Bueno, Señora, Arnolfini, es
el momento de que se decida.
Está muy bien
que mire a su esposo con ojos de
oh dulces prendas por mí bien halladas
pero va siendo hora de que tenga su hijo
y de que ingiera las naranjas,
porque no todo es dulce
y alegre cuando Dios quería
y de pronto empiezan las naranjas
–digo- a oler a feo. No
me explico por qué sigue posando,
si hasta el mismo Van Eyck está requete-
muerto
y su pinocho –perdone- su marido ya no es
el hábito del alma suya, pues es
sabido que últimamente las señoras
prefieren otras fibras.
Venda su palacio y sus alhajas
y recorra el mundo en auto-stop; beba
la pausa que refresca, compre
lo que tarde o temprano será
un Philips y lea el Reader´s Digest;
dedíquese a coleccionar llaveritos y
hágase al cirugía plástica; después
tome barbitúricos. Haga algo señora
para no verla morir entre memorias tristes,
como tanto les ocurre a las palomas
en la Piazza della Signoria.