Señor (a su patrono
se dirige)
soy un anciano, he
conocido el mundo
de los hombres… Los
hombres y las bestias;
visto el movimiento
de los astros
y el peso de los años
sobre el cosmos
arreglando montones
de ceniza.
Con respeto le
adjunto mis últimos dibujos.
Interrumpe la carta,
mira al cielo
del último verano de
su vida…
En el jardín de su
pequeña casa
ha tallado la mesa
donde escribe,
sobre la que dibuja,
en la que el mundo
se ajusta al trazo de
sus de sus horizontes.
Cierra los ojos. En
el castillo de Edo
su padre desempeña, y
él le ayuda,
las tareas del fuego
y los jardines.
Tiene diez años, la
melancolía
se ciñe a los
recuerdos de su infancia.
No hace falta más
leña, dice el padre,
y entre las formas
móviles del fuego
el rojo le otorgó sus
gamas para siempre;
desde el comienzo
rosa de la llama
al morado final de
los rescoldos.
Su corazón anhela
otras labores.
Es invierno, ha
nevado;
De los adarves de la
fortaleza
sigue hasta el
horizonte la extensión de la nieve,
en el dominio de su
blanco intenso.
se persiguen las
noches y los días
la expectativa, el
arrepentimiento,
sus miles de dibujos
y los viajes
por ciudades, aldeas,
cordilleras,
cuyas formas exactas
reproduce
con el criterio de su
verdad en arte;
Las cosas son las
cosas, en ellas y en su estampa.
La
luna, el aire, los atardeceres,
el agua zul, la nieve, las tormentas
son los
agentes de su movimiento.
De su reposo: bóveda y hondura.
La sutileza de las
diagonales:
una tenues figuras a la orilla de un río,
de mujeres paradas y
vestidas de oscuro.
De amarillo, de verde, blanco, rojo,
azul, rosa, morado,
negro y ocre,
van variando las formas en los pliegos,
ajustando el contorno de
las islas,
el vuelo de un alondra bajo el blanco
círculo plateado de la luna….
Vuelve
a la carta, habla sobre el dinero
que debe reembolsársele a su hija…
Hija querida,
resistente mía,
perdona mi torpeza y poca maña
por no haberte logrado más
decoro,
mayores casas y mejores trajes….
Los inviernos lo han hecho.
He llorado
a menudo por todas estas cosas
en los últimos años de mi vida.
Japón son las
aldeas que he pintado,
las islas de edad nueva que yo he visto,
mis árboles, mis
montes, mis paseos,
mis puentes, barcos, ríos, garzas reales,
el estallido
blanco de las flores,
la tersa suavidad de las camelias,
las bandera que agitan
un viento a rachas.
Hice de la belleza y la armonía
los meridianos de este paraíso
que enaltecen mis formas y colores.
Nadie tiene por qué perdonarme que exista.
Fuegos artificiales en el puente Ryōgoku
Repentino lluvia sobre el puente Ohashi en Atake
En el santuario de Akiba en Ukeji
Jardín de ciruelos en Kamada
En el santuario de Kameido Tenjin
El mar frente a Satta en la provincia de Suruga
El dique de Sumida en la capital oriental
Los "cinco pinos" y el canal Onagigawa
El «pino para colgar la capa del monje» en el lago Senzoku
El puente-tambor de Meguro y la «colina de la puesta del sol