LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

CARTA A MIS HIJOS SOBRE LOS FUSILAMIENTOS DE GOYA ( de Jorge de Sena)


No sé, hijos míos, qué mundo será el vuestro.
Es posible, porque todo es posible, que sea
el que deseo para vosotros. Un  mundo sencillo,
donde toda la dificultad que tengan las cosas sea
la que sobreviene de no haber nada que no sea simple y natural.
Un mundo en el que todo esté permitido,
conforme a vuestro gusto, a vuestro anhelo, a vuestro placer
y a vuestro respeto por los otros, al de los otros por vosotros.
Y es posible que no sea esto, que ni siquiera esto
sea lo que os interese para vivir. Todo es posible,
incluso aunque luchemos por lo que debemos luchar,
por cuanto nos parezca la libertad y la justicia,
o más que cualquiera de ellas una fiel
dedicación a la honra de estar vivo.
Un día sabréis que más allá de la humanidad
es incontable el número de quienes así pensaron,
amaron en su semejante cuanto había en él de único,
de insólito, de libre, de diferente,
y fueron sacrificados, torturados, apaleados,
hipócritamente entregados a la secular  justicia
para que los liquidase “con suma piedad y sin efusión de sangre”.
por ser fieles a un dios, a un pensamiento,
a una patria, a una esperanza, o tan sólo
al hambre incontestable que les roía las entrañas,
fueron destripados, desollados, quemados, gaseados,
y sus cuerpos amontonados tan anónimamente como habían vivido,
o sus cenizas dispersas para que ni memoria quedase de ellos.
A veces, por ser de una raza, otras
por pertenecer a una clase, expiaron todos
los errores que no habían cometido o que no tenían conciencia
de haber cometido. Pero también ocurrió
y ocurre que no les mataron.
Hubo siempre infinitas maneras de prevalecer,
aniquilando mansamente, delicadamente,
por caminos tan inescrutables como se dice que son los de Dios.
Estos fusilamientos, este heroísmo, este horror,
es una cosa entre mil que ocurrió en España
hace más de un siglo y que por violenta e injusta
ofendió el corazón de un pintor llamado Goya,
que tenía un corazón enorme, lleno de furia
y de amor. Pero esto no es nada, hijos míos.
Tan sólo un episodio, un episodio breve
en esta cadena de la que sois un eslabón (o no seríais)
de hierro y de sudor y de sangre y algo de semen
de camino al mundo que sueño para vosotros.
Creedme, ningún mundo, nada ni nadie
vale más que una vida o la alegría de tenerla.
Y esto es lo que más importa: esa alegría.
Creedme, la dignidad de la que tanto os hablarán
no es sino esa alegría que viene
de estar vivo a sabiendas de que nunca
nadie está menos vivo o sufre o muere
para que uno solo de vosotros resista un poco más
a la muerte que es de todos y vendrá.
Que todo esto la sabréis serenamente,
sin culpar a nadie, sin terror, sin ambición,
y sobre todo sin desapego o indiferencia,
lo espero ardientemente. Tanta sangre,
tanto dolor, tanta angustia, un día
(incluso aunque el tedio de un mundo feliz os persiga)
no han de ser en vano. Confieso que
a menudo, pensando en el horror de tantos siglos
de opresión y crueldad, dudo por momentos
y una amargura me devasta inconsolable.
¿Será o no en vano? Pero, aunque lo sea,
¿quién resucitará a esos millones, quién restituirá,
no sólo la vida, sino todo cuanto les fue robado?
Ningún Juicio Final, hijos míos, podrá darles
aquel instante que no vivieron, aquel objeto
que no disfrutaron, aquel gesto
de amor, qué hubieran hecho “mañana”.
Y por eso, el mismo mundo que creemos
debemos tratarlo con cuidado, como cosa
no nuestra, que nos es cedida
para que la guardemos respetuosamente
en memoria de la sangre que corre por nuestras venas,
de nuestra carne que fue otra, del amor
que otros no amaron porque se lo robaron.