LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

EN EL MUSEO (de Jaime García-Máiquez)


A veces, observando a la gente ambulante
por los lentos pasillos del Museo del Prado
no puedo contenerme, y me pongo a su lado
para saber qué opina -con un gesto pedante-


de un conde, un santo, un dios, o de un perro elegante.
Os aseguro que lo mejor que he escuchado
son esos comentarios del niño malhablado
al mirar una venus desnuda por delante.


Cuando esa gente huye y en la misma salida
afirma ciegamente haberlo visto todo,
no haber dejado ni una sala olvidada


me entristezco, pensando que hay quien deja la vida
jactándose saciada de eso mismo, de modo
que mirándolo todo no han contemplado nada.

CONSULTA (de Bernardino de Pantorba)


-Señor Pantorba, quiero ser pintor.
-Es cosa que hoy cualquiera puede ser.
-¿Y qué debo aprender -¡Cómo! ¿Aprender?
No hay nada en esto que aprender, señor.

La pintura, ejercida con honor,
fue un magnífico oficio hasta anteayer.
Hoy es un modo idiota de perder
el tiempo, el movimiento y el color.

Creerá usted que pintar es dibujar,
modelar, expresar, hacer sentir
cuanto hay más bello en lo que vive… Error.

Pintar es no hacer nada y dar lugar
a que puedan los “críticos” decir
todas las vaciedades de rigor.





PALABRAS DE HENRI MATISSE (de Louis Aragón)



Mil manos entreabren todas las cabelleras,
de mis manos recoge sus colores el día;
un suspiro es la brisa de mis barcas veleras;
del sueño que perdura parte mi lejanía.

Toda flor por desnuda parece una cautiva
que hace temblar el tacto con su esplendor celeste;
escucho, miro y pienso, y el cielo a la deriva
es para mi sencillo como quitada veste.

Explico mis palabras al paso de la ronda;
aplico el pie desnudo por el viento borrado;
desvelo para el mundo lo que el instante ahonda,
y el sol que se levanta del hombro deseado.

Explico la silueta que enmarca la ventana;
doy la clave de árboles, pájaros y estaciones,
la del sellado júbilo de la planta lozana,
la del sigilo extraño que habita los rincones.

Explico en infinitos negrura y transparencia;
descifro el destellante roce de las mujeres,
y en la cósmica cifra la individual presencia,
y la razón que aúna las cosas y los seres.

Me entregan su perfume las formas pasajeras,
y la página en blanco su musical acento;
y explico lo que hace las hojas más ligeras,
y de la rama un brazo levemente más lento.

Innoble en la tormenta de la época gris;
avasalla mi norma la lumbre justiciera;
yo pinto la esperanza... Yo soy Henri Matisse
que le anticipa al mundo lo que del tiempo espera.

LIENZO (de Vladimír Holan)



Rudo lienzo de cañamo, hermoso lienzo
deslizándose insinuante por el cuerpo de la mujer
que está entre dios y los hombres...
El pintor anhela recubrirlo de esquiva humildad,
el escultor quisiera encerralo en una forma aún más púdica,
y el poeta, frente a el , sabe
que no vemos lo que no está oculto.
Pero la mujer, provocativa, lo desgarra
entre dios y el nombre...



EL DIBUJO EN EL AGUA (de Felipe Benítez Reyes)



Bien sabes que estos años pasarán,

que todo acabará en literatura:
la imagen de las noches, la leyenda
de la triunfante juventud y las ciudades
vividas como cuerpos.

Que estos años
pasarán ya lo sabes, pues son tuyos
como una posesión de nieve y niebla,
como es del mar la bruma o es del aire
el color de la tarde fugitivo:
pertenencias de nadie y de la nada
surgidas, que hacia la nada van:
ni el mismo mar, ni el aire, ni esa bruma,
ni un crepúsculo igual verán tus ojos.

Un dibujo en el agua es la memoria,
y en sus ondas se expresa el cadáver del tiempo.

Tú harás ese dibujo.

Y de repente
tendrás la sombra muerta
del tiempo junto a ti.

PINCELES (de J. A. Rauskin)



Pintura , no retórica ni ciencia.
Colores y no hipérbole con neuma.
Perdón, sí, te agradezco la paciencia.

Y disculpa también a Quiasmo y Zeugma,
admirables pintores académicos.
Lo inhibe a uno el tedio, a otro el reuma.

Hablemos de un pintor acaso edénico.
Gaugin, para pintar el paraíso,
lloraba sangre y consumía arsénico.

(Amigo de Gauguin, el insumiso
Vincent pintaba, ya desorejado
de un navajazo muy Van Gogh, preciso.)



A RENÉ MAGRITTE ( de Juan Eduardo Cirlot)




Las mujeres con pechos de papel
alumbran la armonía de los prados.
A las ventanas vienen los venados
bajo un cielo de páginas de miel.

Detrás de esa cortina hay un doncel
con los ojos azules y vendados
pero en las blancas vendas hay pintados
tres ojos negros donde está Luzbel.

La pierna adolescente de la bella
abre sus abanicos de cristales
mientras un aerolito resplandece.

La carne es un espejo y una estrella.
El hombre la contempla con puñales
pero la rosa corre mientras crece.




MORANDI: UN EJEMPLO (de Eugénio de Andrade)



Había anochecido. Yo hablaba de Morandi como ejemplo de un arte poética que, a pesar de la desmaterizalización de los objetos y del aura de silencio que los inmovilizaba en su pureza, no se desvinculaba nunca de la realidad más común y trémula, cuando alguien me interrrumpió: - Yo lo conocía, era intratable, vivía en Bolonia con dos hermanas, casi no salía de casa más que para irse de putas. - Está bien, volví yo, si lo necesitaba para pintar depués como Vermeer y Chardin, benditas sean tosas las putas del cielo y de la tierra. Amén.





RETRATO DE MUJER (de Francisco Álvarez Hidalgo)


Qué silenciosa, inmóvil melodía,
esta mujer del cuadro, de tan leve
sonrisa complaciente… Me conmueve
su aspecto de sutil melancolía.

Sabe que no ha llegado todavía
ese instante en la vida que la eleve;
en el rostro el afán de quien se atreve,
y al fondo de los ojos, rebeldía.

Tiene el aire sensual de quien pudiera
capitular, arriando la bandera
del orgullo, el recelo o el prejuicio.

Y parece mirarme con la gracia
de quien cede al avance de mi audacia
cuando invisiblemente la acaricio.


AL CRISTO DEL GRECO (de Ángel Valbuena Prat)













Jesús de la inquietud y la agonía,
 de la sombra y la nube, yo te invoco,
 llama en los cuadros del cretense loco,
 descoyuntado y sin anatomía.

 ¡Líbrame de este siglo que porfía
 por hacerme de piedra! ¡Soy tan poco
 para ser firme! Y cuanto veo y toco
 se alarga en un temblor de melodía.

 Contigo, sin el orden y el diseño,
 en mi carne de aflicto penitente
 de lágrima, crepúsculo y ensueño,

 se grabará el dolor omnipotente,
 como punzante clavo de tu leño,
 como sangrienta espina de tu frente

PORQUE NADA TERMINA -Ramón Gaya- (de Eloy Sánchez Rosillo)



Es preciso que todo en apariencia acabe
para que al fin comience.
Sólo entonces los hechos
de nuestro acontecer desordenado
adquieren poco a poco
la rara consistencia indestructible
del sueño o la leyenda; sólo entonces podemos
comprender lo vivido, completarlo,
y soñar sin temores ni asechanzas,
interminablemente,
la maravilla cierta del vivir.

Cuando pienso, Ramón —después del trance
natural de tu muerte—, en los años aquellos
en los que coincidimos en el mundo,
siento que me estremece
el misterio absoluto que es la vida.
Qué suerte para mí tan inmensa y extraña,
inexplicable y misericordiosa,
fue el que nos condujeran nuestros pasos
—a través de avatares cuyo oculto sentido
cifrado permanece—
al día y a la hora y al lugar
en que nos conocimos;
y qué providencial para el que soy
resultó que en sí mismo llevara nuestro encuentro
la bendita semilla
de una amistad tan larga y luminosa.
¿Es esto mero arbitrio
de la casualidad? Es destino y enigma.
A cierta edad, un hombre no se engaña
y sabe lo que ha sido en su existencia
de veras decisivo. No ignoro que sin duda
tú en la mía lo fuiste,
y es imposible y triste imaginarla
sin tu ejemplo constante,
y sin la relación tan duradera
que mantuve contigo y con tu obra.

Sí, yo he estado muy cerca muchas veces
de increíbles prodigios.
Vi surgir tu pintura del abismo del lienzo
y pude contemplar cómo sus formas vivas
lentamente empezaban a respirar despacio
al llegar a este mundo.
Con frecuencia, asimismo,
sabía del fulgor de tus escritos nuevos
antes de publicarse,
y tuve el privilegio de escuchártelos.

Tu obra es patrimonio
de cuantos quieran que les pertenezca.
Pero, además de compartir tan fértil
y tan bella heredad con los que la hacen suya,
yo fui también testigo de tu vida,
y eso sólo unos pocos lo hemos sido.
Ineludible obligación gustosa
y legítimo orgullo
mueven y moverán mi ánimo y mi lengua
al testimonio fiel.

No encuentro en la memoria
lances que te afectaran
y en los que tu persona rayase por debajo
de ti, de la alta imagen
que en quienes te tratamos proyectabas.
Hondura y gravedad no te impedían
ser diáfano y alegre. Nunca he visto
a nadie menos dado a complacerse
en sus propias miserias y desdichas,
aunque al igual que a todos,
e incluso más que a muchos,
la angustia y la tragedia te salieran al paso
y en tu ser pretendieran en vano agazaparse.
Severo y exigente contigo y con los otros
hasta extremosos límites,
mas generoso y comprensivo al cabo,
sin componendas ni renunciaciones.
Ahora estoy acordándome de tus ojos vivísimos,
que hasta el fondo miraban con rigor y ternura.
Y recuerdo tu voz tan íntima y serena,
tu voz que por costumbre, sin excepciones, iba
a buscar las palabras
hasta el origen mismo sagrado de las cosas.

Nada de cuanto digo
se extingue con tu muerte.
Tras esa puerta estrecha, oscura y necesaria
que un día atravesaste,
continúa el camino, ya sin riesgo ninguno
de que discurra por lugar baldío
ni de que, como pudo suceder,
nos resultara ajeno su trazado.
Que los muertos entierren a sus muertos
y la ceniza vaya a la ceniza.
Tu luz y tu verdad
entre nosotros siguen
y han de seguir, tan vivas y tan puras
como en cualquier momento,
limpias de escorias y de contingencias.

Es preciso que todo transcurra y se remanse,
que al parecer concluya para que al fin empiece.
Porque todo está siempre comenzando.
Porque nada termina.


IMITACIÓN DE BOTTICELLI (de Alberto da Costa e Silva)



Como la luz en una caja de naranjas,
o la lluvia sobre la mesa de verduras en el mercado,
desciende la mañana en este jardín, descalza,

y las flores que trae, en la involuntaria belleza,
parecen, contra su cuerpo de verano inflado,
musgo, limo, herrumbre, las heridas que los pájaros

abren en la corteza lisa y perfecta de un fruto.

EL GRECO ( de Jorge Guillén)


La peñascosa pesadumbre estable
ni se derrumba ni se precipita,
y dando a tanta sigla eterna cita
yergue con altivez hisopo y sable.
¡Toledo!
Al amparo del nombre y su gran ruedo
-Toledo: "quiero y puedo"-
convive en esa cima tanto estilo
de piedra con la luz arrebatada.
Está allí Theotocópulos cretense,
de sus visiones lúcido amanuense,
que a toda la ciudad prescrita en vilo,
toda tensión de espada
flamígera, relámpago muy largo
alumbra, no da miedo.
¡Toledo!
"A mí mismo me excedo
sin lujo de recargo".
Filo de algún fulgor que fue una hoguera,
siempre visible fibra,
zigzag candente para que no muera
la pasión de un Toledo que revibra
todo infuso en azules, ocres, rojos:
El Alma ante los ojos.

SÉ TÚ TU TEMPLO (de Santiago Elso Torralba)



La iglesia del mercado de Halle, 1929
Lyonel Feininger
Nuea York, Museo de Arte Moderno
 ¿Cómo no va a ser sagrado, hijo,
si hasta su estructura entera vibra
con los magníficat de dentro?

Muchos edificios se han construido
sobre la tierra, y aún más altos; pero mira,
nada tan cerca de los cielos como las catedrales,

pues no se sabe si sólo son del hombre
o también divinas, y al vez del infierno,
porque acaban siendo torres de Babel.

Poco somos frente a ellas, nada más
que algún brochazo: unas mínimas pinceladas
para el cuerpo, otra rápida para la sombra.

¿No ves, acaso, en esos trazos, al que, temeroso
de su muerte, mira la fachada?
¿O a esa viuda diciendo a su retoño que tañen

las campanas alados ángeles de mármol?
Así que, ¿cómo no va a conmoverse tu corazón
por esta gente, tu corazón sagrado, que vibra

con su música de dentro?, ¿cómo no va a enternecerse
su estructura entera, si hasta las piedras de esas torres
se disuelven en esos cubos azulados?

ELIGE BIEN, GUILLERMO, APRENDE DE ESTE HOMBRE (de Santiago Elso Torralba)


El Padre Jofré protegiendo a un loco, 1887
Joaquín Sorolla
Diputación de Valencia






Elige a los mejores, su amistad,
a quien protege sin temer la muerte;
y a quien arroja piedras con maldad
no quieras ni siquiera parecerte.

No te abandone nunca la piedad,
ni al débil tú abandones a su suerte;
rechaza al cruel, que no es ni la mitad
de hombre -y que, sin duda, es menos fuerte-

que el compasivo. Escoge estar con quien
te enseña a ser mejor, elige bien.
Si a alguno ves que a otros los socorre,

ahí tienes un amigo, y una torre
en que apoyarte, y un bastión robusto
desde el que hacer, del mundo, un sitio justo.







VEN A VERLO (de Santiago Elso Torralba)









Es preciso que vengas, hijo,
y lo veas con tus propios ojos.
¿Es esto el mundo? ¿Todo lo que hay?

No lo sé.

Pero adondequiera que se dirija
la sombra de tus pensamientos
encontrará al final
un día luminoso.





Roberto Aizemberg
Padre e hijo contemplando la sombra de un día, 1963
Buenos Aires, Museo Nacional de Bellas Artes

UNA CONVERSACIÓN JUNTO AL VOLGA (de Santiago Elso Torralba)

Ilya Repin
Los sirgadores del Volga, 1897
San Petersburgo, Museo Estatal



















No hay nada nuevo bajo el sol, murmura.
¿Qué saco de mi afán? Alguna llaga,
por ser un sirgador; escasa paga
y harapos, por tirar de mi atadura

aquí en el Volga, y ser el que procura
botar un barco, halar del que naufraga
o ha encallado luego, y en la aciaga
orilla ser –lo dice tu pintura,

que me retrata- el de mirada triste.
¿No hay nada nuevo bajo el sol, dijiste?,
le responde el pintor, dejando su arte

a un lado. Tú eres nuevo, y lo es el río
a cada instante, y lo será el gentío
que acudirá a un palacio a admirarte.

LA GITANA DORMIDA (de Santiago Elso Torralba)

La gitana dormida, 1897
Henri Rousseau
Nueva York, Museo de Arte Moderno
























     Este cuadro, Guillermo, es sólo el fragmento de una más extensa historia. Habrá que darle, entonces, su antes y después, su ayer y su mañana. Ven, desde aquí podremos ver sin miedo qué sucede; la deslumbrante luna ha vuelto nítidos los contornos del desierto y de las dunas.

     Al llegar la irrevocable noche, la gitana se ha sentido exhausta y, en este decorado de tragedia, se ha tumbado en una manta de igual tejido que su ropa. Mira cómo duerme, aferrada aún a su vara de madera que le sirve de cayado, arma, protección contra las sombras. Pero, en verdad, está indefensa, y no es sólo por el sueño. ¿De qué le ha de servir frente al peligro que la acecha? Ya un león inquieto y de ojos ambarinos la olfatea.

     Ha estado la gitana, durante mucho tiempo, huyendo de la fiera. Pávida, atribulada por su pesarosa condición de presa, yerra por los páramos. Ha cruzado precipicios, lastimosas cañadas, se ha internado por parajes últimos. Sólo encontró consuelo musitando para sí plegarias de la viaja aldea.

     Hoy, después de la fatiga bajo el sofoco del sol, superados los montes y la árida planicie que han quedado a su espalda, creyó encontrar, en esta suave ondulación del arenal, un mejor refugio y un descanso para sus pies quemados por la tierra férvida, cuarteados por las piedras.

     Semanas antes, sabiéndose perseguida -pues que varias veces lo vio rondándole los pasos por las inmediaciones de la selva-, imaginó que se pondría a salvo llevando a su enemigo lejos del verdor, donde ni siquiera las hierbas adventicias arraigan. Supuso, equivocadamente, que no se adentraría en una tierra desacostumbrada.

     Para ser más ligera en esta travesía de escasez, lleva consigo sólo un cántaro con agua, y un laúd, que nunca hace sonar, para no afligirse más con dulces melodías y para evitar ser descubierta. Ella no sospecha que, aun sin verla, tal como intuye al deleitable antílope con el olfato, o al bisonte y su pisada con el oído a kilómetros de distancia, el león siempre sabe en qué lugar se encuentra.

     Pero esta noche la bestia ya se acerca. Lo anima el recuerdo del venturoso día en el que vio algo extraordinario. Ocurrió cuando vigilaba, desde su regio promontorio, la formicante columna de los ñus, a alguno de los cuales, tras la caza, desmembraría para saciar el hambre con su carme. De pronto, las veleidosas nubes descargaron una lluvia tenue y, entonces, vio un arco rutilante tensarse sobre toda la extensión de la sabana rasa. Sucumbió al hechizo de sus colores, a su curvatura hipnótica hecha de sustancias ilusorias. Nada igual ni tan hermoso había contemplado nunca y se lanzó hacia él tan resuelta como inútilmente. El espacio que recorría era lo que el arco se fugaba, y no servía de nada acelerar el paso, porque siempre huía más allá.

     A lo lejos pudo divisar a una muchacha vestida con los mismos tonos que el celeste prodigio. A sus pies había un cántaro, y tañía un instrumento del que brotaba un sonido extraño. Cuando dejó de hacerlo, los colores del cielo se embebieron en el ánfora, y el arco despareció de súbito.

     Renunció a sus dominios, a sus leonas, a sus usuales matanzas por un amor imprudente y, desde entonces, va detrás de la muchacha y la persigue por los alfoces de la floresta, por los senderos que conducen al río, por los caminos perfumados de flores domésticas.

     Aullidos de hombres y torbellinos de antorchas y de lanzas lo hostigaron durante muchas noches; hervía la selva con cánticos intimidantes. No le importó la pesadumbre de saberse odiado; él nunca renunciaría a ella.

     Y ahora ahí, en lo alto del montículo, refrescado con la plácida brisa que desordena su melena, el león imita, con el hopo de su cola -pues es un pincel-, el poder de la gitana; y está pintando el cielo, las estrellas y las dunas, porque es él quien crea este desierto, y lo hace inhóspito, yermo, sin principio ni final, sin origen ni término, inhabitado, donde nadie puede entrar ni interrumpir el sueño de quien guarda el arcoíris en una tinaja.

DESPRECIA LA GUERRA (de Santiago Elso Torralba)

Pablo Picasso
Masacre en Korea, 1951
París, Musée National Picasso
.

Mira, Guillermo, a quien empuña un sable
y se dispone, con el arma alzada,
a dar la orden de… ¡disparen! Nada
le detendrá y la salva insoportable 

ha de atronar cuando el soldado hable.
¿No ves que no es un hombre el de la espada?
¿No ves la humana tropa transformada
en máquina; que nadie que eche un cable

queda, las ruina que hay al fondo, el acre
cielo que acepta la brutal masacre?:
Madres y niños con la muerte enfrente, 

y a esos que sienten una prisa urgente
por matar, antes de que el más pequeño
consiga hacerse de esas flores dueño.








HAY ALGO MÁS FUERTE QUE EL TIEMPO Y LA DISTANCIA (de Santiago Elso Torralba)

Murillo
Muchacho en el antepecho, 1675
Londres, National Gallery  
Murillo
Muchacha en la ventana, 1675
Londres, Corras



La suya es una historia paralela.
Se asoma a la ventana el sonriente
mozalbillo, que está, con evidente
picardía, mirando a la chicuela;

ella se quita el velo con cautela.
Es digno de elogiar el insistente
celo que se profesan frente a frente,
pues los pintaron, a él en una tela,

a ella luego en otra, y ni por esas
se dejan de mirar. Desde Sevilla
envían a uno a tierras escocesas

y al otro a América. Su unión se trunca,
pero aún se buscan. ¿Qué lección sencilla
dan? Que el primer amor no muere nunca.



UN TIPO ELEGANTE (de Santiago Elso Torralba)

Franciso de Goya
El marqués de San Adrian, 1804
Pamplona, Museo de Navarra




Con fusta, espuelas, botas de alta caña,
algo tiene de dandi o de galán
el séptimo Marqués de San Adrián.
De cuerpo entero, un poco con desmaña,

desenfadado, amable, con extraña
desenvoltura posa y sin afán
de aparentar, pues mira, su ademán
es más de Lord que de Señor de España.

Cultísimo, tradujo del francés
dos libros: Lógica y Los elementos
del Arte de Pensar, que aquí el Marqués

lleva en la mano; y, aunque ya son cientos,
otra elegancia veo en él: la calma,
que es el donaire con que viste su alma.


LA GENTE SE REÚNE EN EL MUSEO (de Santiago Elso Torralba)



Edvard Munch
Asesino en la alameda, 1919
Oslo, Munch-Museet

Se ha perpetrado un crimen
hace un momento.
Alguien muere en el camino
confundido con la sombra de ese álamo.
Quienquiera que se acerque,
llega tarde para salvarle;
quienquiera que regrese años después,
lo hará de nuevo con un instante de retraso.

Se está alejando el asesino
y, dentro de un momento, ya no veremos más
a quien tiene su mirada abigarrada
con las piedras del sendero.
Aquel que venga tiene aún tiempo
para ver al homicida;
aquel que vuelva años más tarde
lo hará otra vez con un segundo de adelanto.

Aquí la gente se reúne, y nadie acudirá
más pronto ni después que otros;
aquí, al fin, nos encontramos todos: los de ahora,
los que ya se fueron, los que aún no han venido.




EL BELLO AMOR DE MARC CHAGALL Y BELLA (de Santiago Elso Torralba)


Las cosas nos anhelan,
se sienten solas sin nosotros,
vacilantes, huérfanas, absurdas,

y, por eso, se vueven posesivas,
ávidas de afecto,
nos rondan con angustia,

nos imantan,
nos colman de pesadas atenciones,
nos retienen con su terco afán de sumisión.

No importa no tener dos alas,
si se tiene amor,
para poder alzar el vuelo

y suavemente
desasirse de ellas; para ser
como Chagall y esposa, allá en lo alto:

                 dos ángeles que pasan
                              por encima de las cosas.



Sobre la ciudad, 1918
Marc Chagall


DÍA DE APATÍA (de Santiago Elso Torralba)


Dia de apatía, 1951
Musée National d’Art Moderne, Centre Pompidou,
Yves Tanguy



¿Son gónadas con tuercas, son escaras,
desechos de la tanatología
flotando en unos puses, o alquitaras
o simples chirimbolos? Se diría
que algo tienen de caracol las raras
criaturas de “Día de apatía”,
y que reptan. Guillermo, si me hablaras
en chino, mucho más te entendería
que lo que entiendo a ese Yves Tanguy.
¿Pintó entelequias, gusarapos muy
del otro jueves, lo que regurgitas
cuando toses? Grotescas, feas, puro
horror, no sé qué son, pero seguro
que algo significan las malditas.








(del poemario inédito "Descripción de cuadros para Guillermo")