LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

JOAN MIRÓ (de José Hierro)



 
Autorretrato 1919




















Autorretrato 1
 


Aquí se instala, entre los astros oxidados, frente al
               aro de miel que esconde en su  zumbido un
               pájaro desangrado en la noche, mito a mito.
La estrella azul ladraba al perro negro.
El pájaro amarillo ladraba a la luna roja.
Sube el viento por la escala sin término y arriba lo
               acechaba el ópalo transformado en Julieta, en
acanto, en campana, en más pájaro.
Sube el viento enrollado en las flautas.
El viento no subía por la escala: soplaba sobre el
               tiempo, barría el mundo, lo restituía a su origen
              de papel blanco, de papel mudo, hostil, amigo.
Y él navegaba por la niñez corsaria, rescatando sus fábulas. 

Y así un día y otro día, un seno y otro seno, un
              azul y otro círculo, y otro pájaro, y otra estrella y un
              silencio.
El corazón, en su pez materno, regresaba al punto
              cero desde el que desplegar las alas infinitas.





LA DONCELLA BIENAVENTURADA (de Dante Gabriel Rossetti)



La Doncella Bienavneturada
Dante Gabriel Rossetti
(cuadro y poema pertenecen al mismo autor)
La Doncella Bienaventurada se inclinó
sobre la baranda de oro del Cielo;
sus ojos eran más profundos que el abismo
de aguas aquietadas al atardecer;
tenía tres lirios en la mano,
y las estrellas de su pelo eran siete.

A su vestido, suelto desde el broche al dobladillo,
no lo adornaba ninguna flor,
Excepto una rosa blanca, regalo de María,
llevada convenientemente para el oficio
Su cabello, que caía a lo largo de su espalda
era amarillo como el trigo maduro.

Ella sentía haber pasado apenas un día
desde que era una de las coristas de Dios;
aún no la había abandonado el asombro
de su tranquila mirada,
para aquellos a quienes ella había dejado, su día
había sido contado por diez años.

(Para uno, son diez años de años.
…Y sin embargo, en este mismo lugar,
Ella se inclinó una vez sobre mí, -sus cabellos
caían sobre mi rostro…
Nada: la caída otoñal de las hojas.
El año entero pasa veloz.)

Sobre la muralla de la casa de Dios
Ella estaba de pie;
Edificada por Dios sobre la profundidad vertical
donde empieza el Espacio;
Tan alta, que mirando desde allí hacia abajo
Ella apenas podía ver el sol.

(la casa) Está en el Cielo, más allá del torrente
de éter, como un puente.
Abajo, las mareas del día y de la noche
con llamas y oscuridad forman
el vacío, que llega hasta el fondo donde este mundo
gira como un mosquito irritado.

A su alrededor, amantes reencontrados
Entre aclamaciones inmortales de amor,
pronunciaban entre sí,
sus nombres recordados en el corazón;
Y las almas, que iban subiendo hacia Dios
pasaban a su lado como delgadas llamas.

Pero ella seguía inclinándose, y observando
hacia abajo desde aquel balcón;
Hasta que su pecho debió
entibiar el metal de la baranda,
Y los lirios quedaron como dormidos
a lo largo de su brazo doblado.

Desde ese lugar fijo en el Cielo ella vio
Que el tiempo se agitaba como un pulso intenso
a través de todos los mundos. Su mirada se esforzaba,
Por alcanzar a través de ese gran abismo
su camino; y luego ella habló una vez como
Cuando las estrellas cantaron en sus esferas.

El sol se había ido ahora; la rizada luna
Era como una pequeña pluma
revoloteando en el abismo; y ahora
Ella habló a través del aire inquieto.
Su voz era como la de las estrellas
cuando cantaron juntas.

(¡Ah, cuán dulce! Incluso ahora, en esa canción de pájaro,
¿No intentaban acaso sus palabras,
alcanzar la lejanía? Cuando esas campanas
poseyeron el aire del mediodía,
¿No intentaban acaso sus pasos llegar a mi lado
bajando aquella resonante escalera?)

“Deseo que él venga a mí,
porque él vendrá”, dijo ella.
“¿Acaso no he rezado al Cielo?-en la tierra,
Señor, Señor, ¿acaso él no ha rezado?
¿No son dos ruegos una perfecta fuerza?
¿Y debo sentir miedo?”

“Cuando la aureola rodee su cabeza,
y él esté vestido de blanco,
yo lo tomaré de la mano y lo llevaré
a los hondos pozos de luz;
y bajaremos hasta la corriente,
y nos bañaremos a la vista de Dios”.

Estaremos de pie al lado de ese santuario,
oculto, alejado, no hollado,
cuyas lámparas están agitadas eternamente
con las plegarias que suben hacia Dios;
Y veremos nuestras viejas plegarias cumplirse y disolverse
como si fuesen pequeñas nubes.

Y dormiremos a la sombra
de ese místico árbol viviente
En cuyo secreto follaje
se siente que a veces está la Paloma,
Y cada hoja que tocan Sus plumas
dice audiblemente Su nombre.

Y yo misma le enseñaré,
Yo misma, yaciendo así,
las canciones que canto aquí, en las que su voz
se detendrá en murmullos, lentamente;
Y él encontrará sabiduría en cada pausa,
Y algo nuevo para aprender.

(¡Ay! ¡Nosotros dos, nosotros dos, dices tú!
Si tú eras una conmigo
En el pasado. ¿Pero acaso elevará Dios
hacia la unidad eterna
al alma cuya similitud con la tuya
consistía en su amor hacia tí?)

Los dos, dijo ella, buscaremos el bosque
donde la Dama María está,
con sus cinco doncellas, cuyos nombres
son cinco dulces sinfonías,
Cecilia, Gertrudis, Magdalena,
Margarita y Rosalía.

En círculo sentadas, con sus rizados cabellos
Y sus frentes adornadas con guirnaldas;
En fina tela, blanca como la llama,
bordando el hilo dorado
para hacer el traje natal de aquellos
que acaban de nacer, porque han muerto.

Él temerá, feliz, y quedará en silencio:
Entonces yo apoyaré mi mejilla
en la suya, y diré acerca de nuestro amor,
Sin vergüenza y sin temor:
Y la querida madre aprobará
mi orgullo, y me dejará hablar.

Ella nos llevará, la mano en la mano,
Hasta Aquel junto a Quien todas las almas
se arrodillan, la fila de cabezas sinnúmero
agachadas con sus aureolas:
Y los ángeles al encontrarse con nosotros, tocarán
Sus cítaras y cítolas.

Allí yo le pediré a Cristo, el Señor
sólo esto para él y para mí:
Vivir como una vez vivimos en la tierra
Con Amor, nada más estar
como una vez estuvimos por un tiempo, ahora por siempre
Juntos él y yo.

Ella miró, y escuchó, y entonces dijo,
Su voz más apacible que triste,
“Todo esto sucederá cuando él venga”. Ella calló.
Y la luz iluminó, lleno
estaba el aire de ángeles en fuerte y parejo vuelo.
Sus ojos rezaron, y ella sonrió.

(Yo ví su sonrisa.) Pero pronto su camino
fue vago en distantes esferas:
Y luego ella apoyó sus brazos
sobre aquella baranda de oro,
y dejó caer su rostro entre las manos,
lloró. (Yo oí sus lágrimas).





SOBRE UNA FOTOGRAFÍA DE ANSEL ADAMS -MONTE WILLIAMSON, CALIFORNIA- (de José Watanabe)




Sobre la inmensa y árida planicie
hay una tumultuosa mortandad de piedras.
           Están allí como recién caídas.
Sus cuerpos redondeados como cráneos
cayeron anoche
              gimiendo, entrechocándose,
                           lastimándose.

Persiste un aire de larga agonía: acaso
murieron buscándose o llamando parientes.

Sólo el Monte Williamson,
                    que vela siempre a lo lejos,
fue testigo del resonante desplome.

                        Ya es el amanecer
y hay un aterrador silencio en la planicie.
Busca con cuidado entre las piedras:
acaso haya alguna que todavía no muere
                                                   y te diga
quiénes son los condenados de la próxima caída.




(del poemario "La piedra alada")



REFLEXIONES EN AZUL -Sobre el cuadro de Picasso La vida, 1903- (de José Pérez Olivares)









































Bebo el agua de la vida.
Me baño en sus ondas espejeantes.
La celebro.
La escucho.
La canto.
Asisto al triunfo del agua de la vida, a su juego simple, a su juego de
            plenitud.
Tomo entre mis manos el agua de la vida. Agua mansa. Agua transito-
ria que relumbra. Agua con poderes, llena de murmullos. Llena de
promesas.
Así la veo en este cuadro. Agua azul. Agua milagrosa.
En este cuadro navego. En él miro y descubro al hombre y a la mujer
            desnudos,
al hombre y a la mujer en su largo abrazo de aguas.


Agua femenina y agua masculina
mezcladas en el reino de los colores.

Así la vio Picasso, pintor azul. Pintor del agua que nos sustenta.
No hay otra cosa que agua de la vida,
no hay otra cosa que un nombre y una mujer pensativos
sentados junto a la eterna fuente.
Miro el cuadro que es una multitud,
miro, a través del agua, ese río que somos
y que avanza, pensativo, hacia el mar.
Agua de colores que pasa.
Muchedumbre líquida,
humanidad que brota y se expande
con sonido de afluentes.
Así la vio Picasso, pintor de aguas remotas.
Por eso es tan azul el hombre
y tan pálida después, cuando es madre, que es la madre del agua,
la madre de todas las aguas.

Puesto que somos agua, y agua es el mundo,
celebro este cuadro.
Lo escucho.
Lo canto.
Asisto al triunfo de este amoroso lienzo azul
donde el agua lo inunda todo,
donde el agua
                                murmurante y llena de reflejos
arriba, sin ser vista,
a través del espectro de las horas.





(del poemario: “Cristo entrando en Bruselas”)

LA SUMA (de Jorge Luis Borges)

Ante la cal de una pared que nada
nos veda imaginar como infinita
un hombre se ha sentado y premedita
trazar con rigurosa pincelada
en la blanca pared el mundo entero:
puertas, balanzas, tártaros, jacintos,
ángeles, bibliotecas, laberintos,
anclas, Uxmal, el infinito, el cero.
Puebla de formas la pared. La suerte,
que de curiosos dones no es avara,
le permite dar fin a su porfía.
En el preciso instante de la muerte
descubre que esa vasta algarabía
de líneas es la imagen de su cara.


(del poemario: Los conjurados, 1985)




L´INDIFFERENT -Watteau- (de Manuel Machado)



L'ndifferent
Watteau






Galán desmemoriado y elegante,
surge en un grácil paso de gavota,
mientras la fuente frívola borbota
el soso y frío madrigal constante.

A la señora de Tourvel – su filis-
envío, en un billete perfumado,
un acróstico -¡oh celos!-dedicado
a las letras del nombre de Amarilis.

Y ella, furiosa con la Mariscala,
rompió, indignada, dos preciosos Sèvres
y una preciosa túnica de encaje…

El dijo bien una disculpa mala….
Salio; y, huyendo las celosas fiebres,
corre las gratas frondas del paisaje.

AGNUS DEI (de José Luis Puerto)






















                                                        (Zurbarán, Museo del Prado)
Sigue el cordero ahí,
en espacio esencial ante tiniebla,
sobre una mesa gris, ara del mundo.
Tan quieto y maniatado,
nos pide la piedad
con un silencio blanco que apacigua.
Siempre fue de los mansos
el espacio letal del sacrificio,
esa entrega al dolor
en busca de un sentido que se escapa
a la gula voraz de los verdugos.

Invócanos, cordero,
desde lo indescifrable de tu estar
de otra manera.
Ten piedad de nosotros,
que vivimos de espaldas al sentido
que tú transmites con tu mansedumbre.
Pide que desatemos
las cuerdas de tus patas maniatadas.
Ya no podemos soportar
ese estado de gracia que te inviste,
ese tu estar ajeno
a la atadura que hoy el mal del mundo
te tiene colocada.

Ya no sabemos invocarte,
tampoco soportamos
tu súplica callada,
tu gracia, tu quietud, tu mansedumbre,
tu silencio, tu entrega, tu dolor...
cifrados en el ser de la blancura.

Ten piedad de nosotros.







PIEZA DE MUSEO (de José María Álvarez)


Mujer mordida por una serpiente
Auguste Clésinger

























Voluptuosidad incomparable, inefable embriaguez,
yo te canto
Paul Verlaine
Un escultor, un día -Auguste Clésinger
se llamaba- entregó al mundo
esa "mujer picada por un áspid"
que hoy conserva un museo.
                                                        Los turistas
junto a a ella pasan; si alguno se detiene
lee la inscripción, y sigue
su visita. O con frecuencia
son grupos de chiquillos, dirigidos
por un profesor que les explica
los efectos de la terrible picadura,
cómo el autor captó el dolor,
la angustia, el miedo.
                                         Y sin embargo
bastárales contemplar el vuelo de esos ojos,
ese rostro, escuchar los suspiros
que salen de su boca, de ese pecho
que infla el amor, esa espalda que se arquea,
esos muslos que aprieta
el gozo,
                 para entender
que no es la Muerte la que toma
a esa mujer, sino el placer,
el éxtasis, la absoluta
anonadación del orgasmo.
                                                    Si el buen Auguste Clésinger
se vio forzado por la censura de su tiempo
a inventar una anécdota trivial
que permitiera a sus ensueños
ser expuestos en la Salón del 47,
qué sutil, fascinador, inteligente
fue, para legarnos esa belleza apasionada:
el instante supreno
en que una mujer entrega su carne
a la Historia.



PINTAR LAS FLORES (de José Emilio Pacheco)




Sin previa declaración de guerra invadieron
el país mientras él pintaba sus flores.

Siguieron las batallas y las derrotas.
Él continuó pintando sus flores.
Vino la resistencia contra el terror que desató el ocupante.
Él se obstinó en no abandonar sus flores.

Al fin los que hicieron el mal fueron vencidos.
El prosiguió pintando sus flores.

Ahora reconocemos qué valiente fue ante todo ese horror
porque nunca dejó de pintar sus flores.




(Del poemario “Siglo pasado”)



AL MAR (de Alexander Pushkin)

 


¡Adios, libérrimo elemento!
Contemplo por postrera vez
tus olas célicas al viento,
tu hermosura y altivez.
Cual queja triste de un amigo,
como su voz de despedida,
tu imperativo, mustio ruido
por vez postrera se avecina.

¡Límite ansiado de mi alma!
Por tus orillas en tinieblas
tan a menudo yo vagaba,
atormentado por mi idea.
¿Y no amé tu eco acaso,
todo el fragor de tus abismos,
y el silencio al ocaso,
y el arrebato advenedizo?
La barca fiel del pescador
que guardas tú, mar, por antojo,
roza el oleaje con valor,
mas desenfrenas tu enojo
y se hunde en banda la mejor.
 
No supe, al fin, abandonar
tu orilla inmóvil, aburrida,
ni alegre agradecerte, mar,
y por tus crestas orientar
mi tan poética huida.


El adios de Alexander Pushkin al mar

Cuadro de Ivan Aivazovski e Iliá Repin (1877)

Oí tu voz, encadenado,
en vano mi alma se partía:
de una pasión quedé encantado
y no abandoné tu orilla.
No lo lamento. ¿A dónde, es cierto,
quisiera, indolente, ir?
Un solo punto en tu desierto
me admiraría en el vivir.

Oh, mar, conmueve hoy las olas,
el poeta siempre fue tu vate.
Tu imagen fue su distintivo,
tu alma lo forjó sensible,
igual que tú, hondo y sombrío,
también potente e invencible.
Quedó vacío el mundo… ¿A dónde
me llevarías, mar hermano?

¡Adiós, pues, mar! No he de olvidarme
de tu espléndida belleza,
y oiré al caer la tarde
tu voz, fragor que embelesa.
Al bosque, a la llanura hosca,
pleno de ti, me llevo ahora
tus claroscuros, golfos, rocas
y el murmullo de tus olas.



Alexander Pushkin, 1824


UNA LECCIÓN DE INOCENCIA (de Héctor Rojas Herazo)






Van Gogh pintó una vez
el retrato del mundo
Allí estaba todo:
las flores que se abren
y las puertas que se cierran,
los días del llanto
y los días de oro
los senderos y los sueños,
los ramajes y las palomas.
También un niño
mirando dos amantes
y también la hora del nacimiento
y la muerte de cada hombre.
Para lograr ese retrato, Van Gogh
no tuvo sino que pintar una silla.


SONETO XXIV (de William Shakespeare)



Pintores son mis ojos: te fijaron
sobre la tabla de mi corazón,
y mi cuerpo es el marco que sostiene
la perspectiva de la obra insigne.

A través del pintor hay que mirar
para encontrar tu imagen verdadera,
colgada en el taller que hay en mi pecho
al que brindan ventanas tus dos ojos.

Y observa de los ojos el servicio:
los míos diseñaron tu figura,
los tuyos son ventanas de mi pecho
por las que atisba el sol, feliz de verte.

Mas algo falta al arte de los ojos:
dibujan lo que ven y al alma ignoran.


(Versión de Manuel Mujica Láinez)



MADRID SUR (1965-1985) -Antonio López- (de Ramón Cote Baraibar)



Madrid Sur (1965-1985)
Antonio López
 

























                                                      Para Adolfo García Ortega


Por mis ojos
y mis manos
      ha pasado
todo el cielo.

Sin embargo
      lo desconozco,
como esta ciudad

      que cada día
se deshace, se esfuma,
      más y más
hacia el sur.

Ignorando las advertencias de Leonardo
al principìo me propuse
detenerla en el tiempo.

Más tarde
intenté que el tiempo
continuara fluyendo en su detención
Pero todo resultó inútil.

Pintar durante veinte años en un mismo cuadro
la cambiante ciudad.
Ese fue mi dasafío y mi condena.
Y esta victoria
                   inasible.



Del poemario: COLECCIÓN PRIVADA.
III PREMIO CASA DE AMÉRICA DE POESÍA AMERICANA.
ED: VISOR



PINTORES HOLANDESES (de Adam Zagajewski)



Escudillas de estaño repletas y pesadas de metal.
Gruesas ventanas hinchadas por la luz.
Materialidad de plomizas nubes.
Vestidos como colchas. Ostras húmedas.
Objetos inmortales, pero que no nos sirven.
Andan solos los zuecos de madera.
Las baldosas nunca se aburren,
y juegan al ajedrez con la luna.
Una chica fea estudia una carta
escrita con tinta simpática.
¿Se trata de amor o de dinero?
El mantel huele a moral y a almidón.
La superficie no conecta con la profundidad.
¿Misterio? No hay misterio alguno
sólo el azul del cielo, hospitalario
e intranquilo como gritos de gaviotas.
Absorta, una mujer pela una manzana roja.
Los niños sueñan con la vejez.
Alguien lee un libro (el libro es leído),
alguien duerme y se vuelve un objeto
cálido, que respira (como un acordeón).
Les gustaba habitar. Y lo habitaban todo,
el respaldo de madera de una silla
y en en hilos finos de leche como el estrecho de Bering.
Puertas de par en par, el viento era afable,
las escobas descansaban tras el trabajo a conciencia.
Descubiertas las casas . Pntura de un país
donde la policía secreta no existía.
Sólo una sombra prematura entró
en el rostro del joven Rembrandt. ¿Por qué?
Pintores holandeses, decid, ¿qué pasará
al pelar la manzana, cuando falte la seda,
cuando todos los colores sean fríos?
Decidnos, ¿qué es la oscuridad?




(del poemario "Tierra de fuego" Ed: El acantilado)





EL MUNDO DE CRISTINA - Andrew Wyeth - (de Eduardo Chirinos; Ramón Cote Bariabar; María Victoria Atencia)



Nota:
He aquí un pintor y tres poetas; un solo cuadro, pero tres distintas voces, tres poemas, tres versiones, tres maravillosas "Ekprhasis" de una misma fascinante pintura. Espero que os guste.

Santiago Elso Torralba



























EL MUNDO DE CHRISTINA   ( de Eduardo Chirinos)


Seguramente recuerdan la pintura.
Un paisaje rural pintado sobriamente,
en el borde superior una colina separa
el verde amarillento del azul atardecer;
a la izquierda el granero (hay cuervos
sobrevolando el granero), a la derecha
la lenta casa inalcanzable. Y Christina,
apoyada en la hierba, con su falda
rosa, el pelo ligeramente despeinado.
Así la dejó el pintor. Arrastrándose
en el aire, los brazos delgadísimos,
de espaldas a nosotros. La que yo
conocí tenía pelo negro, y era hermosa.
Una muchacha brillante y divertida,
ajena a la parálisis, al oscuro dominio
del miedo y la tristeza. ¿Qué sabemos
nosotros del mundo de Christina?
Un día se fue sin decir nada.
Tenía el pelo ligeramente despeinado.
Era otoño. Hacía un poco de viento.


                  *       *       *
 
EL MUNDO DE CRISTINA   (de Ramón Cote Baraibar)

Es poco lo que sabemos de ti: que tu provincia se reduce a una casa de madera y a un granero situados en lo alto de una colina, que en los veranos tienes por costumbre contemplarlos a tres pájaros de distancia, apoyando tus brazos sobre la tierra como un templo al que se le hubieran torcido las columnas de los extremos, que allí , entre los tallos de trigo, no te visitan ángeles sino cientos de saltamontes, que tienes polio y que te llamas Cristina.

Si estos datos parecen suficientes, entonces por qué nos equivocamos durante tantos años creyendo que el día en que nos dejaras ver el color de tus ojos revelaríamos tu misterio, en lugar de pensar que las contadas cosas que miras detenidamente leventando la cabeza como una corza en la colina, te bastan de sobra para vivir.


                  *     *      *



EL MUNDO DE CRISTINA   (de María Victoria Atencia)


                                                                            
                       Tuve también su edad, y tendida en la hierba
supe de un sol a plomo sobre el verde agostado,
de un ardiente silencio en el que me envolvía,
y de una brisa súbita –yerta quizá- de aviso,
hiriéndome las sienes.
                                                             Tuve su edad. Me he vuelto
descompuesta sin duda, sobre mí,
para mirar mi casa alzada en la ladera
–la polilla royendo mi enagua en los armarios-
sin que siquiera a un ramo de glicinias pudiese
detraerle una gota de su zumo.
                                                                                        Me he vuelto,
confundido mi nombre, para salvar mi casa,
aunque siga en un cuadro donde tan sólo espero
que irán a dar razón de mi nuca los ánsares.



CUANDO NO QUEDE NADA (de Stanislaw Grochowiak)

Danae  
(Saskia van Uylenburgh  como Danae)
Rembrandt

Te colocaré desnuda entre vanidades
Habrá vestidos pesados como el agua
Habrá medias con olor a manzana
Habrá tocados de ala ancha
Habrá metal

Te tendré desnuda en el paisaje oscuro
denso de candeleros, bronces y porcelanas
de las cuales humee el ponche de vainilla
en las irritadas narices de los inmóviles
galgos

Sintió esta necesidad Rembrandt cuando a Saskia
pintaba y ella huía de su propia muerte

Como si quisiera impedirla con peso de racimos
atraparla con el resplandor de los candeleros





(Del poemario: 16 Poetas Polacos 
Traducción: Krystyna Rodowska
Ed: Libros del innombrable)