I.
No es de suyo
permitido asistir a un entierro a los bufones.
Ni Mari Bárbola ni
Nicolás Pertusato, enanos de la corte,
Ni siquiera la infanta
Margarita María asisten
Al entierro de las
Meninas, damas de honor dignas
Del más blanco
Alcázar. El pintor ha muerto antes
Que las Meninas,
aunque allí lo veamos, con su pincel
Y su paleta, de seguro
pintando el cuadro donde
Ocurre el universo. El
perro Fides, el fiel
Can que soporta las
patadas menudas del enano,
Quizá ladre a su
sombra en la eternidad. José Nieto, aposentador
De la Reina, ya se fue de la
puerta, andando en puntillas
Por senderos de bruma,
por los fríos salones del Escorial.
El espejo,
descongelado, ha engullido
Los torsos, las
manchas tutelares de los soberanos.
Don Diego sopla un
aliento humano a la infanta, a las Meninas
Y bufones, y hasta el
perro tiene algo de triste humanidad.
No así los reyes,
flotantes en el cristal como si fueran
Más reflejo que
mirada, más eco del espejo que del mundo
No es de suyo
permitido asistir a un entierro a los bufones.
II.
Pero es de ley que
asistan a su propio entierro los bufones.
Lejos del lienzo,
lejos de Velásquez, lejos del viejo Imperio,
Su Beatífica
excrecencia llama, de nuevo, a sus payasos.
La noche es vieja
desdentada, madrastra de un país
Que no conoce el
sueño. Un cartel los llama por su paga:
Botones de hojalata,
flores tardías, lentes ahumados
Para no ver las carnes
del Rey que va desnudo por las calles.
Una luna frugal para
su hastío: la bufonería, los poetastros
Lamen su pan, alquilan
las cabezas para comprarse un sombrero.
Es de ley que asistan
a su entierro los bufones
Cuando cruza la tarde,
desangrando rosas.
Más enanos que Mari
Bárbola, mucho más que Pertusato,
Los cortesanos, donde
uno mire, los huecos cortesanos,
Reyes sin trono,
torres sin almenas, ruecas sin hilo.
Por allí cruza la
tarde, desangrando rosas.