Contemplación del cuadro "Giuditta che decapita Oloferne"
de Artemisia Gentileschi en Galería Uffizi de Florencia.
No alcanza a turbarte el grito de la sangre
ni el murmullo de la linfa en el lecho deshilachada.
No te azora el pavor apologético del rostro de Holofernes
como un epitafio donde se imprime la raíz de la humillación.
Rebasas la conciencia del drama con cauto pundonor
y en tenebrosa oscuridad, bajo el umbral de Caravaggio,
devoras la luz con la que se dicta sentencia a muerte.
Ni cielo constelado ni hiedras que trepen columnas,
sólo peso y volumen clandestinos, donde se roba el color
para ceder el paso a una espada en cruz abierta al llanto.
No marcha el destino por las cadenas de tus tullidas manos
ni por el miedo con el que la soledad te aguarda y tiemblas.
No se esconde la fatalidad de la violencia que padeciste
como engendro de odioso tálamo en el que venció la deshonra.
Arrojas la amargura hacia un puño que no se sostiene
y sobre el lino en el que la inocencia embestida se deshoja,
ejecutas el furor con el que un solo juramento usurpa al perdón.
Ni mansas praderas ni robles que simulen estatuas,
sólo forma y alegoría plenas, donde se rehúye la candidez
para trazar las sombras de una expresión insumisa al dolor.