LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

HOMILÍA DEL PERDÓN (de Javier Asiáin)

El Regreso del Hijo Prodigo (Rembrandt)

Cuando aún estaba lejos, su Padre lo vio, y,
profundamente conmovido, salió corriendo
a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.
(Lc 15, 20-21)
Bajo la misteriosa potestad
que da el don clarividente
-acelerada ya la gangrena de la bestia-,
consumida de tropismos
la luz cenit de aquel Barroco primigenio,
los óleos de tu vida,
-ahora síntesis de contrarios redimidos-,
flotan al claroscuro
como jaculatoria final de un lienzo
que resultas ser
                                                             tú mismo.

San Petersburgo y el río Neva acarician
ese espacio en que prodigas el misterio.
Más allá de ser el nicho visitado de tu plástica ecumene,
la residencia atávica del vodka y de los Zares
se convierte en mausoleo de tu obra,
en retícula de un fresco,
donde la infausta soledad derramó en cada costura
el bebedizo de la ausencia.
Así, como un ángel custodio
del tiempo espiritual de tu hijo arrodillado,
silente y milenario, el Hermitage
nos despliega tu grandeza
como una invocación a los sentidos
o una mística facultad buscando ese acomodo
mensurado en los matices.

Y el icono del perdón
declinado en tu indigencia:
intimísimo caudal de luz hendida a la intemperie
impregnando el ministerio de unas manos redentoras
donde el amor absoluto acogió tu cataclismo.
Cuando casi aún te preguntas
qué fue de los brillos de tu reconocimiento
-los tulipanes excesivos de un Amsterdam
a los pies de tu alter ego-,
de la gloria vana y perseguida
detrás de los emplastes vigorosos
del color y la sombra, aquéllos
que despertaban el espíritu de Rafael y de Tiziano,
los duendes en la luz
de Caravaggio.

Y al fin reconciliado
proyectas el pincel
en reflejos que retratan tu onomástica:
Obra y creador, arte y artista,
Dios y humanidad,
miseria y compasión desvanecidos
tras el corinto excelso de un abrazo,
los ocres dadivosos de feliz misericordia,
y el simún de marrones que prospectan
un silencio conspicuo.

Y en tu paleta de esmaltes
-contado y pintado-
un evangelio
tras cada prédica formal
de oscuro y claro,
de sombra y resplandor,
de hijo y Padre en desnudez que une,
que es herida y sanación al mismo tiempo,
acaso muerte y Renacimiento
reduciéndonos los siglos
bajo los alcores de un temblor
hecho prodigio sempiterno en que colmarnos.