¿Cómo hay que dirigirse a Su Majestad?
¿Qué es eso de ser alabastro?
La palabra “tú” pronunciada por tantas bocas
convertidas ya en polvo y nada:
¿Cómo podrían pronunciarla mis labios
delante del que me enseñó a mí
milenios en una tarde?
Pero mantengamos el tratamiento, Hidalgo:
La más alta Majestad de todas
las Majestades debe saber: Su muy humilde, etc…
con sus condecoraciones y títulos
le ha tenido miedo a Su Majestad
durante cuarenta años. ¡Miedo, sí! ¡Angustia de muerte!
Cuarenta años. Y multiplíquelos entonces
por los, en números redondos, quinientos años en que Usted yació
apagado en alguna cripta perdida
como una lámpara profanada entre ataúdes podridos:
La oscuridad, puedo verla ante mí
tuvo que haber estado
unos metros por encima de la cabeza de los feligreses
durante todos esos años.
Veinte mil años: En su dormir despierto
sólo un niño puede contar tantos ceros
y aburrirse cada segundo
que duran los segundos de los veinte mil años.
Y claro que yo contaba los segundos
cada segundo que los cuernos curvados de Su yelmo
aparecían por encima de la pared de mi dormitorio:
Allí donde se doblaban las puntas una hacia la otra
intuía yo el gran cero en el que todos
los ceros aspiran a desaparecer:
Usted que debería haber sido un número
en la lista dinástica de los reyes
se convirtió en un cero. Cero Hidalgo.
Cero Kristoffer. Cero Su Majestad.
“Ahora yace”, como se dice, “aquí”.
Y todo eso ocurría sólo ayer
y ayer no era más que premonición de hoy
fuese cual fuese del día de la semana, entramos aquí
y echamos unas monedas en el cepillo de la iglesia
con la esperanza de que los poderes en los que no creemos
se nos aparezcan, a pesar de ello, para que podamos creer.
Eso me enseñó Su Majestad
con la radiografía de mis manos
que el frío alabastro de Su frente
revelaba en mis sueños febriles:
Yo sentí
lo que el escultor tuvo que haber sentido
con sus manos cuando colocó las de Usted
–no como hubiera podido esperarse
piadosamente cruzadas sobre el pecho con la piedra preciosa
sino sobre espada y puñal respectivamente
como si Usted siempre hubiera estado dispuesto a levantarse
para dejar que los reyes numerados de la lista dinástica
se reflejasen en el número cero de su armadura.
Y las manos del escultor:
¿Qué aspecto tenían?
¿Tenía las uñas bien cuidadas? ¿Llevaba anillo?
¿Y cómo se las pusieron
cuando lo colocaron en el ataúd?
¿Murió rico o pobre?
¿Se llevó con él sus herramientas de trabajo?
¿Y mis manos? ¿Y la pluma en mi mano?
¿Cómo se dirige uno a Su Majestad?
(del poemario "Puentes de sueños" Ed: Visor.
Traduccion: Francisco J. Uriz)