Sobre una tela de Millais
Abandonó el cortejo de doncellas,
las coronas de pámpanos.
La triste prefirió
el cristal seductor de la corriente.
No sólo el cuerpo lívido,
las ojeras de escarcha,
la febril precisión de la
amargura,
la hierba indiferente, la
hermosa adormidera del tiempo
detenido,
sino la mano sola,
entregada a la música del musgo
flotando en el abismo de la
flores azules, peligrosas,
hallándose en el hueco de la
muerte
como primer recinto, única
lucidez
para encajar los golpes de la
fortuna adversa.