La sensualidad de la belleza
Lytton Strachey
¡Bella y amada muerte! Joya de los mágnificos
que solo en la tinieblas resplandece
Herry Vaughan
Para Margaret Thatcher
Aunque aún nos conmuevan ciertos hechos
de aquel Imperio, y hasta en nuestras costumbres
y a veces hasta en nuestra piel perviva
como un brillo de la gloria de Adriano,
qué tenue
sin embargo esa emoción, qué fría comparándola
con la que nos produce
algo que los tiempos hubieran olvidado
de no ser por el amor que ordenó al Arte
cantarlo. Y desde que Adriano consagrara
la intensidad de su pasión en blanco mármol,
la belleza de Antinoo, ese joven amado,
atravesando épocas con la limpieza de una flecha
aún nos turba, aún goza la frescura, la
palpitante vida de aquel día,
posee y exalta nuestros sentidos, emociona
hasta los huesos lo que de mejor hay en
nosotros.
Belleza que como el opio
abrigas al desolado espíritu, abriéndole
vastos océanos de sensaciones purísimas,
intensas simas de vértigo. Tú, que como el amor
devuelves la juventud a los sentidos.
Refugio del paseante solitario,
misteriosa belleza, embriagadora como el vino.
Tú que destinas a ser Dios a quien hubiera muerto,
sin ti, desconocido. Y ahora reina
para siempre, deslumbrante, ardiente
como la pasión que despertó, como los ojos de Adriano
cuando lo desearon.