LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

LA DERELITTA - Botticelli- (de Aníbal Núñez)

La derelitta, 1495
Palacio Pallavicini Rospigliosi, Roma
Sandro Botticelli

Lienzos de la tragedia por las gradas
tendidas a cordel. Se han congelado
el rosa, el siena, el gris. Desventurado
el que tiene las puertas clausuradas.

Clausuradas están. Soñar espadas
contra el bronce tenaz es un pecado
de inocencia. No hay llave ni candado
que te abran paso al Reino de las Hadas.

No te tapes la cara: nada puedes
hacer contra la faz del abandono
si ya pasó el umbral de tus retinas.

Por más que trates de abolir el trono
de la ausencia con llanto, las paredes
del dolor ya han formado cuatro esquinas.

LE SOMMEIL, DE GUSTAVE COURBET (de Cristina Peri Rossi)

 
El sueño, 1866
Gustave Courbet
























Si el amor fuera una obra de arte
yaceríamos todavía desnudas y dormidas
la pierna sobre el muslo
la cabeza sobre le hombro -nido-
resplandecientes y sensuales
como en Le sommeil de Courbet
cuya belleza contemplanos extasiadas
una tarde, en Barcelona
("Salimos de una cama para entrar en otra",
dijiste).

No hubiéramos despertado nunca
ajenas al paso del tiempo
al transcurso de los días y de las noches
en un presente permanente
de tiempo paralizado
y espacio cristalizado.

Quise vivir en el cuadro
quise vivir en el arte
donde no hay fugacidad
ni tránsito.

Pero se trataba sólo del amor
no del cuadro de Courbet
de modo que despertamos
y era el ruido de la ciudad
y era el reclamo de la realidad
los crueles menesteres
-las pequeñeces de las que habló Darío-.

Se trataba sólo de amor
no del cuadro de Courbet
de modo que despertamos
y eran los teléfonos las facturas
los recibos de la luz la lista del mercado
especialmente era lo fútil,
lo frágil, transitorio,
lo banal, lo cotidiano
eran los miedos las enfermedades
las cuentas de los bancos
los aniversarios de los parientes.

Dejamos solas
abandonadas a las bellas durmientes
de Courbet

solas
abandonadas en el museo
en las reproducciones de los libros.

Se trataba sólo de amor
es decir, de lo efímero,
eso que el arte siempre excluye.


SER ARTISTA (de Jorge Eduardo Eielson)



Es convertir un objeto cualquiera en un objeto mágico.
Es convertir la desventura, la imbecilidad y la basura en
un manto luminoso.
Es una enfermedad deslumbrante.
Es saborear el futuro, oler la inmensidad, palpar la soledad.
Es mirar, mirar, mirar, mirar.
Es escuchar el canto de Giotto.
La sonrisa de Leonardo.
El sollozo de Van Gogh.
El grito de Picasso.
La perfección de Mondrian.
El silencio de Duchamp.
Es desafiar a la razón, a la sociedad,a la época, a la muerte.
Es tener mujer e hijos como si fueran telas y pinceles.
Es tener telas y pinceles como si fueran armas de combate.
Es tener armas de combate como si fueran tubos de colores.
Es tener tubos de colores como si fueran pájaros vivos.
Es pintar el cielo estrellado como si fuera un basural.
Es pintar un basural como si fuera el cielo estrellado.
Es vivir como un príncipe, siendo solamente un hombre cualquiera.
Es vivir como un hombre cualquiera, siendo solamente un príncipe.
Es jugar, jugar, jugar, jugar.
Es cubrirse la cabeza de azul ultramar.
Es cubrirse las manos de amarillo de cadmio.
Es cubrirse el corazón de rojo escarlata.
Es jugarse la vida por una pincelada.
Es despertar todos los días ante una tela vacía.
Es no pintar nada.



VINCENT (de Jorge Eduardo Eielson)


Lo único que sabemos de Vincent
Es que nunca dormía
Ni comía ni bebía ni amaba
Y que su vida era un misterio. Sabemos
Que tenía ojos y botines enormes
El estómago vacío y el corazón
En el suelo. Que se pasaba las noches
Mirando y mirando una estrella
Sabemos también
Que para él nada era oscuro
Ni tampoco sencillo
Que su pincel no era un pincel
Sino un pájaro vivo
Que lo llenaba de pavor y de alegría
Pero nada sabemos
De su sexo ni de su pobre frente
Repleta de luz como un diamante
Vincent decimos con amargura
No era como nosotros
Criaturas cubiertas de sombra
Nietos de un esplendor
Que ya no existe. Pero tampoco él
Nos devolvió el fulgor perdido
La santidad de su arte
No nos libró del mal
Ni de los trapos sucios
De la vida. Nos deja solamente
Sollozos       cuervos         girasoles
Una oreja cortada y una pipa de madera
La destartalada luz de sus zapatos
Nos deja su mirada pura
El cielo brillante de Arles
Y una silla amarilla.

No es mucho probablemente
Pero desde entonces
La noche estrellada
No es obra de Dios sino de Vincent



RETRATO DE DANTE -Lectura de Vasari- (de Juan Manuel Roca)


Retrato de Dante por Giotto
El arte
Era brutalmente sepultado
Por el teratológico
Caballo de la guerra.
Y apareció Giotto.
Llegó con su hágase la luz
Y hágase la sombra
Tras los escombros del sueño
Y las penurias del amanecer.
Cuando Giotto pintó a Dante
Con sus ojos de brujo
Y su perfil de gárgola,
Se alejó del Círculo
De los traidores
Que limpian sus cuchillos
En el púlpito de Luzbel.
Dante fue al exilio.
Giotto lo escondió
En una pared de de su taller.





Nota:  Giorgio Vasari, en sus Biografías (Vite, I, 5), describe así la relación entre Giotto y Dante:

"Giotto fue tan imitador de la naturaleza que en su época desterró completamente aquella torpe manera griega, y resucitó la moderna y buena arte de la pintura, e introdujo el retratar al natural las personas vivas, que desde hacía muchos centenares de años no se usaba. Por lo cual, aún hoy en día se ve pintado, en la capilla del palacio del Podestà de Florencia, el retrato de Dante Alighieri, coetáneo y amigo de Giotto, que amó por las excepcionales dotes que la naturaleza le había dado."

LOS NENÚFARES DE MONET (de Jesús Górriz Lerga)


























Absorto ante la tela, contemplo este prodigio
que hizo el viejo pintor en el jardín risueño
de Giverny y, en trance de consagrar la magia,
de hacer este milagro acariciado y limpio
que elevó a las ninfeas a su cénit de gloria.

Agradecido, dejo que mis ojos se gocen
con estas flores puestas en el puro silencio
de un verdor sosegado, dormido en el estanque
del jardín, en la tarde de un otoño dorado,
y avive en su regazo el esplendor radiante
de un nácar luminoso dibujando las flores
que seducen el aire y brillan de tan limpias
en el cristal dispuesto para alzar su armonía.

Flotando en la ternura del agua que se empeña
en mantener en vilo la gracia inmaculada
de la flor que se posa, se ofrece y se confia
ofrendada a la vista del ojo iluminado.

¡Oh, tú pintor poeta, creador de las luces,
en tu trazo de ensueño nos mostraste las flores
extasiadas y puras, de un palor desmayado,
como expuestas al dulce mirar de la mirada
que habría de acogerlas forzosamente al punto,
cual caricia amorosa mantenida en los ojos,
besándomos la luz de tus blancos y rosas,
esa armoniosa luz con que brilla entre nubes
cualquier atardecer de finales de octubre.

¡Oh, tú, Claudio, maestro, pincel enamorado,
poeta luminoso de cuantas luces brillan,
resuelto ya a dejarnos tu postrer testamento,
nos dejaste estas bellas ninfeas deslumbrantes,
lucientes como estrellas encendidas por siempre,
como constelaciones de un color tan genuino
que parecían todas brotadas de lo eterno.




MUJER EN AZUL LEYENDO UNA CARTA (de Jesús Górriz Lerga)


Mujer leyendo una carta, 1663
Johannes Vermeer



Es un silencio mate,
denso, domesticado,
este que nos ofrece
la mano prodigiosa
de Vermeer. Un silencio
y una quietud que ampara
la inquietante lectura
de la mujer que pone
(¿amor, duda, tristeza?)
su caricia en el pliego
que sostiene en sus manos.

(Delf atardece fuera,
palideciendo el oro
de la luz que declina).

ANTE LA PIETÀ RONDANINI (de Jesús Górriz Lerga)



Rondanini Pietà,1564
Miguel Ángel

Esa desolación, ese vacío,
ese quedarse el alma en un inerte
páramo de silencio que convierte
la luz en luto y el dolor en frío.

Esa orfandad de Madre en el baldío
desierto de tristeza que no vierte
más que una soledad, cumplida muerte
como una desazón en desafío.

Ese desvalimiento es el que muestra
tu cara desolada y aterida
de hielo conturbado, en el momento

en el que Miguel Ángel, con maestra
mano de viejo artista, vio cumplida
su ansia de ver plasmado el sufrimiento.

LA MUJER BARBUDA (de Dionisio Cañas)



Magdalena Ventura con su esposo e hijo, 1631
José de Ribera
















































Esta mujer llamada Magdalena Ventura,
barbuda y triste, atrapada en unas manos rudas,
condenada, o liberada, de una vida monótona,
dándole de mamar a su último hijo
de los siete que tuvo con sus dos maridos.

Esta mujer en la que entro para verme,
desde mi nacimiento hasta su muerte,
desde los Abruzos, en el Reino de Nápoles,
hace tres siglos, cuando empecé a nacer,
hasta algún punto oscuro, hasta un lugar de Manhattan
donde la luz desaparece de sus ojos.

Esta mujer que vive en el reino de las tinieblas.
Esta mujer que fue el Centro de la noche de la Razón.
Esta mujer que ahora busca en la borrachera su perdida alegría.
Ésta, la expulsada, la absurda, la ridícula mujer barbuda.

Yo, esta mujer , que a los 37 años vi cómo me crecía la barba, sin saber por qué, para el espanto de mi esposo, para la admiración de la Corte de España. Yo, esta mujer, que fui pintada por José de Ribera como si fuera un monstruo, una rareza, un milagro sin explicación, una ninfa con barba, sirena de pelo en pecho, asalto a la razón bien pensante, hecha a propósito para el placer de una monarquía cabrona. Yo, esta mujer, este insólito hombre con tetas, esta coño inexplicable para el ojo de la ciencia que me mira sin poder darme un lugar entre los seres normales, sin poder arrojarme al foso de los animales, sin poder encerrarme en las mazmorras de la locura.

Ahora miro al artista, al asaltante, al que me roba la vida armado de un pincel, pintándome por encargo y sin amor, documentando este meleficio de la Naturaleza, esta rara ave venida de un cielo trastornado, de un Dios que nos engaña enseñándonos el rostro de la fealdad del mundo, fascinándonos con un cuerpo, con un cuadro hecho para que se mueran de risa los que se enfrentan a la última hora rodeados de enanos y bufones, esperando no se sabe qué extraña salvación.

Yo, esta mujer. Ribera me pintó flotando sobre la sombra de mi vestido, con mi marido detrás, inquieto, apretándose las manos, sabiendo que me amaba de cualquier manera, esperando paciente que por los caprichos de un monarca Ribera retratara nuestra más íntima desolación, nuestra insólita existencia, para el asombro de los demás.

Yo, esta mujer, que a nadie pedí la vida, que tuve que esconderme desde pequeña para que no me pegaran porque jugaba como un niño, porque me dibujaba bigotes en la cara y besaba las niñas ofreciéndoles el reino de mi infancia.

Yo, esta mujer, que acarició a los hombres sabiéndome hombre, que me dejé poseer por mi marido para que no hubiera rumores, para tener hijos de nadie, para crear una perfecta y falsa familia mientras solitaria entraba en mis entrañas para saber quién era.

Yo, la mujer barbuda, la que sigo sin saber quién soy, la que quizás no quiera saber quién es, la que vive enamorada del mundo que la rodea, asqueada de una sociedad en la que sólo importa el oro sobre el oro, la lengua peluda de las famas, la indiferencia ante el horror del mundo, ante la terrible miseria de aquellos que saber que ser pobre no es ningún destino.

Yo, la mujer barbuda, el mosntruo que se va, la que se aleja de esta sociedad de mierda que me mira, y en mí se mira, y me va cerrando todos los territorios de la felicidad hasta quedar acorralada, sin luz, sin tiempo, sin lugar.

Yo, que ya sólo veo en ellos el vacío de sus miradas,
sus discursos que no me dicen nada,
desde este punto sin luz en el que estoy
más allá de la vida, más allá del cuadro de Ribera,
más allá de las políticas y de los poderes,
en el corazón de las palabras.

Yo, que he visto amanecer en el puerto de Nápoles
cuando los pescadores y los vagabundos me miraban y se preguntaban
si era un hombre, una mujer, o una caricatura del destino.

Yo, que he visto a mi marido besarme la barba, hurgar
con sus dedos los húmedos agujeros de mi cuerpo,
abrazar al doble de sí mismo...

Yo, que visto a mis hijos avergonzarse de mí,
huir de los demás para que no les arrojen a la cara
la verdad que no quieren mirar.

Yo, que visto el llanto de mis padres
preguntándose por qué les había tocado a ellos
engendrar este aborto de la Naturaleza, estre recuerdo del infierno.
Yo, la mujer barbuda, el astro dislocado de un Universo
que no sabe dónde va. Yo, la que romió las normas,
la hembra de los hombres, el hombre de la hembras.

Yo, la sin lugar, la que no sabe en qué sitio de la Historia
se torció mi destino para siempre, la enterrada
en la zona discreta del cementerio donde ocultan a los fetos sin voz.

Yo, Magdalena Ventura,
la culpable de todo, la atrapada en un cuadro,
aquí en Toledo, rodeada
por el fuego envenenado de la Religión,
vista y no vista, dándole de mamar a mi hijo absorto,
a él, que con sus ojos consulta los ojos de su madre,
a él, que también se ve perdido
en el el laberinto de la indentidades.
Yo, la mujer barbuda, serena y asustada, hombre y hembra,
manos de obrero, anillo de casada. Yo, la comprometida
con un destino sin fondo, más allá del bien y del mal,
allí donde la Historia es un hermoso cuento,
mariposa flotando sobre el mar de la dudas,
acariciando con sus alas la flor de un siglo que terminó tarde
en Nueva York, cuando ya creíamos que todo
                                   empezaba a irnos bien.


A LOS PIES DE LA ESTATUA DE LA LIBERTAD (de Milagros Salvador)


Estatua de la libertad, 1853.
Obra del escultor aragones Ponciano Ponzano, sufragada por los ciudadanos.
Nota: La Estatua de la Libertad neoyorquina fue realizada por Bartholdi para conmemorar el centenario de la independencia americana que se iba a realizar en 1876. Este símbolo de la emancipación y la libertad fue un regalo de Francia que llegó con diez años de retraso porque no se pudo inaugurar hasta 1886. Aunque la alegoría de la libertad en Madrid tiene dos metros de altura y la americana treinta y tres desde los pies hasta la corona, la Estatua de la Libertad de la capital española llevaba casi treinta años escrutando el cielo cuando la norteamericaca se colocó en la isla Bedloe, luego denominada “Liberty Island”. Hay quien dice que Fredéric Auguste Bartholdi se inspiró en ella para realizar la suya. Viendo ambas, parece que fue así.






























Bajo el inmenso cielo de azurita,
sobre un cilindro puro, miras al horizonte
con la quietud
que el mármol les regala a las  estatuas,
ocultas los deseos en los ojos
con el valor que añade el tiempo,
pasan las gentes por tu lado levantado la vista,
como si levantar quisieran
las cadenas que arrastran  los eslabones más oscuros,
tu  seno descubierto nos ofrece
la fe de lo posible,
alimento primario de esperanza,
y ese yugo vencido que se rompió a tu paso
añade otro mensaje a tu figura.
A tus pies una gata  reposa vigilante,
compartiendo contigo la utopía.


LUZ PROPIA ( de Antonio Cabrera)



San Sebastian curado por las santas mujeres, 1621
Jose de Ribera


Miren la luz de las figuras
de Ribera: procede de ellas mismas,
no está llegando de ninguna parte,
sentenció rutinariamente el guía.

Sus palabras flotaron entre los óleos tensos,
entre el fulgor preciso y asediado
de aquellas telas tenebrosas
y el lienzo
de mi desprevenida voluntad,
como una flecha blanda
cuya herida en la mente no habría de doler
pero nos duele.

Miré la luz que desprendían
aquellos cuerpos de temblor sellado.
Eran lo que reluce y sobrevive
una vez que ha vencido, más tenaz,
sobre la negación y su viscoso abismo.

Vi los semblantes de la beatitud,
los labios entreabiertos, la piel fría;
vi las manos que tocan
esa seda invisible de la gracia,
compensación del daño, alivio
para quienes se atreven a escuchar
el origen del eco, el germen del amor.

Dolientes focos de verdad inmóvil,
desde aquellas figuras emanaba
un brillo, una lección, un humo nuevo.

Yo quise retener unos instantes
el hontanar que eran, la limosna
que daban
                    - las monedas
con mi nombre grabado y mi relieve,
y la harina lustral con que amasarme-,

porque de esa luz propia que esparcián
yo podía extraer
-en favor de mi asombro, para mi pensamiento-
 el aroma visible de alguna claridad.



Prometeo, 1630
Jose de Ribera




BELLA DE CUELLO BLANCO (de Marina Aoiz Monreal)


Abría la ventana, y con Bella entraban
en mi cuarto azul de cielo, el amor
y las flores. Vestida toda de blanco
o de negro aparece desde hace ya tiempo
en todos mis cuadros como guía de mi arte.

Marc Chagall


Bella con collar blanco, 1917
Marc Chagall



Le amo como al sol y la poesía.
Mientras él, del alma de los ópalos y amapolas
pide prestados iridiscencias y rojos,
espío su hermosa nuca entre las flores del saúco.
Le amo como a la luna y la música.
Su violín que es un pincel, un trineo y una vaca
arrulla los espasmos de la guerra gris
y nuestros corazones de moras y frambuesas
proyectan la luz para la vida nueva.
Sólo hay un pan negro y nueces
en la alacena; y al otro lado de la calle
un rumor de pasos inquietos. Pero yo le amo
como al cielo lila y entre sus brazos
me crecen alas y tratas de manzana
y la vida es una frondosa enredadera
y un gallo de colores sobre el que cabalgo
confiada. Cuando a veces estoy triste
él me habla del azul consolador;
entonces sé que debo expandirlo,
ese azul, ese amor, el azul…
como semillas generosas a merced del viento.









Marina Aoiz Monreal, del libro Admisural. Ed. María del Villar Berruezo,
Tafalla 1998.

LA VENUS DEL ESPEJO (de Guillermo Diaz-Plaja)



La venus del espejo, hacia 1647-1651
National Gallery
Velázquez

























¿Quién trajo a esta magnolia reclinada
su casi desmayada melodía?
¿Qué guitarra de seda se ceñía
a la seda crujiente de su almohada?

¿Qué genio la cintura delicada
al esplendor de la cadera unía?
¿Cómo pudo el reflejo que fingía
recoger el calor de esa mirada?

La curva fugitiva de la espalda
cae sobre una sombra de esmeralda
que al duce peso se convierte en nido.

Y el amorcillo, dueño del reflejo,
sonríe al contemplar, tras el espejo,
el seno que Velázquez ha escondido.


EL BESO DE GUSTAV KLIMT -Primeras palabras de Dafne- ( de Javier Asiain)


El beso, 1907-8
Galerie Belvedere, viena
Gustav Klimt






































El mundo era un erial
La tierra estaba yerma
Y el cielo del color de los infiernos
de Dante en su Divina Comedia
Toda hacía suponer que pereceríamos pronto
Cuando de repente me besaste
Y se hizo la luz y creció la tempestad
e irrumpió como un gemido
la fabulada madreselva
Y el agua acarició el milagro entre la grieta
Y el abismo comenzó a girar violento en pos de un sólo punto
hasta reproducir la danza
y el idioma magnético
y la noche tribal
y el mercurio solar de los enaltecidos
y el planeta para siempre se habitó de vida nueva
y de savia bruta y de colores fantásticos en suspensión
entre tus labios y mis labios

Entre mis labios y tus labios



BOCCA DELLA VERITÁ -Santa María in Cosmedin- ( de Ole Wivel)


Boca de la verdad 
 Colocada en la pared del pronaos de la Iglesia
Santa María in Cosmedin en Roma, 1632.

¿Qué ocultaba el pozo sobre el que cavilaba esta tapa
como el rostro de un soñador sobre un sueño -
lodo de cloaca basura agua de mierda
o agua pura del diurno frío lunar de las montañas?
Ahora clavada a un muro junto a la puerta de la iglesia
un grito ahogado en mármol y ojos desorbitados
pasas de largo ante la boca de la verdad.

Lo sagrado siempre es traicionado por acción
denominación y veneración.
Hacerse imágenes a su propia imagen
cantar para olvidar
recibir la hostia para vivir oculto
consagrado en el cuerpo y la sangre del sacrificado.
Escucha el escalofriante grito mudo
detrás de ti
renegados que huyen que no soportan
la boca de la verdad.

Fuera el ruido y la luz
gigantesca pesadilla de la metrópolis
cambalache prostitución
necesidad filisteas de legalidad
alquimia de la bolsa.
Pero cada uno solo
combatiendo en vano bajo el fuego del sol
puesto avanzado al borde del abismo
denominado solo por soportar lo innominado
intocable con la muerte en los huesos
y el correr de las hormigas sobre los dientes desnudos.


TEATRO ROMANO DE MÉRIDA (de Ramón Cote Baraibar)


La noche se cerraba sobre tu hombro
como una piedra ardiente
en el agua.

Tú, de julio, momentánea prisionera
de mis ojos feroces.

Lo que más me dolía
no era la tragedia de Eurípides
que los actores representaban,
sino saber que bajo tu vestido blanco
resonaba
como nunca y para nadie
la impaciente percusión de las ruinas
de Mérida.

EL PRÍNCIPE BALTASAR CARLOS –Velázquez- (de Aníbal Núñez)


  
¿Indica posesión de algún paisaje
el que sirva de fondo a tu retrato?
No, alteza; acaso eso crees tú bajo ese palio
–o sobre tu montura imaginada-
que te ofrecen el roble y el artista
que lo pintó por orden del sentido
de la composición. Nadie posee
lo que no sabe ver. Si das la espalda
a todo un territorio de matices,
¿cómo van a ser tuyas las montañas?
Son del pintor. No siempre. A veces pierde
la vista en recoger –es suya entonces-
tu candidez, tu gracia, que tampoco
será  tuya por mucho tiempo, príncipe:
tu altivez borrará tu donosura,
a no ser que la muerte antes lo haga.



HABITACIÓN EN UNA CASA HOLANDESA (de Eduardo Jordá)

(Pieter Janssens Elinga, hacia 1670)


La criada barre el suelo,
de mármol rojo y blanco,
mientras la luz de almíbar
entra por la ventana
como un ladrón nocturno
llegado de improviso.
Así llega el Señor,
advierte desde el púlpito
el pastor de su iglesia:
sin avisar a nadie,
sorprendiendo a traición.

Pero ella está inclinada
de espaldas a nosotros
con la vista en el suelo,
y aún medio dormida
murmura una plegaria
para sus pobres piernas.
Nada más la distrae,
ni siquiera la luz.

No sabemos si piensa
en un cesto de arenques
o en las feas palabras
que le dijo un borracho.
Ella sigue inclinada
con la mano en la escoba.
Nada más la distrae
y el mármol resplandece.
Nada más la distrae,
ni siquiera el espejo
que ha atrapado su rostro.

Por las noches, a solas,
ella llora en su cuarto,
pues su rostro rechoncho
no le gusta a nadie,
tan sólo a los borrachos.
Por las noches, a solas,
ella llora en su cama.

Pero ahora su rostro
respira en el espejo
que ella no mira nunca,
porque no se cree digna
de verse en ningún lado.
Ese espejo no se hizo
para una simple criada.
Para ella son los brutos
y los cestos de arenques
y los suelos de mármol.

Así que ella lo ignora
y no lo sabrá nunca,
pero ahora su rostro
vive en ese espejo
como un ladrón nocturno
llegado de improviso,
como llega el Señor
en mitad de la noche.
Y seguirá viviendo
cuando nadie se acuerde
de la criada que barre
ese suelo de mármol.

La criada no lo sabe,
pero nosotros sí.