LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

CLASE DE DIBUJO (de Billy Collins)



Si alguna vez me preguntases
cómo van mis clases de dibujo,

te diría que disfruto
identificándome con la silueta de una cosa,

para bajar por la pendiente de un pera
o la curva de un piano lacado.

Y me encanta pasar la mano
por la suave membrana del papel,

la inteligente y reducida trinidad
de mis dedos asiendo el extremo del lápiz

mientras los otros dos quedan colgando
debajo como las rollizas piernas de un nadador menudo.

Añadiría que puedo perderme
difuminando la sombra de una silla

o trazando y remarcando
la leve curva inferior de un pecho.

Incluso los preparativos me animan mucho –
pegar el papel a un tablón de madera,

limpiar con un cepillo la superficie,
y sacar una punta afilada a unos cuantos lapiceros.

El fino lápiz hexagonal
es más poderoso que el bolígrafo,

porque puede modular de sólido a difuso
y cambiar de estrecho a ancho

siempre que se apoye más en ángulo sobre el papel –
el lápiz amarillo chillón,

que es también más poderoso que la espada
puesto que no puede borrarse lo que la espada hace.

Todos empezamos con la caja y la pelota,
luego proseguimos con la taza y la lámpara,

la hoja con dientes de sierra, la bellota y su sombrerete.
Pero quiero licenciarme con la licorera de cristal

y aprender a inmovilizar en carboncillo
las cortinas translúcidas que se levantan con el aire.

Quiero dibujar
cuatro líneas rectas que me conectarán

con los cuatro puntos cardinales,
con los relucientes chapiteles de las ciudades,

con los enrejados que se entrecruzan,
con los radios del mundo en pleno giro.

Un día quiero dibujar a pulso
una figura continua

que comenzará en mí
cuando la punta negra toque el papel

y acabará contigo cuando la levante
y la coloque junto a una luminosa ventana de la mañana.


RETRATO DE UN DESCONOCIDO (de Jorge de Sena)


Clava su mirada en nosotros como quiso
el pintor, como jamás miró a nadie.
Él mismo nunca se reconoció
en este retrato que la familia, los amigos
siempre encontraron parecido.
El Maestro por casualidad años después
vio, sin volver a ver ya al modelo,
el cuadro espléndido, y le pareció mala pintura
aquello que había hecho; y no reconoció
aquella mirada tan variadamente honda,
distinta de la que, con tintas, pusiera sobre el mundo.

Pero todo son conjeturas.

¿Quién era?¿Cuál era su nombre? No sabemos
nada, nada de nada. La frente límpida,
la boca que se cierra con un desdén tan vago,
los ojos falsamente juveniles, irónicos,
el rosáceo, el negro, el terroso, la leve pincelada,
parecen hablar. Sólo lo parecen. Y
de él, como del Maestro, no sabemos nada.
Y en cuanto a la fecha... demasiado incierta.

Magnífica pintura. ¡Sí! Sin duda
de un importante personaje. ¿Aún
dependeremos de ese joven? Pero ¿quién era?
¿Lo sabría él? ¿O lo sabía el pintor
en aquel momento de unos ojos en los que el mundo cupo?


A UN PINTOR FLAMENCO, HACIENDO EL RETRATO DE DONDE SE COPIÓ EL QUE VA AL PRINCIPIO DESTE LIBRO (de Luis de Góngora)



Hurtas mi vulto y, cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en los colores que sediento bebe,

vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro lo imagino,
a quien, ya etéreo fuese, ya divino,
vida le fió muda esplendor leve.

Belga gentil, prosigue al hurto noble;
que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.

Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.






EL EFEBO DE MARATHON (de William Ospina)



Efebo de Marathon
Atenas, Museo Arqueológico Nacional

De bronce es esta música que hurtó su ritmo al tiempo
y surgió, leve, al alba, de una frente amorosa.
De bronce, y sobre ella resbalaron los siglos,
titilando en miradas, en abrazos, fugándose.

De bronce es este cuerpo que exaltó en Dios al hombre
y que nos rinde al sueño de una fiesta lejana,
donde fue hermoso alzarse por los aires dorados
y en voz y en puro esfuerzo ser Arcano y Palabra.

De bronce es este efebo más durable que un reino,
más bello que un relámpago sobre las vastas batallas
y acaso un día, a solas, dirá, invisible, al cielo,
que antiguas manos de hombre lo forjaron, amando.

De bronce, acaso, un día, sobre el sueño disperso,
mientras gira el planeta deshabitado, en sombras,
dirá a los astros firmes su desnudez sagrada
que duró más que el hombre su más hermosa imagen.

PARA EL MONUMENTO DE DANTE EN TRENTO (de Giosuè Carducci)

                   XII DE SETIEMBRE DE MCCCXXI

Arrancado con un súbito impulso
del cuerpo, alza el espíritu su vuelo.
Salvado el mar, dejando atrás la tierra,
Monumento a Dante
Cesare Zocchi
Trento, Piazza Dante
huye veloz hacia el sagrado monte.

A través de las luces del crepúsculo
ve -o vuelve a ver, según él cree-
la puerta de San Pedro dibujarse,
y dice: "Abridme; mi conciencia abona
mi voluntad, y entre los orgullosos
me toca estar. Pero la estancia mía,
aquí, corta ha de ser. Pasaré pronto
al reino de los bienaventurados,
y allí veré de nuevo formas santas
que ya conozco, y con las que mi canto,
y Dios, de estar me han hecho digno."

Una voz, desde lo alto, así responde:
"Dante, fue, y ya no es, lo que tú viste.
Junto con tu visión desvanecióse
aquel mundo que en los humanos himnos
de vuestra Clío resplandece. Sólo
reina, absoluto, Dios sobre los hados,
y Dios pone en tus manos los de Italia.
Vela por ella, tú que eres espíritu,
hasta que alcancen su final los tiempos.
Ve y arroja a los falsos dioses todos
hasta que el verdadero a él te llame
en el que crees paraíso nuevo. "

Así Dante, desde hace cinco siglos,
en el bastión tremendo de los Alpes,
sigue el curso de gentes y de tiempos.

En Trento, por ahora, está asentado,
como si algo esperase que suceda.

CARTA A MIS HIJOS SOBRE LOS FUSILAMIENTOS DE GOYA ( de Jorge de Sena)


No sé, hijos míos, qué mundo será el vuestro.
Es posible, porque todo es posible, que sea
el que deseo para vosotros. Un  mundo sencillo,
donde toda la dificultad que tengan las cosas sea
la que sobreviene de no haber nada que no sea simple y natural.
Un mundo en el que todo esté permitido,
conforme a vuestro gusto, a vuestro anhelo, a vuestro placer
y a vuestro respeto por los otros, al de los otros por vosotros.
Y es posible que no sea esto, que ni siquiera esto
sea lo que os interese para vivir. Todo es posible,
incluso aunque luchemos por lo que debemos luchar,
por cuanto nos parezca la libertad y la justicia,
o más que cualquiera de ellas una fiel
dedicación a la honra de estar vivo.
Un día sabréis que más allá de la humanidad
es incontable el número de quienes así pensaron,
amaron en su semejante cuanto había en él de único,
de insólito, de libre, de diferente,
y fueron sacrificados, torturados, apaleados,
hipócritamente entregados a la secular  justicia
para que los liquidase “con suma piedad y sin efusión de sangre”.
por ser fieles a un dios, a un pensamiento,
a una patria, a una esperanza, o tan sólo
al hambre incontestable que les roía las entrañas,
fueron destripados, desollados, quemados, gaseados,
y sus cuerpos amontonados tan anónimamente como habían vivido,
o sus cenizas dispersas para que ni memoria quedase de ellos.
A veces, por ser de una raza, otras
por pertenecer a una clase, expiaron todos
los errores que no habían cometido o que no tenían conciencia
de haber cometido. Pero también ocurrió
y ocurre que no les mataron.
Hubo siempre infinitas maneras de prevalecer,
aniquilando mansamente, delicadamente,
por caminos tan inescrutables como se dice que son los de Dios.
Estos fusilamientos, este heroísmo, este horror,
es una cosa entre mil que ocurrió en España
hace más de un siglo y que por violenta e injusta
ofendió el corazón de un pintor llamado Goya,
que tenía un corazón enorme, lleno de furia
y de amor. Pero esto no es nada, hijos míos.
Tan sólo un episodio, un episodio breve
en esta cadena de la que sois un eslabón (o no seríais)
de hierro y de sudor y de sangre y algo de semen
de camino al mundo que sueño para vosotros.
Creedme, ningún mundo, nada ni nadie
vale más que una vida o la alegría de tenerla.
Y esto es lo que más importa: esa alegría.
Creedme, la dignidad de la que tanto os hablarán
no es sino esa alegría que viene
de estar vivo a sabiendas de que nunca
nadie está menos vivo o sufre o muere
para que uno solo de vosotros resista un poco más
a la muerte que es de todos y vendrá.
Que todo esto la sabréis serenamente,
sin culpar a nadie, sin terror, sin ambición,
y sobre todo sin desapego o indiferencia,
lo espero ardientemente. Tanta sangre,
tanto dolor, tanta angustia, un día
(incluso aunque el tedio de un mundo feliz os persiga)
no han de ser en vano. Confieso que
a menudo, pensando en el horror de tantos siglos
de opresión y crueldad, dudo por momentos
y una amargura me devasta inconsolable.
¿Será o no en vano? Pero, aunque lo sea,
¿quién resucitará a esos millones, quién restituirá,
no sólo la vida, sino todo cuanto les fue robado?
Ningún Juicio Final, hijos míos, podrá darles
aquel instante que no vivieron, aquel objeto
que no disfrutaron, aquel gesto
de amor, qué hubieran hecho “mañana”.
Y por eso, el mismo mundo que creemos
debemos tratarlo con cuidado, como cosa
no nuestra, que nos es cedida
para que la guardemos respetuosamente
en memoria de la sangre que corre por nuestras venas,
de nuestra carne que fue otra, del amor
que otros no amaron porque se lo robaron.



 

 

LA VISTA, EL TACTO (de Octavio Paz)


A Balthus

La luz sostiene —ingrávidos, reales—
el cerro blanco y las encinas negras,
el sendero que avanza,
el árbol que se queda;

la luz naciente busca su camino,
río titubeante que dibuja
sus dudas y las vuelve certidumbres,
río del alba sobre unos párpados cerrados;

la luz esculpe al viento en la cortina,
hace de cada hora un cuerpo vivo,
entra en el cuarto y se desliza,
descalza, sobre el filo del cuchillo;

la luz nace mujer en un espejo,
desnuda bajo diáfanos follajes
una mirada la encadena,
la desvanece un parpadeo;

la luz palpa los frutos y palpa lo invisible,
cántaro donde beben claridades los ojos,
llama cortada en flor y vela en vela
donde la mariposa de alas negras se quema:

la luz abre los pliegues de la sábana
y los repliegues de la pubescencia,
arde en la chimenea, sus llamas vueltas sombras
trepan los muros, yedra deseosa;

la luz no absuelve ni condena,
no es justa ni es injusta,
la luz con manos invisibles alza
los edificios de la simetría;

la luz se va por un pasaje de reflejos
y regresa a sí misma:
es una mano que se inventa,
un ojo que se mira en sus inventos.

La luz es tiempo que se piensa.


VERMEER (Wislawa Szymborska)







Mientras esa mujer del Rijksmuseum
con esa calma y concentración pintada
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del mundo.



EL ADVENIMIENTO (de Jorge Luis Borges)


Soy el que fui en el alba, entre la tribu.
Tendido en mi rincón de la caverna,
pujaba por hundirme en las oscuras
aguas del sueño. Espectros de animales
heridos por la esquirla de la flecha
daban horror a las tinieblas. Algo,
quizá la ejecución de una promesa,
la muerte de un rival en la montaña,
quizá el amor, quizá una piedra mágica,
me había sido otorgado. Lo he perdido.
Gastada por los siglos, la memoria
sólo guarda esa noche y su mañana.
Yo anhelaba y temía. Bruscamente
oí el sordo tropel interminable
de una manada atravesando el alba.
Arco de roble, flechas que se clavan,
los dejé y fui corriendo hasta la grieta
que se abre en el confín de la caverna.
Fue entonces que los vi. Brasa rojiza,
crueles los cuernos, montañoso el lomo
y lóbrega la crin como los ojos
que acechaban malvados. Eran miles.
Son los bisontes, dije. La palabra
no había pasado nunca por mis labios,
pero sentí que tal era su nombre.
Era como si nunca hubiera visto,
como si hubiera estado ciego y muerto
antes de los bisontes de la aurora.
Surgían de la aurora. Eran la aurora.
No quise que los otros profanaran
aquel pesado río de bruteza
divina, de ignorancia, de soberbia,
indiferente como las estrellas.
Pisotearon un perro del camino;
lo mismo hubieran hecho con un hombre.
Después los trazaría en la caverna
con ocre y bermellón. Fueron los Dioses
del sacrificio y de las preces. Nunca
dijo mi boca el nombre de Altamira.
Fueron muchas mis formas y mis muertes.

TALLER DE MANTENIMIENTO A LA MANERA DE UN BODEGÓN FLAMENCO (de José Ángel Ochoa)


No podría faltar la herramienta en nuestro taller de mantenimiento.
Colocada casi perfectamente, en su lugar, excepto aquella
que olvidada después de la faena queda sobre la mesa de trabajo,
a la manera de los muy afamados bodegones flamencos.

Podría ser, en este caso, un trozo de sandía y el trapo sucio
de taladrina que cuelga, un bordado holandés; faltarían unos pescados,
a no ser que miremos más profundamente y encontremos el bocata
de sardinas, cubierto de papel de plata, que ha quedado olvidado
después de ejecutar la orden de trabajo urgente que su patrón,
enfurruñado como siempre, habría exigido priorizar.

La atmósfera de este bodegón industrial, pesado de humos y oloroso,
más real que la mejor pintura del quince, nos recrea un ambiente
de densa inquietud. Los leves alientos que se intuyen detenidos,
como buen bodegón inanimado, nos hacen pensar en una tristeza,
casi miedo, paralizante podríamos decir; acaso se barrunta
un posible cierre, no se sabe, pero nuestra mirada se nos quiebra,
y un punto de desdicha nos inflama para con los ausentes trabajadores
y nos hace pensar que los cambios están afectando incluso al marco.

Estas paredes, pobremente adornadas, no se asemejan al barroquismo
esperado del marco del bodegón que nos viene al recuerdo. Solo una luz profunda
crea el sosiego y la estaticidad, esa linda hembra que nos enseña sus hinchados
pechos voluptuosos y se ofrece desnuda para el sorprendido visitante.
No es la virgen de la leche, no está el niño, tan solo se vislumbra en sus partes íntimas
una mancha de grasa, curvilínea, bien mirado podría parecer un dulce beso,
sería la parte animada del amor. Y ella nos sonríe, esa gracia industrial.

No es necesario buscar la firma, no es anónimo tampoco y el temple grasiento
que marca el paso de los días, un tachado que cruza los números y los rasga,
es la mejor prueba de que hubo vida, de que hubo autor. Y ella nos sonríe, maliciosa.

LA PINTURA ES... (de Simónides de Ceos)



La pintura es poesía silenciosa,
la poesía es pintura que habla.


  













LOT EMBRIAGADO POR SUS HIJAS -Francesco Furini- (de José Ovejero)


Lot embriagado por sus hijas
Francesco Furini
Madrid, Museo del Prado
Ellas en la luz, él en la sombra,
ellas cuerpos desnudos, él
vestido, aparentemente
inocente.
Son hermosas, para qué negarlo,
y él podría afirmar que también un padre
aprecia la belleza
de sus hijas.
De ellas sabemos sus motivos,
él diría en un interrogatorio:
yo no sabía, había bebido,
me embriagaron,
etc.

Son hermosas, para qué negarlo,
y para todos son ellas
las culpables. Lot
sólo se dejó llevar, como Adán y como Sansón,
la Biblia está plagada de hombres sin voluntad.
Ellas nos ofrecen la suavidad de sus nalgas,
unos labios aún no acostumbrados a besar,
pechos que se estremecen sorprendidos y gozosos
si los tocas;
él se esconde
tras una mirada borrosa, imposible saber
quién dio el primer paso, quién dijo qué,
quién alargó una mano. Si fue la mirada del padre
la que incitó a las hijas, si se limitaron a cumplir
el deseo silencioso. Él, en la penumbra,
no es ni luz ni oscuridad. A los tibios
los vomitaré de mi boca.