LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

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ZURBARÁN - ENTIERRO DE UN MONJE- (de Manuel Machado)




Exposición del cuerpo de San Buenaventura. 
Francisco de zurbarán, 1629. 
Museo del Louvre, París
Dejando la quietud de los sitiales, 
en procesión de lívida gordura, 
surgen del claustro, en la humedad oscura, 
las blancas estameñas monacales. 

Campanudos acentos funerales
estremecen la vieja arquitectura, 
y el blanco vaho del alba se aventura 
por las altas ventana ojivales.  

Despojos son no más, miseria inerte,
polvo que torna, en brazos de la muerte,
a devolver sus átomos al suelo: 

que el blanco monje, de virtudes muestra, 
rodeado de santos, a la diestra 
de Dios Nuestro Señor, está en el Cielo.

TAZA DE AGUA Y ROSA SOBRE BANDEJA (de Pablo García Baena)


Francisco de Zurbarán


En el vasar oscuro
un ascua de metal en la bandeja,
plata o estaño, alumbra
la taza en la lunaria loza de Triana
que anilla el agua viva,
y una rosa entreabre
los expirantes labios de sus pétalos
porque aún su morir se alabe en el aroma.
La clausura de luz
apenas ilumina rosa, bandeja, arcilla y el silencio
se hace de tacto en el aire espeso.
Sosiego de la tarde o la mañana,
en el igual breviario de los días.

Como un astro apagado
gravita la bandeja y su liviano peso,
alegoría y cifra de renuncias,
y a la vez del deseo de ojo lince y sanguino
que violenta la regla:
frialdad de los metales en rígida obediencia,
indigencia del agua,
carnal rosa nocturna de los súcubos,
turban  vigilia y sueño del cartujo.
Esa sed , ese olor de los sentidos.

SUITE DE ZURBARÁN (de José Luis Puerto)


 
 3  

(Bodegón Contini-Bonacossi, Norton Simon Foundation, Pasadena) 



Los dones de la tierra en su quietud,
en su estar alojados
en el plato de estaño, en el cesto de mimbre,
no piden más que una mirada abierta
a la extensión callada de sus formas.
Limones con sus picos,
naranjas con sus hojas y sus flores de azahar,
son un ofrecimiento a nuestra vista.
¿Y el vaso con el agua
junto a la rosa ya de pétalos marchitos?
Reposan en el plato y como en sueño
están en el espacio de la mesa.
Nada nos piden sino el ver su estancia,
el húmedo remedio de la sed,
la derrota en el tiempo de su aroma.
Todo es entrega aquí, todo es regalo
mas nunca dirigido a la lujuria,
tan sólo a la armonía de los sentidos,
al secreto equilibrio
de las celdas del alma.



4

(La Santa Faz, Museo de Bellas Artes, Bilbao. Crucificado, Art Institute, Chicago)





¿De qué telar los paños,
los lienzos que contienen la pasión y agonía
del Hombre que se da?
Rostro y cuerpo en el blanco de las telas,
la urdimbre del dolor,
impresión de la huella de la muerte.
¿Qué manos las tejieron?
¿Qué manos espadaron la corteza del lino?
¿Qué pincel otorgó al blanco tanta luz?
El rostro del dolor, la quietud de la muerte,
El lienzo que rodea del cuerpo la derrota
o que esculpe la faz atormentada
en su blanca textura.
Y detrás las tinieblas que resaltan las formas
-Juego de sombra y luz-,
que delimitan sus perfiles nítidos.
¿De qué telar los lienzos?
¿De qué pincel el blanco entregado a la luz,
la serena belleza del Hombre tras la muerte,
el tormento del rostro recogido en el paño?
Pureza y mancha juntas,
la urdimbre del dolor y de la muerte.



5

(El Niño Jesús hiriéndose con la corona de espinas en la casa de Nazareth, Museo de Cleveland)

























La callada presencia de las cosas
como en sueño entregadas al espacio.
En la mesa, los libros
reclinan su saber junto a las peras,
dos paños con sus pliegues
reposan recogidos en el cesto.
La vasija de barro y las palomas
se ofrecen a la estancia en su quietud.
¿Y el jarrón de las flores?
Azucenas y rosas otorgan al espacio
la embriaguez de su aroma, de sus formas los límites.
Herido por la espina de la amarga corona
el Hijo ensimismado se contempla
el dedo del dolor
y la Madre lo acoge en su mirada,
en la vasija de sus ojos.
Y todo en el reposo nos conduce
a la ebriedad del blanco, a su celebración:
palomas, azucenas, el canto de los libros,
paños en el regazo de la Madre y del cesto.
Nada piden los seres,
nada piden las cosas,
en esa su quietud resuelta en geometría,
sino nuestra mirada
que es salvación hospitalaria, entrega
que transforma en latido cuanto abarca.





AGNUS DEI (de José Luis Puerto)






















                                                        (Zurbarán, Museo del Prado)
Sigue el cordero ahí,
en espacio esencial ante tiniebla,
sobre una mesa gris, ara del mundo.
Tan quieto y maniatado,
nos pide la piedad
con un silencio blanco que apacigua.
Siempre fue de los mansos
el espacio letal del sacrificio,
esa entrega al dolor
en busca de un sentido que se escapa
a la gula voraz de los verdugos.

Invócanos, cordero,
desde lo indescifrable de tu estar
de otra manera.
Ten piedad de nosotros,
que vivimos de espaldas al sentido
que tú transmites con tu mansedumbre.
Pide que desatemos
las cuerdas de tus patas maniatadas.
Ya no podemos soportar
ese estado de gracia que te inviste,
ese tu estar ajeno
a la atadura que hoy el mal del mundo
te tiene colocada.

Ya no sabemos invocarte,
tampoco soportamos
tu súplica callada,
tu gracia, tu quietud, tu mansedumbre,
tu silencio, tu entrega, tu dolor...
cifrados en el ser de la blancura.

Ten piedad de nosotros.







ZURBARÁN (De Adam Zagajewski)

San Antonio  Abad

























Zurbarán pintó
santos españoles
y naturalezas muertas,
los alternaba,
y por eso los objetos
que yacen en las pesadas mesas
de sus naturalezas muertas
son, también, santos.


Naturaleza muerta