LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

LA ÚLTIMA CENA. ESCUELA VENECIANA, SIGLO XVI (de Hans Magnus Enzensberger)



Cena en casa del señor Levi, 1573
Galería de la Academia de Venecia
 Paolo Veronés







 




I

Al terminar mi Última Cena,
trece metros por cinco y medio,
monstruosa tarea, pero bastante bien pagada,
surgieron las preguntas de siempre:
¿Qué significan todos estos extranjeros
con sus alabardas? Visten
como herejes, o como alemanes.
¿Le parece normal
pintar a san Lucas
con un palillo de dientes en la mano?
¿Quién le metió en la cabeza la idea
de sentar moros, borrachos y payasos
a la mesa de Nuestro Señor?
¿Hemos de soportar a un perro
olfateando, a un enano con una cotorra
y a un mameluco sangrando por la nariz?
Señores míos, dije, he inventado
todo esto para mi propio placer.
Pero los siete jueces de la Santa Inquisición,
dejando ondear al viento sus túnicas de seda roja,
murmuraron: No nos convence.


II


Sí, he pintado cuadros mejores,
pero ese cielo muestra colores
que no encontraréis en ningún cielo
que no haya sido pintado por mí;
me complacen estos cocineros
con sus largos cuchillos de carnicero,
y estos hombres vestidos con capuchas
adornadas de piel, con penachos
de plumas de garza,
con turbantes tachonados de diademas
y perlas; y qué decir
de la gente embozada
subida a los techos más distantes
de mis palacios de fachada de alabastro,
recostadas en los parapetos a una altura de vértigo.
No sé lo que buscan. Pero no os miran a vosotros,
ni tampoco a los santos.


III

Os lo he dicho una y otra vez:
No hay arte sin placer.
Esto es cierto hasta en las interminables crucifixiones,
los diluvios y las matanzas de inocentes
que me pedís que ejecute,
no puedo imaginar por qué.
De modo que cuando los suspiros de los críticos,
las sutilezas de los inquisidores
y las pesquisas de los escribas
fueron demasiado para mí,
rebauticé mi
Última Cena
y decidí llamarla

Una cena en casa del Señor Levi.

IV

Espera y verás quién tiene la última palabra.
Toma mi
Santa Ana con la Virgen y el Niño, por ejemplo.
No es un tema muy divertido.
Pero debajo del trono,
en el piso de mármol bellamente decorado
de un rosado arenoso, negro y malaquita,
coloqué, a modo de gracia redentora,
una tortuga de ojos vidriosos,
patas elegantes y un escudo
de carey casi translúcido.
Maravillosa idea.
Resplandecía bajo el sol como una enorme peineta
de concha perfectamente arqueada,
color topacio.


V

Pero en cuanto la vi arrastrándose,
pensé en mis enemigos.
Los galeristas balbuceando,
los profesores de arte silbando,
y los pedantes eructando.
Antes de que los parásitos tuvieran oportunidad
de explicármela,
tomé mi pincel
y sepulté a mi criatura
bajo unas discretas losas
de mármol negro, verde y rosado.
 Santa Ana no es mi obra más famosa,
pero tal vez sea la mejor.
Nadie más que yo sabe por qué.