Camino hacia el anexo
para pasarle el plumero a las marinas
de john everett
que no está de moda
pero su trabajo
me complace más que ningún otro
en el museo
el cielo es una cúpula
de un rojo anaranjado y cobre
y está ventoso y frío
llega una carta
muy alegre
pero la última línea es triste
y hay una p.d.
pidiendo disculpas por ello
a la hora del té
se encienden las luces de la calle
con un fulgor extraterrestre
sigue habiendo frío
y mientras regreso a casa en mi moto
el viento me hace llorar los ojos
en muchos cuadros de everett
el primer plano de la tela
se colma con embarcaciones
de proas descomunales
como si el que observa
fuera un naúfrago
aferrándose a un madero
o simplemente se ahogara
de a poco
el parque está punteado de personas
tres empleados del municipio
están cortando un roble
plantado por el jardinero de carlos primero
un grupo de niños retrasados
de paseo en omnibús
juegan con una pelota naranja
de everett
la primera diferencia visible
es que en el autorretrato
viste un delantal azul brillante
y cabello de color maíz
una pipa de arcilla
y un sombrero de paja deshilachado
mientras que en la pintura
de su amigo y contemporáneo
se le ve más bien
como un personaje siniestro
con un rostro delgadoy una barba puntiguada
con un sombrero de copa
y una capa negra de ópera
encorvado en un hondoo sofá
roedado de sombras
pero todas sus pinturas
tienen luz
con amplias zonas de pura vela blanca
teñidas por la luz solar del trópico
y profundas sombras rojas
a lo largo de las escotillas y la cubierta
y el mar
pintado muy liso
o en atrayentes oleajes azules
casi como humo
los revueltos estrechos de tasmania
la límpida bahía en montevideo
o simplemente la regata de cowes
con un amasijo de sombrillas que encandilan
la mayoría pintadas directamente sobre las velas
dieciséis viajes
en cuarenta años
mil setecientos óleos
el único pintor
que observó y retrató
los últimos años del velero
y es a los holandeses del siglo diecisiete
que cuelgan