparente,
la necesidad de amar
                                        lejos de traba sociales.
Miro el cuadro
y siento el frenesí que arde en cada figura,
cada gesto
donde hay algo denso y confuso,
algo que pondría en guardia
                                                     a todo buen inquisidor.
Disfruto de este orgasmo de colores
son seres entre humanos y bestiales.
Ante mis ojos
un hombre fornica con un extraño animal,
y una pareja, de raza diferente,
palpa con delicadeza
                                        la fruta de un árbol desconocido.
Aquí no existe nada ajeno,
nada que no hayamos visto
en este otro jardín,
                                  donde dada día, cada minuto,
nos acariaciamos y mordemos
con la oscura y terrible inocencia
de los eternos condenados.


PARA EL CREPÚSCULO DE MICHELANGELO (de Ramón Gaya)


I

Parece que llegaras, desasido
del cuerpo de la piedra, a doblegarte,
a pasar de este lado, a formar parte
de este mármol de acá, más dolorido,

que es la carne del hombre, y convertido
ya en un ser como todos, recostarte
-rota ya la materia, roto el arte-
en tu propio desnudo atardecido.

Parece que vinieras, liberado
de lo eterno, a mezclarte con los otros,
a caer en la vida y disolverte.

Al borde de un abismo te has quedado:
ya no puedes bajar hasta nosotros,
ni a tu centro de piedra devolverte.


  II

Te quedas en lo alto, suspendido
-como un duro celaje ensimismado-
y parece que así, más sosegado,
ya no quieras bajar, que arrepentido

de ser vida o ser mármol sin sentido,
quieras ser ese enigma apretujado,
ese nudo, ese nudo entrelazado
de piedra y animal; así tendido

en la tímida curva de un declive
-como un cielo parado y consistente-
se diría que callas, perezoso.

Eres algo que vive y que no vive.
Ni eterno ni mortal: eres presente
sucesivo, ya quieto, aún tembloroso.

Crepúsculo y Aurora
Miguel Ángel




PERRO DE GOYA (de David Huerta)



De su perfecto hocico saldrá, cuando menos lo esperemos,
un murmullo de Eclesiastés.

De su pelaje temerario saltarán las chispas
de las Revelaciones. Ángeles y arcángeles
como gatos ciclópeos, asustadizos y, por eso mismo, tiránicos,

serán conducidos a los callejones salvíficos
y a los pasillos del oprobio punitivo
por la mansedumbre de este can visionario.

Hundido en el nacimiento de los colores
como en un prado sublime, este animal

ha visto los desastres de la guerra,
los caprichos de la razón,
extraños frutos en los árboles,
los calderos y gritos de los aquelarres.

Perro pintado: eres hermano del Kraken
y primo del Unicornio. Y eres igual a decenas
de millones de perros, hermanos tuyos
de color amarillo, famélicos, espejo
de la pobreza, el desamparo y el ejército
industrial de reserva.

Perro de Goya: estabas en España
durante los fusilamientos
de mayo, y seguías a las tropas napoleónicas
por las accidentadas geografías de los antiguos godos
y de los romanos intemperantes
—y escuchabas los discursos sobre la Igualdad,
la Fraternidad, la Libertad, todo ello
encajado en los penachos de los húsares y ondeante
en las banderolas y en los uniformes.

Perro hecho de sangre: circulas con un gesto rojo
por las ciudades y por los campos, glóbulo ardiente
de la perpetua canícula pasional; recorres sin cansancio
las orillas de los bosques y de las fábricas, de las escuelas
y los laboratorios científicos. Y observas
el incesante trasiego de tus supuestos amos,
de tus mejores amigos, según sentencia
invertida y atrozmente falaz
de la sabiduría popular. Pero sabes morder
y ladras o lates con furia digna de un dragón
y con porciones enormes de fuego
en la fragua de tu corazón desamparado.

Una tarde llena de magia y de alcoholes quemantes,
José Revueltas te dirigió la palabra junto a tu tribu
en el Parque Hundido. Nunca lo olvidarás:
de aquel discurso revolucionario has dado cuenta
al mismo Goya, en su cielo.

Veo tu paso y sospecho en ti una cojera heroica.
Veo tu silueta neblinosa junto a los burros
y las gallinas. Veo tus andanzas por los ranchos,
en los campos labrantíos, a un lado de Miguel Hernández.
Veo tu modo de cruzar las patas delanteras,
a imitación de los gatos: módica forma de la elegancia
en el muestrario de las conductas zoológicas.
Veo sin la menor duda la razón
por la que Giorgio Manganelli ha descubierto
tu naturaleza celestial: pareces caído
de la estrella Sirio para confundirte entre
los cuerpos humanos,
entre el escándalo de las concentraciones, miserias
y esplendores de la megalópolis.
Veo tu cola como una trenza dibujaba por Jim Dine
y me estremezco, pues ha sido cortada
por el paso raudo de un automóvil
o por la acción inicua de un machete torpemente blandido
por un canalla ocioso. Veo tu modo de tener pesadillas
entre centellas y velocidades y masas de impactos
y objetos contundentes o punzocortantes.

Perro de Goya: acércate, enséñame lo que sabes
a cambio del mendrugo devoto
de este poema que ahora termina,
junto al poema de tu hocico, esa presencia conmovedora.

YO SOY GOYA (de Andrei Voznesensky)




Yo soy Goya
del campo yermo, excavado por el pico de escoplo del enemigo
hasta que los cráteres de mis ojos se abran
Estoy triste

Soy la lengua
de la guerra, las ascuas de ciudades,
sobre la nieve del año 1941
Estoy hambriento
Soy el gaznate
de una mujer colgada cuyo cuerpo como una campana
oscilaba sobre una plaza desierta
Yo soy Goya

¡Oh uvas de la ira!
¡He lanzado hacia el oeste las cenizas del visitante no invitado!

y como clavos martillé estrellas entre el memorioso firmamento
Yo soy Goya

El TURNER DE EGHAM HILL (de Miguel D’ors)

(“Van Tromp Going abaut to Please His Masters, Ships at Sea, Geetting a Good Wetting”)



























Ya nada significan vuestros nombres, y aquellas
horas de ardiente audacia se perdieron
en el olvido. (Injusto, el tiempo iguala
hazañas y derrotas).

Pero sabed que aquello no fue vida
vivida en vano; por aquel arrojo
existe para siempre
esta atmósfera de oro que parece una música.

LA ANUNCIACIÓN (de Santiago Elso Torralba)




La Anunciación
Lorenzo Lotto, ha. 1527
 








Opino lo que el gato, pues coincide
mi humano asombro con su sobresalto.
Ha dado el ángel su glorioso salto
final. Rodilla en tierra, se despide
el saltimbanqui de sus fans y de
los niños. “¡Pero no se vayan, alto,
aún queda por caer sobre el asfalto
nuestro mejor acróbata!”, nos pide
esa ayudante con el mudo gesto
de sus manos. “Volando hacia la pista,
desde la carpa salta el trapecista
con capa y de cabeza. Está dispuesto
a hacer aquí un mortal de campeonato”.
Guille, no sé, yo opino… lo que el gato.














(del poemario inédito "Descripción de cuadro para Guillermo")

NÚMERO EQUIVOCADO (de Wislawa Szymborska)



Sonaba el teléfono en la galería de pintura,
sonaba en la sala vacía a media noche;
si alguien durmiera aquí, sin duda se despertaría,
pero aquí hay sólo profetas insomnes,
sólo algunos reyes palidecen por la luna
y, conteniendo el aliento, miran todo con indeferencia.
Y la esposa del usurero en aparente movimiento
precisamente hacia ese sonoro objeto en la chimenea,
pero, no deja su abanico,
como los demás se aferra a su inactividad.
Altivamente ausente, con mantos o desnudos,
desechan inadvertidamente la alarma nocturna,
en la que hay más sentido del humor, lo juro,
que si del marco saltara el mismísimo mariscal de la corte
(al que , por otra parte, sólo el silencio le suena en los oídos).
¿Y eso que alguien allá en la ciudad desde hace un rato
tengo ingenuamente el auricular puesto en la sien
después de haber marcado el número incorrecto? Vive,
luego se equivoca.

SASKIA COMO FLORA – Rembrandt- (de Fina García Marruz)




-¡Por dios, ésta mi hija,
mi Saskia, así vestida!
¡Que a estas santas horas
de la mañana, cuando enmarañado
su cabello, por la faena, inclínase
hacia el suelo, a lustrar bien
las losas, se haya dejado
pintar, entre esas sedas
y damascos!

                         ¡Y la infeliz empuña
su cetro en una horas!
¡No está bien, no, que le llene
a mi Saskia la cabeza
de esas ávidas flores
tan regaladamente entretejidas!
¡Deje, deje a mi Saskia,
que no es Flora, ni diosa
que lo parezca!

               – Ah, que a su juventud
no ha parecido raro, mi Señora,
aceptarlo!
                   Mira con cuánta
tímida gracia se recoge el manto,
que apunto de ser madre de una
diosa parece su doncella!
                 Sólo es leve su asombro.

BLANCO Y NEGRO (de José Pérez Olivares)



Cuadrado blanco sobre fondo blanco
Kassimir Malevitch


















Lo objetivo carece en sí de significado....
K. M.
1


Quizás la vida sea
un poco de blanco sobre blanco,
y un poco también de negro sobre negro.
Lo demás
consiste en imaginar cosas,
creer que una verdad
cabe en el cuerpo de una mancha
(una blanca, impoluta y eterna mancha).

Malévitch supo
que todo cuanto existe cabe en una pincelada.
Que no es necesario su reflejo
porque las cosas que rodean al hombre
   son lo que son,
y no necesitan ser confirmadas
   en el espejo de un lienzo.

Pero sabía también
que es difícil convencer a los ciegos,
a quienes nunca verán
otra cosa que las mismas cosas.
Por eso, en su cuadro Blanco sobre blanco,
   algunos no ven nada.
Y es porque nada hay allí.
   Nada que no sea
la luz del sol, el canto de los pájaros
    y la fe ciega del hombre.


2

Mirar hacia la noche
es como ver un cuadro de Malévitch.
Cuadro sin luna y sin estrellas
en el que lo grandioso es la oscuridad,
ese gran plano negro
en el que uno parece caer
sin llegar nunca a tocar fondo.

La noche es como un inmenso cuadro
   –un cuadro infinito–
de aquél que lo redujo todo
   a una síntesis.
Un hombre que nos hizo ver las cosas
    no como cosas,
sino como ideas plasmadas en el aire.
Y cuando las ideas se plasman en el aire,
    hay quien siente miedo
de percibirlas en su escueta inmensidad.

A mí me gusta ver la noche como la vio Malévitch,
imaginarla como un gran plano negro
   sobre el que apenas
puede divisarse otro más negro,
como un extraño agujero
en la vasta soledad de la Nada.

Cuadrado negro, 1913
Kazimir Malévich

TE HACES LLAMAR CIRCE... (de Natalia Alatzas Fernández)



 Circe ofreciendo una copa a Ulises, 1891.
J.W. Waterhouse




Te haces llamar Circe.
Estiraste el brazo
ofreciendo una copa de vino.
El viento fuerte soplaba.
Tras de ti un espejo
donde se reflejaba mi mano
aceptando tu obsequio.
Ahora soy bestia.
Solo quedaron
tus grandes ojos
y mi corazón de cerdo.

Que buscan la próxima víctima
Que sufre por tu dulce trampa.

LAS HILANDERAS (de Mª Tecla Portela Carreiro)



























Nunca la hilatura fue más fina:
ni en la telas de las míticas arañas.

¿Qué lino, cáñamo, algodón
o lana,
urdisteis, mujeres,
ese día?
¿Qué seda?

¿Qué hora os sorprendió
en vuestra hilanza?
¿Qué luz se dio a sí misma
en vuestra rueca?

Os disputan los dioses su pretexto:
mas el mito es sólo vuestra sombra
estambrada ya para el misterio.







A ANTONIO MOHEDANO PIDIÉNDOLE QUE PINTE A SU DAMA (de Pedro de Espinosa)




Pues son vuestros pinceles, Mohedano,
ministro del más vivo entendimiento,
almas que le dan vida al pensamiento
y lenguas con que habla vuestra mano,

copiad divino un ángel a lo humano
de aquella que se alegra en mi tormento,
porque tenga a quien dar del mal que siento
las quejas que se lleva el aire vano.


Cuando el original me diere enojos,
quejaréme al retrato, que esto medra
quien trata amor con quien crueldades usa.


Mas temo que quedéis, viendo sus ojos,
como quien vio a Campestre, o a Medusa:
enamorado, o convertido en piedra.

EL HOMBRE DE LA GUITARRA AZUL (de Wallace Stevens)

 
 
El viejo guitarrista
(Pablo Picaso)
  





































I.

El hombre abrazó su guitarra azul,
un sastre vulgar. El día era verde.

Le dijeron: «tu guitarra es azul;
y no tocas las cosas como son».

Dijo el hombre : «Las cosas como son
pueden cambiar en la guitarra azul».

Le dijeron: «Mas toca una canción
que sea nosotros aunque nos rebase

una canción en la guitarra azul
de las cosas exactas como son».


II

No puedo convocar un mundo entero,
no obstante lo remiendo como puedo.

Yo canto el busto de un héroe con ojos
grandes, broncíneo, barbudo: inhumano

no obstante lo remiendo como puedo
y con su ayuda casi alcanzo al hombre.

Si tocar casi al hombre serenatas
es evitar las cosas como son,

decid entonces que es la serenata
de un hombre solo a la guitarr azul.


III

Pero tocar al que es número uno,
atravesar con el puñal su pecho,

exponer en la tabla su cerebro,
distinguir y tocar sus tomos acres,

clavar su pensamiento en el portón,
a lluvia y nieve abriéndole las alas, 

golpear sus vivos holas y sus risas
y tocarlo, atacarlo, realizarlo,

percutirlo desde un salvaje azul
con las sonaras cuerdas de metal...


IV

¿Es esto la vida? ¿Las cosas como son?
Toma su rumbo en la guitarra azul.

¿Un millón de personas en una cuerda?
¿Y toda su clase atada a esa cosa.

y toda su clase, recta e incorrecta,
y toda su clase, poderosa y débil?

las emociones claman, locas, cucas,
cual zumbido de msocas en la brisa,

la vida es, pues: las cosas como son,
ese zumbido en la guitarra azul.


...

(el poema consta de 33 fragmentos en total ; aquí aparecen los 4 primeros)



ORTEGA MUÑOZ, “LA PUERTA Y EL BURRO” (de Miguel D`ors)



La puerta y el burro
Godofredo Ortega Muñoz


Un torpe muro de
piedras amontonadas.
Un burro atónito.
Una desvencijada
puerta vieja. Un retazo
de tierra despiadada
y un cielo pobre.
                                 Negro,
gris, ocre.
                     Casi nada:
tu pincel extremeño
es de pocas palabras.

Pero con qué elocuencia
nos ha pintado España.

CAPTADO EN PARIS -Montparnasse, 1935- (de Eduardo Chirinos)

SEÑOR, amable señor, dibuje usted la cara de mi novia,
pero quítele los ojos y procure obviar la boca. Me pertene-
cen, amable señor, y sé que si usted la dibujara sentiría como
si algo de ella se perdiera para siempre en la inmovilidad del
cuadro.

FÁBULA DE JOAN MIRÓ (de Octavio Paz)


El azul estaba inmovilizado entre el rojo y el negro.
El viento iba y venía por la página del llano,
encendía pequeñas fogatas, se revolcaba en la ceniza,
salía con la cara tiznada gritando por las esquinas,
el viento iba y venía abriendo y cerrando puertas y ventanas,
iba y venía por los crepusculares corredores del cráneo,
el viento con mala letra y las manos manchadas de tinta
escribía y borraba lo que había escrito sobre la pared del día.
El sol no era sino el presentimiento del color amarillo,
una insinuación de plumas, el grito futuro del gallo.
La nieve se había extraviado, el mar había perdido el habla,
era un rumor errante, unas vocales en busca de una palabra.

El azul estaba inmovilizado, nadie lo miraba, nadie lo oía:
el rojo era un ciego, el negro un sordomudo.
El viento iba y venía preguntando ¿por dónde anda Joan Miró?
Estaba ahí desde el principio pero el viento no lo veía:
inmovilizado entre el azul y el rojo, el negro y el amarillo,
Miró era una mirada transparente, una mirada de siete manos.
Siete manos en forma de orjeas para oír a los siete colores,
siete manos en forma de pies para subir los siete escalones del arco iris,
siete manos en forma de raíces para estar en todas partes y a la vez en Barcelona.

Miró era una mirada de siete manos.
Con la primera mano golpeaba el tambor de la luna,
con la segunda sembraba pájaros en el jardín del viento,
con la tercera agitaba el cubilete de las constelaciones,
con la cuarta escribía la leyenda de los siglos de los caracoles,
con la quinta plantaba islas en el pecho del verde,
con la sexta hacía una mujer mezclando noche y agua, música y electricidad,
con la séptima borraba todo lo que había hecho y comenzaba de nuevo.

El rojo abrió los ojos, el negro dijo algo incomprensible y el azul se levantó.
Ninguno de los tres podía creer lo que veía:
¿eran ocho gavilanes o eran ocho paraguas?
Los ocho abrieron las alas, se echaron a volar y desaparecieron por un vidrio roto.

Miró empezó a quemar sus telas.
Ardían los leones y las arañas, las mujeres y las estrellas,
el cielo se pobló de triángulos, esferas, discos, hexaedros en llamas,
el fuego consumió enteramente a la granjera planetaria plantada en el centro del espacio,
del montón de cenizas brotaron mariposas, peces voladores, roncos fonógrafos,
pero entre los agujeros de los cuadros chamuscados
volvían el espacio azul y la raya de la golondrina, el follaje de nubes y el bastón florido:
era la primavera que insistía, insistía con ademanes verdes.
Ante tanta obstinación luminosa Miró se rascó la cabeza con su quinta mano,
murmurando para sí mismo: Trabajo como un jardinero.

¿Jardín de piedras o de barcas? ¿Jardín de poleas o de bailarinas?
El azul, el negro y el rojo corrían por los prados,
las estrellas andaban desnudas pero las friolentas colinas se habían metido debajo de las sábanas,
había volcanes portátiles y fuegos de artificio a domicilio.
Las dos señoritas que guardan la entrada a la puerta de las percepciones, Geometría y Perspectiva,
se habían ido a tomar el fresco del brazo de Miró, cantando Une étoile caresse le sein d’une négresse.

El viento dio la vuelta a la página del llano, alzó la cara y dijo, ¿Pero dónde anda Joan Miró?
Estaba ahí desde el principio y el viento no lo veía:
Miró era una mirada transparente por donde entraban y salían atareados abecedarios.

No eran letras las que entraban y salían por los túneles del ojo:
eran cosas vivas que se juntaban y se dividían, se abrazaban y se mordían y se dispersaban,
corrían por toda la página en hileras animadas y multicolores, tenían cuernos y rabos,
unas estaban cubiertas de escamas, otras de plumas, otras andaban en cueros,
y las palabras que formaban eran palpables, audibles y comestibles pero impronunciables:
no eran letras sino sensaciones, no eran sensaciones sino Transfiguraciones.

¿Y todo esto para qué? Para trazar una línea en la celda de un solitario,
para iluminar con un girasol la cabeza de luna del campesino,
para recibir a la noche que viene con personajes azules y pájaros de fiesta,
para saludar a la muerte con una salva de geranios,
para decirle buenos días al día que llega sin jamás preguntarle de dónde viene y adónde va,
para recordar que la cascada es una muchacha que baja las escaleras muerta de risa,
para ver al sol y a sus planetas meciéndose en el trapecio del horizontes,
para aprender a mirar y para que las cosas nos miren y entren y salgan por nuestras miradas,
abecedarios vivientes que echan raíces, suben, florecen, estallan, vuelan, se disipan, caen.

Las miradas son semillas, mirar es sembrar, Miró trabaja como un jardinero
y con sus siete manos traza incansable —círculo y rabo, ¡oh! y ¡ah!—
la gran exclamación con que todos los días comienza el mundo.

LA SANTA CENA –JUAN DE JUANES, MUSEO DEL PRADO- ( de Luis Bagué Quílez)




La santa cena, 1560
Museo del prado
Juan de Juanes























A mi abuela, que pintó "La Santa Cena" de Juan de Juanes
y la expone cada día en nuestro comedor.

Está colgado allí, sobre el pasado.
Los apóstoles miran con desgana
los programas de la televisión,
o puede que contemplen
aquella galería de retratos,
mueble inútiles, supervivientes
de tantas travesías y mudanzas
que han cambiado la piel del calendario.

Me pregunto qué misteriosa fe
le exigió capturar cada mirada,
la exactitud del gesto, la expresión
de un asombro sereno
que fija en los rostros como el frío,
con un claridad de foto antigua.

Hoy he vuelto a aquel cuadro,
en la penumbra del museo,
pero ya eran distintas la vida y el paisaje.
Las figuras del lienzo
apenas conservaban esa extraña dulzura
con que asocio la escena desde niño.
Me sorprende la sonrisa burlona
de un Judas que ha borrado
toda la compasión de sus facciones
y se aferra a la bolsa donde brillan
unas pocas monedas.
Incluso las torpezas me parecen
aquí mucho más nítidas:
los trazos excesivos de los rostros,
la difusa aspereza de la luz
o la desproporción
de los desnudos pies de Jesucristo.

Y quizá va forjándose
en mí la misma trampa:
pretender atrapar el vuelo de las cosas,
su frágil apariencia,
como si no existiese ninguna realidad
distinta a las palabras.

Aunque sigo creyendo en la dudosa ley
que me permite
imaginar tu rostro en estos versos
y repetir tu voz entre las sombras,
ajeno a esa otra voz que ahora pronuncia:
calcar la perfección fue siempre una quimera.