LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

EL ARTISTA (de Óscar Oliva)

Las meninas
Velázquez


































(1)

Por 1656
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
se pinta en un lienzo frente a su caballete
ejecutando los retratos de Felipe IV y de doña Mariana,
que se reflejan en el espejo del fondo.
Dona María Agustina Sarmiento,
menina de la infanta doña Margarita,
le ofrece en una bandeja un búcaro con agua.
La infanta, en medio.
A su izquierda,
doña Isabel de Velasco,
también menina.
La enana Maribárbola. Y Nicolás de Portosato,
con el pie izquierdo sobre el perro echado.

En segundo término:
doña Marcela de Ulloa, "guardamujer de las damas
de la reina", y un guardadamas. En la puerta del fondo
descorre una cortina el aposentador don José Nieto Velázquez.
En la pared, lienzos de Rubens. El cuadro se llamaba
de La familia. Mide 3.18 por 2.76 metros. Hoy es conocido como
Las meninas.

He aquí lo que yo hago:
con todos mis materiales de trabajo
me instalo de un golpe en este libro,
sentando plaza en su plaza.
Mi intención es la siguiente:
¿Cómo hacer que este libro y yo lleguemos a ser indivisibles?
¿Cómo hacer que el poema rompa con el sometimiento al papel?

Cuando me incline desde afuera a contemplar este relato ya concluido,
¿qué es lo que veré? ¿qué es lo que habré dado?
Verdaderamente,
me gustaría nada más dar una pintura boquiabierta
bajo el estruendo.

Pero por el momento,
esto es imposible.
Desde esta cárcel lo único que voy a dar es mi nombre.

Me considero un prisionero de guerra.



(2)

Me he inclinado
                             desde fuera
a mirar este libro
                              ya concluido.
¿Qué es lo que veo? ¿Qué es lo que he dado?
Señales.
Señales que me rodean,
                                            me muerden,
                                                                     me injurian.

Estoy como Velázquez,
fuera de la pintura,
odiando.

Y no me encuentro delante de las cosas sino dentro.

Ver duele.
Imágenes.
Ahora doy vueltas a la última página y desaparezco.
No me busquen.
He roto el estado de sitio en que me encontraba.
Nubes en manada se alejan de mí.
Es como si naciera de nuevo.
                                                         Pataleo, chillando.
                                                         Tirado en un petate.
Estoy empapado de orín y lleno de mierda hasta el cuello.
Tengo hambre.

Frente al manuscrito que acabo de terminar,
descubro texturas que no he matizado,
tinieblas que hay que aclarar,
cuentas que ha quedado pendientes.

Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
se levanta de su asiento,
donde me ha estado viendo todo este
tiempo, y se despide mí.
Abre una puerta que no había notado antes,
en el centro del cuadro,
y desaparece.
                           Adiós.
                                        Empieza amanecer.
El día entra por un resquicio
y esto no me sorprende,
                                              como otras veces.

Mi mujer se acerca a mí,
y me besa la cabeza.
¿Has terminado? No sé. ¿He terminado?
Su mirada de amante trastorna hasta el poema.

Por fortuna no sé cómo escribir los últimos renglones.
Nada se me ocurre.
Vamos a ver:
                         Tus cabellos son la desnudez.
No está mal. ¿Pero no he leído esto en alguna parte?

Me estiro. Me froto los ojos.  ¿Es todavía mañana?
                                                     ¿Es todavía la mañana?
                                                     ¿Quieres almorzar?