Marco Aurelio,
hijo ilustre de la ciudad de Roma, se está mojando,
mientras yo me refugio en el hotel
para beber un whisky y me pregunto
cómo hubiera luchado,
qué estrategia habría que emplear
contra el libre y nada estoico
proud citizen of the United States
y otros héroes que ostentan cada día
uniformes con plaquitas y sombreros.
Qué hace, emperador,
tu estatua ecuestre sin placa ni inscripción
en este lugar que no ganaste
para mayor gloria de Roma,
cómo hubieras combatido
contra quienes iban a luchar tan sólo
por inscribir su nombre en una cruz
entre flores e himnos diez mil años.
hijo ilustre de la ciudad de Roma, se está mojando,
mientras yo me refugio en el hotel
para beber un whisky y me pregunto
cómo hubiera luchado,
qué estrategia habría que emplear
contra el libre y nada estoico
proud citizen of the United States
y otros héroes que ostentan cada día
uniformes con plaquitas y sombreros.
Qué hace, emperador,
tu estatua ecuestre sin placa ni inscripción
en este lugar que no ganaste
para mayor gloria de Roma,
cómo hubieras combatido
contra quienes iban a luchar tan sólo
por inscribir su nombre en una cruz
entre flores e himnos diez mil años.
Llueve sobre la Universidad de Brown,
Rhode Island,
tú cabalgas la línea de tus tropas,
sin tiempo, longitud ni batalla,
tensas las riendas y al mirar atrás,
de pie sobre el estribo, compruebas
que tenías razón, que tan efímero
como quien recuerda es lo recordado.
Pero en esta tierra, Marco Aurelio,
aseguran que eres Richard Burton
y tus meditaciones les parecen
guiones de películas abstractas.
Resumiendo, que perdí por mayoría,
que tú ya no eres tú y yo he tenido
que pagar una ronda de cervezas
y comerme, una a una, tus palabras.