LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

LA MUJER BARBUDA (de Dionisio Cañas)



Magdalena Ventura con su esposo e hijo, 1631
José de Ribera
















































Esta mujer llamada Magdalena Ventura,
barbuda y triste, atrapada en unas manos rudas,
condenada, o liberada, de una vida monótona,
dándole de mamar a su último hijo
de los siete que tuvo con sus dos maridos.

Esta mujer en la que entro para verme,
desde mi nacimiento hasta su muerte,
desde los Abruzos, en el Reino de Nápoles,
hace tres siglos, cuando empecé a nacer,
hasta algún punto oscuro, hasta un lugar de Manhattan
donde la luz desaparece de sus ojos.

Esta mujer que vive en el reino de las tinieblas.
Esta mujer que fue el Centro de la noche de la Razón.
Esta mujer que ahora busca en la borrachera su perdida alegría.
Ésta, la expulsada, la absurda, la ridícula mujer barbuda.

Yo, esta mujer , que a los 37 años vi cómo me crecía la barba, sin saber por qué, para el espanto de mi esposo, para la admiración de la Corte de España. Yo, esta mujer, que fui pintada por José de Ribera como si fuera un monstruo, una rareza, un milagro sin explicación, una ninfa con barba, sirena de pelo en pecho, asalto a la razón bien pensante, hecha a propósito para el placer de una monarquía cabrona. Yo, esta mujer, este insólito hombre con tetas, esta coño inexplicable para el ojo de la ciencia que me mira sin poder darme un lugar entre los seres normales, sin poder arrojarme al foso de los animales, sin poder encerrarme en las mazmorras de la locura.

Ahora miro al artista, al asaltante, al que me roba la vida armado de un pincel, pintándome por encargo y sin amor, documentando este meleficio de la Naturaleza, esta rara ave venida de un cielo trastornado, de un Dios que nos engaña enseñándonos el rostro de la fealdad del mundo, fascinándonos con un cuerpo, con un cuadro hecho para que se mueran de risa los que se enfrentan a la última hora rodeados de enanos y bufones, esperando no se sabe qué extraña salvación.

Yo, esta mujer. Ribera me pintó flotando sobre la sombra de mi vestido, con mi marido detrás, inquieto, apretándose las manos, sabiendo que me amaba de cualquier manera, esperando paciente que por los caprichos de un monarca Ribera retratara nuestra más íntima desolación, nuestra insólita existencia, para el asombro de los demás.

Yo, esta mujer, que a nadie pedí la vida, que tuve que esconderme desde pequeña para que no me pegaran porque jugaba como un niño, porque me dibujaba bigotes en la cara y besaba las niñas ofreciéndoles el reino de mi infancia.

Yo, esta mujer, que acarició a los hombres sabiéndome hombre, que me dejé poseer por mi marido para que no hubiera rumores, para tener hijos de nadie, para crear una perfecta y falsa familia mientras solitaria entraba en mis entrañas para saber quién era.

Yo, la mujer barbuda, la que sigo sin saber quién soy, la que quizás no quiera saber quién es, la que vive enamorada del mundo que la rodea, asqueada de una sociedad en la que sólo importa el oro sobre el oro, la lengua peluda de las famas, la indiferencia ante el horror del mundo, ante la terrible miseria de aquellos que saber que ser pobre no es ningún destino.

Yo, la mujer barbuda, el mosntruo que se va, la que se aleja de esta sociedad de mierda que me mira, y en mí se mira, y me va cerrando todos los territorios de la felicidad hasta quedar acorralada, sin luz, sin tiempo, sin lugar.

Yo, que ya sólo veo en ellos el vacío de sus miradas,
sus discursos que no me dicen nada,
desde este punto sin luz en el que estoy
más allá de la vida, más allá del cuadro de Ribera,
más allá de las políticas y de los poderes,
en el corazón de las palabras.

Yo, que he visto amanecer en el puerto de Nápoles
cuando los pescadores y los vagabundos me miraban y se preguntaban
si era un hombre, una mujer, o una caricatura del destino.

Yo, que he visto a mi marido besarme la barba, hurgar
con sus dedos los húmedos agujeros de mi cuerpo,
abrazar al doble de sí mismo...

Yo, que visto a mis hijos avergonzarse de mí,
huir de los demás para que no les arrojen a la cara
la verdad que no quieren mirar.

Yo, que visto el llanto de mis padres
preguntándose por qué les había tocado a ellos
engendrar este aborto de la Naturaleza, estre recuerdo del infierno.
Yo, la mujer barbuda, el astro dislocado de un Universo
que no sabe dónde va. Yo, la que romió las normas,
la hembra de los hombres, el hombre de la hembras.

Yo, la sin lugar, la que no sabe en qué sitio de la Historia
se torció mi destino para siempre, la enterrada
en la zona discreta del cementerio donde ocultan a los fetos sin voz.

Yo, Magdalena Ventura,
la culpable de todo, la atrapada en un cuadro,
aquí en Toledo, rodeada
por el fuego envenenado de la Religión,
vista y no vista, dándole de mamar a mi hijo absorto,
a él, que con sus ojos consulta los ojos de su madre,
a él, que también se ve perdido
en el el laberinto de la indentidades.
Yo, la mujer barbuda, serena y asustada, hombre y hembra,
manos de obrero, anillo de casada. Yo, la comprometida
con un destino sin fondo, más allá del bien y del mal,
allí donde la Historia es un hermoso cuento,
mariposa flotando sobre el mar de la dudas,
acariciando con sus alas la flor de un siglo que terminó tarde
en Nueva York, cuando ya creíamos que todo
                                   empezaba a irnos bien.