LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

ESCENA DE CAZA (José Watanabe)

                          No por cólera
negaré la belleza de los brillantes jaeces.
Cuando el cuerno de caza ya no suene en el fondo del bosque
alabaré mejor el paciente trabajo de los artesanos del burgo.
Ahora tengo prisa:
el tropel de caballeros y cortesanas galopa en el coto de caza,
hieren con saña la grupa y el ijar de los elásticos corceles
y el griterío de las cien cabezas picudas de los lebreles
            husmea la tierra,
el aire y la rama quebrada,
                           y reconocen y avistan
el calor y el olor del venado en la huidiza pisada.
La zarza ha herido el airoso lomo curvado en el aire
y en todo el bosque del condado la presa no hallará casa ni confín
donde apacentar su proverbial belleza
elogiada al amanecer por el remanso del río.
                               No por perseguido
empezaré el dulce lamentar. La música de las altas esferas
no convierte al vendado de hermosura
en tigre.
Mas ya desnudo y profano como hijo de vecino
el venado se vuelve ante la babeante dentellada
y apresta con un gesto de rabia la cornamenta –un gesto
de veras hermoso, que ni mil palabras-
un gesto que ha fijado todo movimiento de perros y reyes
                                                   sorprendidos en el óleo.








                              *     *     *


Me gustaría hacer algunas reflexiones en relación a este poema. La primera de ellas es que descubrí a su autor, el poeta José Watanabe, por pura casualidad, el día que leí su excepcional poema titulado "El guardian del hielo" . Desde entonces soy un apasionado lector de su obra.


EL GUARDIÁN DEL HIELO

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada

como inútil.
                    Diluyéndose
Dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.



Dos pasiones, además de la poesía, comparto con este autor: los animales y la pintura. De entre las muchas cosas que encuentro admirables en la poesía de José Watanabe, una de ellas es que en no pocos de sus poemas aparecen animales, y lo hacen con un tratamiento muy diferente al que les dan otros poetas. Watanabe ha dedicado composiciones al gato, al lenguado, a la ballena, a la rana, al oso, etc; pero seguramente es el ciervo la criatura que con mayor frecuencia aparece en sus versos. En la siguiente composición, titulada precisamente "El ciervo", el poeta se identifica con dicho animal, y  reflexiona sobre el asunto de la vida después de la muerte. El poema recalca la idea de que la única certeza que tenemos al respecto de la inmortalidad es que sólo puede darse en el terreno de lo onírico.


              EL CIERVO


El ciervo es mi sueño más recurrente.
Siendo animal de manada aparece mirándome con alzada
                                        y orgullo
de hombre solo.
A media distancia pasta en un espacio pequeño, y alrededor
                                  todo petrificado, ningún cuerpo
de carne
que se le compare.
El ciervo se mueve como articulado por fuertes elásticos
                                                    internos
que convergen en un poderoso órgano desconocido y central.
De allí su caminar gracioso
                  que disimula su enorme fuerza
                                   elástica, su potencial
                                               de vuelo.
Imaginemos la eventualidad de un cazador y de un certero
     disparo,
ya el ciervo está desarrollando su instantáneo salto
                                                 en el cielo.
La jauría sólo llegará a su primera sangre, a la sorprendida,
y luego no lamerá
                   ninguna
porque en el ascenso
el ciervo curará su herida
                                         con simple
                                           saliva.
Y aterrizado y salvo aparecerá otra noche en mi sueño.
                                              de hipocondriaco
Mi miedo volverá a cubrirlo de atributos
                                     de inmortal y así mirándolo
                           yo mismo me miro
                                                  pero sólo en mi sueño
porque la voz de mi vigilia no entra allí, y el ciervo
                            nunca oye
                            mi cólera:
¡no eres de vuelo y vivirás en el suelo, mordido
                                               por los perros!


Curiosamente, hay otro poema en el que aparece un animal (en este caso un pelícano), donde Watanabe aborda la misma temática. Se trata del magnífico poema "La piedra alada", poema que dio título a uno de sus más brillantes poemarios.


         LA PIEDRA ALADA


El pelícano, herido, se alejó del mar
               y  vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el bello movimiento congelado
                            de una danza.


Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
                             Extrañamente
en el lomo de la piedra  una de sus alas,
sus gelatinosos tendones se secaron
y se adhirieron
a la piedra
         como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
        el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
                     pero no hacerla volar.


De nuevo insiste Watanabe en la idea de que solo con la imaginación lograremos hacer volar de nuevo (metafóricamente resucitar) al ave muerta, pero no en la realidad.


Otra de las pasiones de José Watanabe es, como dije antes, la pintura (en su juventud quiso ser pintor). Watanabe también ha dedicado muchos de sus poemas a grandes pintores: Goya, Hokusai, Chagall, Munch, etc. Pues bien, en  "Escena de caza", Watanabe reune estas dos pasiones en un solo poema. Lo extraordinario de estos versos es que solo al final de su lectura logramos comprender que no se nos está relatando un escena real de cacería, sino contemplando un cuadro que la representa. Por tanto, el tema principal ha quedado desplazado, postergado hasta el final para sorpresa del lector.  Este artificio, que consiste en relegar a un segundo plano el motivo fundamental de su obra, es utilizado tanto por los poetas en sus versos como por los pintores en sus lienzos. ¿Existe, pues, un cierto paralelismo entre algunas de las técnicas utilizadas por los pintores y las figuras retóricas propias de los poetas? Sin duda. Pondré un ejemplo.


En este cuadro, “La bodas de Canán” de Tintoretto, el tema principal se encuentra lejano; las figuras de Jesucristo y María han quedado “desplazadas” al fondo del lienzo, mientras que otros comensales ocupan el primer plano (esta técnica fue profusamente utilizada en la pintura manierista).


















Pues bien, algo parecido sucede en algunos poemas. En poesía, el “desplazamiento del tema principal” es una artificio que consiste en la combinación de dos temas, uno de los cuales, el accesorio, ocupa prácticamente la totalidad de la obra, mientras que el tema principal, queda postergado hasta muy al final de la composición. Un ejemplo lo encontraremos en el soneto que Góngora escribió en 1596 con motivo de un desbordamiento que sufrió el río Guadalquivir.


Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;


duras puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas;


los días de Noé, gentes subidas
en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas.


Pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.


Lo interesante de este poema de Góngora es que el tema principal, el amor, sólo aparece en el último verso, cuando el poeta afirma hiperbólicamente que teme más sus propios sentimientos amorosos que la crecida del río, quedando en ese momento los efectos de ambos indisolublemente unidos.


Este efecto de “sorpresa”, donde el lector descubre únicamente al final de qué va la obra, es frecuente en muchos poemas. En este sentido, el poema “Escena de caza” es particularmente significativo en esta ocasión. Lo es, por un lado, porque el asunto del que trata es la propia pintura. Lo es, también, porque la sorpresa final es compartida por los protagonistas de la cacería, pero también por nosotros, los lectores: ellos cuando ven el gesto arrogante del ciervo antes de morir, y nosotros, cuando descubrimos que la escena de caza no es real, sino un óleo. De esta sencilla manera, Watanabe otorga al hipotético lienzo lo que éste no tiene, es decir, movimiento, devenir, transcurso temporal; y lo hace de una manera que no resulta artificiosa para el lector, que durante la lectura creía asistir a una cacería real.


Una última consideración me gustaría hacer en relación a este magnífico poema, y que, por cierto, tiene mucho que ver con el paralelismo que cabe establecer entre pintura y poesía. En este poema, el poeta  pondera la bella arrogancia del animal a punto de ser apresado. Nos dice que el venado "apresta con un gesto de rabia la cornamenta, un gesto de veras hermoso, que ni mil palabras...". Esta expresión, tan frecuentemente utilizada en el habla coloquial, no nos sorprendería viniendo de un pintor, pero sí de un poeta. Es verdad lo que afirma el viejo dicho: que "una imagen vale más que mil palabras". ¿Quién se atreverá a  negarlo, y más aún en los tiempos que vivimos? Pero no debemos olvidar que para expresar dicha idea se han utilizado palabras, sólo palabras y no imágenes. Y es que, en definitiva, ni mil imáganes podrían expresar lo que dicen esas siete palabras.