LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

L'ATTENTE (de Antonio Martínez Sarrión)


L'attente, 1935-1936
Richard Oelze
Nueva York, Mueso de Arte Moderno






















                                         





                                          Richard Oelze

La dama de las pieles
mira regocijada
la encallecida nuca de los asnos
sueña una vez -paciencia-
silenciosa otra vez
mira con todos
la milenaria noche cimarrona
la botánica noche cimarrona
los embotados son todo sombrero
muelas del juicio cieno
en los bolsillos más ocultos
¿qué esperan?
¿el triángulo con el ojo voyeur?
¿el dictado
de tablas más acordes con los tiempos?
¿los dioscuros domadores de potros?
un simio-plata
con un visible ataque de disnea
un lujurioso mono en la floresta
atrae el deseo de la encorsetada.

AL INSIGNE PINTOR BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO ( de José Lamarque De Novoa)



Como la palma erguida
que ignorada tal vez lozana crece
entre humildes arbustos confundida,
y firme resistiendo
ya el devorante fuego del estío,
ya el ímpetu tremendo
del vendaval que rudo la estremece,
gallarda al fin se eleva y poderosa
y tan altiva que tocar parece
la dilatada bóveda del cielo,
así con noble anhelo
se alza el genio inmortal. El vil encono,
la infausta suerte o la rastrera envidia
combatirlo podrán con saña fiera,
y el vulgo alzar a la ignorancia un trono;
mas él, triunfante de la audaz perfidia,
del hórrido infortunio y del olvido,
salvando de los siglos la distancia,
al fin grande y severo,
de inmarcesibles lauros circuido,
preséntase arrogante al mundo entero.

Y tal, oh gran Murillo, apareciste.
En vano la fortuna despiadada
sus dones te negó: tu mente ardía
sedienta de saber; arrebatada
tu noble alma al esplendor naciente
de tu genio creador se enardecía
y de la suerte impía
venciendo los azares,
por hallar del saber la pura fuente,
corriste en alas de tu afán vehemente
al pueblo que acaricia el Manzanares.

La altiva Mantua te acogió en su seno,
Mantua feliz que extático admiraba
de otro hijo insigne de tu patria bella
las plácidas creaciones,
y rey de sus pintores lo llamaba.
¡Oh! Tú también en ella
recibiendo entusiastas ovaciones
al par reinar pudieras de tu amigo,
cual émulo inmortal del grande Apeles.
Tú también en la egregia,
brillante corte del monarca hispano
al solio de las artes te alzarías,
y alto premio a tu genio soberano
del ilustre Filipo alcanzarías.

Mas ¡ah! que no tu alma
divina inspiración hallar pudiera
entre la pompa y el tumulto vano
de esperanzas y glorias mundanales:
La silenciosa y apacible calma
de la grata ribera
que el Betis con sus límpidos cristales
corona de verdor y lozanía,
la atmósfera rosada y transparente,
las leves auras, el florido suelo
de la perla oriental de Andalucía,
los vivos rayos de su sol fulgente
ansiabas contemplar en tu desvelo,
para elevar tu espíritu ferviente
a la etérea región del almo cielo.

Y a tu patria tornaste: poderoso
el genio entonces te elevó en sus alas.
¡Oh! ¿Quién, Murillo, enumerar podría
de tus creaciones las supremas galas?
Aquel fresco y suave colorido,
la célica poesía
que en tus lienzos magníficos destella
¿quién superó jamás?... Por ti más bella
la natura aparece,
y con nuevo fulgor, con nuevo encanto
a los ojos del mundo resplandece.

Tal de Timantes y de Zeuxis, gloria
de la ilustrada Grecia, se mostraba
el numen portentoso: ya el quebranto
profundo que inspiraba
de Ifigenia el horrendo sacrificio,
ora el ardor, augurio de victoria,
del atleta invencible, al ejercicio
de los rudos combates avezado,
o ya la dulce y cándida belleza
de nívea y pura frente,
de cabellos de oro,
vida de sus pinceles recibieron,
y de su patria fueron
y de las artes inmortal tesoro.

Empero tú, Murillo, levantaste
a más alta región libre la mente;
que a la fecunda inspiración ardiente
y del artista al numen soberano,
venturoso adunaste
la pura fe del corazón cristiano.
¡Oh! sí; la fe en tu pecho
viva encendió la misteriosa llama
de ese entusiasmo férvido, divino,
que al hálito de Dios sólo se inflama.
Ella alumbró en la tierra tu camino;
por ella comprendió tu pensamiento
el místico delirio, el sentimiento
que a Félix dulcemente enardecía
ante la Virgen pura,
que radiante de gloria y de hermosura
a sus ojos risueña aparecía.
Por ella del humilde Paduano
adivinaste el éxtasis profundo,
cuando abiertos los cielos contemplaba,
y hasta sus brazos con amor llegaba,
tierno infante amoroso,
el sacrosanto Redentor del mundo.
Y por ella también entre querubes,
paz, amor y dulzura destellando
su rostro peregrino,
cercada en torno de flotantes nubes,
la blanca luna con sus pies hollando,
de estrellas coronada,
viste en tu puro y religioso anhelo
a la Madre del Verbo inmaculada.
¿Quién, como tú en el suelo
mostró jamás su celestial traslado?...
El alma ante su faz encantadora
siéntese blandamente conmovida,
y ve por ella la apacible aurora
dulce esperanza de la eterna vida.

¡Salve, Genio inmortal! Gratos loores
tu patria orgullecida
hoy tributa feliz a tu memoria,
de inmarcesibles lauros y de flores
tu nombre circundando... Hundió la muerte
generaciones cien en el olvido
y otras ciento hundirá, pero tu gloria
eterna habrá de ser. No de otra suerte
en medio de los vastos arenales,
resistiendo los rudos vendavales
las soberbias pirámides se elevan:
Y en tanto que los montes se estremecen
del hórrido Simoun al fuerte amago,
altivas aparecen;
sin que jamás en ellas
entre el perpetuo, universal estrago
puedan los siglos imprimir sus huellas.

OFELIA FLOTA SOBRE LAS AGUAS VERDES ( de Lilliam Moro)



Ofelia, 1852
Sir John Everett Millais
Londres, Tate Gallery
 























A Sir John Everett Millais

Ofelia flota sobre la aguas verdes,
su cabello enredado entre nenúfares,
los juncos de la orilla.
Los pececillos de colores entran en sus oídos
con su batir de aletas diminutas
reproduciendo el perenne murmullo de la alucinación.

Ofelia flota y está inmóvil.
Bajo sus párpados conserva la imagen última:
el fugaz pajarillo, la abeja sobre el lirio,
las ojeras del príncipe de Dinamarca.

La conciencia se desvanece lentamente con su cerebro
que ya se descompone.
Pero no habrá descanso para la dulce Ofelia:
la locura no es alimento de la muerte
y flotará -como ella ahora-
sobre los ruidos del cuerpo reventándose,
sobre el hedor de sus emanaciones
y aun cuando todo esto haya pasado
persistirá en los órdenes desconocidos,
en los recuerdos que en los demás pervivan ,
en el remordimiento del ojeroso príncipe.

AL MIRAR ESTE CUADRO (de Juan Aymerich)


Al mirar este cuadro, este sutil paisaje,
mi alma medita y sueña. Hay un poco de bruma
entre los negros árboles. El ambiente se ahuma
y el crepúsculo emprende su taciturno viaje.
Aún brilla en el poniente polícromo celaje.
Hay un lago y un cisne que parece de espuma,
y allá, en último término, una barca se esfuma
como si acaso huyese del borroso paraje.
Cierro los ojos. Miro en mi cámara interna
flotar el mismo cuadro, que un suave difumino
traza al través de una niebla de lejanía.
Y me sorprende entonces la afinidad fraterna
de imprecisos paisajes que a veces imagino
y los cuadros de ensueño que forja el alma mía.


ANTE LA TUMBA DE DUGUESCLIN EN LA BASÍLICA DE SAINT-DENIS (de Jesús Munárriz)










¿Quién inyectó a este enano en nuestra historia?

Ni quitó 
ni puso rey.
Arreó un revolcón 
a la legitimidad
y se volvió a su tierra.

Diminuto descansa en Saint-Denis 
rodeado de príncipes,
turistas,
trabajadores extranjeros;
extraño remolino. 

Nadie sabrá jamás 
cómo hubiéramos sido 
sin su entrometimiento.