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TRACIA (de P. Mustapää)
La estatua de Eco frente a la estatua de Pan en el templo de Dionisio:
Ruinosas, las murallas de la ciudad
se levantaron de nuevo con sus almenas, cuernos, torres;
abandonando su bastón
el anciano volvió a las tierras de la infancia,
alegrándose, jugando;
y la vaina de la semilla volvió
a la perfumada flor
y la flor al capullo.
Y yo, Eco, volví apresuradamente
a los bosques de Tracia,
y tú, Pan;
y deteniéndome bajo los álamos
levanté la mano
hacia un monte cubierto de un manto de hierbas,
hacia el arroyo más fresco-
y oí los sonidos antiguos.
Y acompañándome tú, Pan,
soplabas en tu flauta.
Y Elpis habló: ¡Esperanza!
Yo repetí: ¡Esperanza!
Y seguí repitiéndolo.
Y la arboleda resonó con ¡Esperanza, Esperanza!,
las nubes de la noche se dispersaron,
Selene desapareció en la mañana,
huyendo con su rebaño de toros.
¡Esperanza, pues! Los olivos se llenaron
de hojas argénteas,
y las viñas de Tracia
de flores.
Mañana, dijo la doncella.
Mañana, repetí y seguí repitiéndolo.
Una sombra opaca caía de su guirnalda
cubriendo
sus suaves hombros.
Nunca, entonces, nunca, muchacho-
y también adiviné la razón:
nunca, entonces- y lo sabía: hoy, ahora,
aquí.
En el suave verano, Pan,
gocé de alegría.
Deprisa, dijo el pájaro, un pájaro de alas escarlatas.
Deprisa, repetí, aún más deprisa.
Deprisa, dijo el pájaro de alas escarlatas.
Y yo: deprisa.
Oh plumón, oh pluma resplandeciente:
rozó el follaje del árbol y tembló-
Y el valle era una agitación de angustia, dolor, furor
y batir de alas,
y lo vi, al halcón -dando vueltas sobre el nido- ¡los pájaros!
Corta es, Pan, la felicidad.
Y una orden del solitario: Marchaos.
Eso lo repetí, aunque dudando.
Alboroto en el camino, un ritmo distante
que yo también repetí con temor.
Aullido de lobos, una bandada de cuervos, viento en la noche
y una avalacha de lanzas,
alboroto en el camino, un ritmo distante,
un alboroto distante,
lo repetí con ira
y lamentándome, Pan.
Así es que volvamos, Pan.
Como los árboles jóvenes
crecían susurrando y volvieron al polvo,
a las cercacías del musgo,
como abandonando su juguete
se levantó el niño,
se dirigió con paso enérgico
el hombre a su campo,
¡y depositaron al anciano en la tierra!
La ciudad ascendió
murmurando alegría, el entusiasmo
se oyó en la plaza y se debilitó y se hizo uno
con la arena otra vez desierta, ventosa.
Se encendieron en flor los prados
y se apagaron los prados,
siempre repetiéndose, Pan.
Habló Némesis: Vanidad-
Oh palabra final
y la más amarga.
Que yo repetí también, Pan.
Tres veces doblaron las campanas. Y lamentándose
y con ceniza en sus cabellos,
el cortejo regresó de la arboleda recordando al hijo de Calíope:
La belleza que cantó en su lira,
para los bosques, para Tracia.
Ahora en el templo, de pie, aquí ante ti,
de vez en cuando lo repíto -
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P. Mustapää