LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

CUBISMO ( de Claes Andersson)


(cubismo 1)

Cuando estamos acostados muy cerca uno de otro tienes
                 tres ojos
Dices que tengo un ojo grande o
                 cuatro pequeños
(si entornas los ojos)
Tu nariz se encuentra una veces aquí y otras allí
Así es como tuvo que yacer el primer cubista
                 para ver lo que vio
Tu nuca está en mis rostros mis orejas
                 son tu mejilla
Todas tus bocas están en mi frente
Mi ojo es tus labios
Tu mejilla las aletas de tu nariz tus cejas
                tus innumerables manos


(cubismo 2)

Acércate te veo desde todos los lados
                al misno tiempo
Es como en el peluquero
Espejos que reflejan espejos
Es como en los poemas de Bo Carpelan: la realidad
                no coincide con sus límites
Tu nuca es mi rostro
Mi oreja es tu mejilla tu boca es
                mi frente
Mi ojo tus labios tus ojos
Somos cada vez más en torno a nosotros tus caderas
               mis hombros
Mi vientre es tu risa
Nosotros somos todos aquelllos que vemos
Tus pechos son mis manos tus uñas son
               pájaros en mi piel
Un estremecimiento y desaparece toda la bandada
 
 
 
(del poemario " Los estragos del tiempo")

EDWARD HOPPER (de Enrique Lihn)


Historias ajenas al Acontecimiento,
el lugar en que los hechos ocurrieron y/o van a ocurrir,
eso pintó Edward Hopper,
un mundo de cosas frías
y rígidos encuentros entre maniquíes vivientes.
La luz extraterrestre con que empieza un domingo
sin fin o el resplandor de unos rieles crepusculares
eso pintó: un camino sin principio ni fin,
una calle de Manhattan entre este mundo y el otro.







SYROS (de Tomas Tranströmer)

En el puerto de Syros había barcos de carga abandonados,
           esperando.
Proa junto a proa junto a proa. Amarrados desde hace años.
CAPERION, Monrovia.
KRITOS, Andros.
SCOTIA, Panamá.

Cuadros oscuros en el agua, alguien los descolgó.

Como juguetes de nuestra infancia que se han hecho gigantes
y nos acusan
por lo que nunca fuimos.

XELATROS, Pireus.
CASSIOPEJA, Monravia.
El mar ha terminado de leerlos.

Pero la primera vez que vinimos a Syros –era de noche–
vimos proa junto a proa a la luz de la luna y pensamos:
¡Qué flota poderosa, magníficos transportes!



(del poemario "El cielo a medio hacer"  Ed: Nórdica)

IL QUARTO STATO (de Francisco J. Uriz)




Avanzan con los pies en el suelo
camino del asalto al cielo
todos unidos iguales compactos solidarios
una marcha a la utopía
alejándose de la miseria
las manos vacías buscan manos solidarias
manos desnudas abiertas
las lágrimas no ocultan las miradas llenas de utopía
Avanzan muchos, todos
confiados anónimos
y mis ojos se fijan en el niño de pecho
Vienen de un fondo oscuro
caminan sobre la luz del suelo
algunos descalzos y con sombrero
su ropa de trabajo tierra de la tierra
¿Por qué quieren asaltar el cielo
si está allí esperándolos?
Para bajarlo a la tierra
Son todo menos contemplativos
O crédulos


Poema: del libro de Francisco J. Uriz "Mi palacio de invierno"
Cuadro: "El cuarto estado" de Giuseppe Pellizza da Volpedo

Tú puedes preparar tu color favorito (de Claes Andersson)


Tú puedes preparar tu color favorito.
Coges un poco del rojo de una rosa o de la sangre, un poco
                  de azul de la flor de la nostagia.
Coges amarillo del cielo, del chino o de la prímula,
                  negro de la melancolía.
Verde encontrarás en abedules y abetos, en la hierba
                  y en la tundra.
Coges blanco de cualquier sitio donde lo encuentres,
                  en la iglesia o en la carbonera.
Un poco de marrón nunca te faltará, siempre lo hay
                  allí por donde han pasado perro o caballo.
Azul encuentras de sobra en el mar o en la mirada
                 de tu amada.
Echas todos esos colores en un recipiente resistente
                 al fuego y los mezclas revolviendo a mano.
Lo colocas en el hormo de la vejez a la baja temperatura
                del cuerpo y horneas unos cuarenta años.
Sacas el recipiente.
Ahí tienes tu propio color, el gris, el gris genuino
                el auténtico gris personal.




(del poemario "Los estragos del tiempo")

Fragmento de "Manual de pintura y caligrafía" (de José Saramago)



"Mi amor". Repetir estas dos palabras durante diez páginas, escribirlas ininterrumpidamente, sin descanso, sin ningún claro, primero lentamente, letra a letra, dibujando las tres colinas de la m manuscrita, el lazo flojo de la e como brazos reposando, el profundo lecho de río que en la letra u se excava, y luego el asombro o el grito de la a sobre ahora las ondas marinas de otra m, la o que sólo puede ser este único y nuestro sol, y al fin la r hecha casa, o cobertizo, o dosel. Y luego transformar todo este dibujo en un único hilo trémulo, una señal de sismógrafo, porque los miembros se erizan y chocan, mar blanco de la página, toalla luminosa o sábana tendida. "Mi amor", dijiste, y yo lo dije, abriéndote mi puerta toda, y entraste. Abrías mucho los ojos al avanzar hacia mí, para verme mejor o más de mí, y posaste tu bolso en el suelo. Y antes de que yo te besara, dijiste, para que lo pudieses decir serena: "Vengo a quedarme esta noche contigo". No viniste ni pronto ni tarde, viniste a la hora cierta, en el minuto exacto, en el preciso y precioso descansillo del tiempo en el que yo podía esperarte. Entre mis pobres cuadros, rodeados de cosas pintadas y atentas nos desnudamos. Tan fresco tu cuerpo. Ansiosos, y no obstante sin prisa. Y luego, desnudos, nos miramos sin vergüenza, porque el paraíso es estar desnudo y saber. Despacio (sólo despacio podría ser, sólo despacio) nos acercamos, y, ya cerca, de repente unidos, y trémulos. Apretados el uno contra el otro, mi sexo, tu vientre, tus brazos cruzados sobre mi cuello, y nuestras bocas, lenguas, y los dientes, respirándose, alimentándose, hablando sin palabras dichas, en un gemido interminable, como una vibración, letras inarticuladas, pausa. Nos arrodillamos, subimos el primer peldaño, y luego lentamente, como si el aire nos amparase, caíste de espaldas y yo sobre ti, tan desnudos, y luego rodamos desnudos, tú sobre mi cuerpo, tu pecho elástico, y los muslos cubriéndome, y los muslos como alas. Sobre mí nos unimos y rodamos otra vez, yo sobre ti, tu pelo ardiendo, ahora mis manos abiertas sobre el suelo como si sobre los hombros sostuviera el mundo, o el cielo, y en el espacio entre nosotros dos las miradas tensas, luego turbadas, y el rugir de la sangre fluyendo y refluyendo en las venas, en las arterias, latiendo en las sienes, barriendo bajo la piel el cuerpo y el cuerpo. Somos nosotros el sol, las paredes ruedan, los libros, los cuadros, Marte, Júpiter, Saturno, Venus, el minúsculo Plutón, la Tierra. He ahí ahora el mar, no mar largo y océano, sino la ola desde el fondo apretada entre dos paredes de coral y subiendo, subiendo hasta estallar en espuma, chorreante. Murmullo o secreto de aguas derramadas sobre los musgos. La oleada retrocede hacia el misterio de las fosas submarinas, y tú dijiste: "Mi amor". Alrededor del sol, los planetas vuelven a su grave, lenta caminata, y nosotros que estamos lejos los vemos ahora parados, otra vez cuadros y libros, y paredes en vez de cielo profundo. Es de noche otra vez. Te levanto del suelo, desnuda. Te apoyas en mi hombro y pisas el mismo suelo que yo. Mira, son nuestros pies, herencia enigmática, plantas que dibujan, ellas, el poco espacio que ocupamos en el mundo. Estamos en el marco de la puerta. ¿Sientes la película invisible que hay que romper, el himen de las casas, desgarrado y renovado? Dentro hay un cuarto. No te prometo el cielo claro y las nubes lentas de Magritte. Estamos los dos húmedos como si hubiéramos salido del mar y entramos como en una caverna donde la oscuridad se siente en el rostro. Una pequeña luz apenas. Cuanto baste para verte y para que me veas. Te acuesto en la cama, y tú abres los brazos y planeas sobre la página blanca. Me inclino sobre ti, es tu cuerpo que respira, falda de montaña y fuente. Tienes los ojos abiertos, tienes los ojos abiertos siempre, pozos de miel luminosa. Y tus cabellos arden, campo de trigo maduro. Digo «mi amor» y tus manos descienden sobre mí desde la nuca a la raíz de la columna. Hay en mi cuerpo una antorcha. Se abren otra vez, alas, tus muslos. Y suspiras. Te conozco, reconozco donde estoy: mi boca se abre sobre tu hombro, mis brazos en cruz acompañan a tus brazos hasta los dedos clavados con una fuerza que no es nuestra. Como dos corazones, nuestros vientres laten. Gritaste, amor mío. Es todo el cielo el que grita sobre nosotros, parece que todo va a morir. Ya soltamos las manos, ya ellas se perdieron y encontraron, en las nucas, el pelo, y ahora abrazados esperamos la muerte que se acerca. Te estremeces. Me estremezco. Nos vemos sacudidos de la cabeza a los pies, y nos agarramos al borde de la caída. No se puede evitar. El mar ha entrado ahora mismo, nos hace rodar sobre esta playa blanca, o esta página, revienta sobre nosotros. Gritamos, sofocados. Y yo dije "mi amor". Duermes, desnuda, bajo la primera luz de la mañana, veo tu seno recortado en el contraluz de la impalpable película de la puerta. Despacio, poso mi mano en tu vientre. Y respiro, sosegado.



GODIVA EN BLUE JEANS (de María Victoria Atencia)


Lady Godiva
(John Collier)



Cuando sobrepasemos la raya que separa
la tarde de la noche, pondremos un caballo
a la puerta del sueño y, tal Lady Godiva,
puesto que así lo quieres, pasearé mi cuerpo
-los postigos cerrados- por la ciudad en vela...

No, no es eso, no es eso; mi poema no es eso.
Sólo lo cierto cuenta.
Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve
de la mañana), blusa del "Long Play" y el cesto
de esparto de Guadix (aunque me araña a veces
las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado,
repartiré en la casa amor y pan y fruta.




Nota:
Lady Godiva fue una dama anglosajona del siglo XI, celebre por su belleza y recordada por su bondad. Su nombre, Godiva, es la versión latina de “gift of God”, o sea, regalo de Dios. Casada con Leofric - Conde de Chester y Señor del pueblo de Covertry-, la piadosa Lady Godiva suplicó a su marido compasión para el pueblo, puesto que éste se ahogaba bajo el peso de los impuestos, y le rogó que rebajara los mismos. Leofric, para poder negarse a dicha petición, y sabiendo del siempre casto proceder de su esposa, le dijo que accedería si era capaz de pasearse desnuda, montada en su caballo y a plena luz del día, por las calles del pueblo. Para su asombro, su esposa aceptó el reto; y lo cumplió, no sin antes haber acordado con los vecinos que se encerrasen todos en sus casas cuando ella saliera y permanecieran con las ventanas cerradas. Al conde no le quedó otra salida que aceptar la petición de su esposa.

Parece ser que la historia no es una leyenda sino que ocurrió en verdad. Ha sido plasmada por numerosos pintores, aunque el lienzo más conocido es éste que realizó John Collier.

HAZ LO QUE QUIERAS, PERO... (de Jesús Munárriz)

Haz lo que quieras, pinta como quieras,
el impoluto lienzo
pasivamente aceptará tus huellas.
Hiéndelo libremente, sin prejuicios.

Pero no te abandones a las facilidades,
no desmayes la guardia,
sé siempre muy exacto.
Que lo que digas surja desde dentro,
que las cosas se nombren a sí mismas,
que las palabras jueguen
a juegos de palabras, si les gusta,
y que tu propia vida
vaya manchando el verso con sus botas gastadas.


(del poemario "Esos tus ojos" Ed: Hiperión, ).

DEGAS: EN LA SOMBRERERÍA (de Adam Zagajewski)


La sombrerería
(Degas)

Los sombreros, calados de una luz
que afina sus trazos, son inocentes.
Una joven se ocupa del trabajo.
Arboledas y arroyos ¿dónde están?
¿Dónde la risa sensual de las ninfas? 
Este mundo está hambriento y cualquier día 
irrumpirá en esta habitación cómoda.
Le bastan ahora los embajadores
que anuncian: yo soy el ocre. Yo el Siena,
yo soy como la ceniza, el color
del espanto. En mí naufragan los barcos.
Yo soy el color azul, soy muy frío,
podría llegar a ser despiadado.
Yo soy el color del morir,
tengo mucha paciencia.
Yo soy el púrpura (casi invisible),
me quedo con triunfos y desfiles.
Yo soy el verde, soy sensible,
vivo en fuentes y en hojas de abedules.
La joven de hábiles dedos no puede
oír las voces, porque ella es mortal.
Piensa en el domingo, en su cita
con el hijo del carnicero,
que tiene ásperos labios
y grandes manos
manchadas de sangre.



(del poemario "Tierra de fuego"  Ed: El acantilado)

LAS MUSAS INQUIETANTES (de Sylvia Plath)


Las musas inquietantes
(Giorgio de Chirico)


Madre, ¿a qué antipática, grosera
o rara tía o prima te olvidaste
invitar a mi bautizo, de modo
que enviara a estas damas en vez suya
con cabezas cual huevos, que asintieron
y asintieron al fondo y a la izquierda
y a la cabezera de mi cuna?

Madre, que me inventabas historietas
del oso Patasnegras, oso heroíco,
oh Madre, cuyas brujas siempre, siempre
acaban en pasteles de jengibre,
¿quién llamó a estas damas?
¿Las expulsaste de mi lado
cuando, de noche y a mi cabecera,
asentían sin voz sus testas calvas?

Cuando en el viento las doce ventanas
crujían del despacho de mi padre
como burbujas que revientan, tú
nos dabas a mi hermano y a mí pastas
y nos llevabas luego al coro “Thor
está enfadado ¡pum pum pum!, Thor
está enfadado, ¡pues nos da lo mismo!”
Pero esas damas rompían los cristales.

Cuando bailaban de puntillas todas
las alumnas lucientes cual luciérnagas
cantando la canción de la falena
ni un pie siquiera levantar podía
yo, dentro del ropón, torpona, aparte
echábanme a la sombra aquellas feas
madrinas, tú llorabas y llorabas:
venía la sombra e íbanse las luces.

Madre, me hiciste aprender el piano
y elogiabas mis trémoles, mis trinos,
aunque el maestro hallaba que mis dedos
eran de madera a pesar de las claves
y las horas de práctica, mi oído,
sordo a toda armonía, se volvía
inenseñable. Aprendí en otros sitios,
de musas que tú, Madre, no sabías.

Desperté una mañana y te vi, madre
flotando sobre mí en el aire azul
sobre un globo tan verde que lucía
con un millón de pájaros y flores,
nunca, nunca jamás vistos por nadie.
Pero el pequeño planeta alejóse
como burbuja y tú gritabas:¡ven!
Y yo, rodeada de mis compañeros.

Ahora noche, ahora día, y en el fondo
junto a la cabecera, me vigilan
con sus batas de piedra, inexpresivas
como cuando nací, sus sombras largas
al sol que nunca sale ni se pone.
Y éste es el reino en que me naciste,
Madre, Madre, mas no te lo reprocho,
ni haré traición a los que me acompañan.

PINTURA SOBRE YESO (de Henrik Nordbrandt)


Casi me había dormido
cuando un negro sentimiento
se introdujo entre los blancos
que recién habían empezado a adquirir forma.

Fue violento como un terremoto
pero más duradero.
Todo se petrificó. Todo se agrietó.
Mi vida se convirtió en una pintura al fresco.

Al poder moverme de nuevo
yo dejaba tras de mí
un encarcelamiento milenario.

¿Qué importaba eso, si descansas
en brazos de otro?

En todo caso yo me marcharé.

Fuera de esta habitación oscura, mohosa
corre el agua bajo el sol
bosques resplandecientes llegan al mar

y por la tarde
flirtean los jóvenes en los puentes.

Esta noche mi sueño será ligero
como la sombra
de una piedra blanca en el fondo.

Boceto para "La caída de Ícaro" (de Robert Walser)


La caída de Ícaro.
(Pieter Brueghel)























Islitas relucientes en el mar,
fragatas de incierta procedencia,
las islas atesoran gran cultura,
así, entre las diecinueve y las veinte horas
o sea, al anochecer,
mas, no,
aún no es tan tarde pues un campesino,
uno de esos hombres laboriosos que se desloman para
reunir unas monedas,
trabaja todavía en su campo
como un héroe agrícola,
juega su juego, gana su magro dinero,
la tierra es pardo negruzca.
Un ser alado a punto está de confiarse
al aire, más tarde lo veremos
agitándose en el éter.
De maravillosa picardía
la mirada de la luna, uno se sienta
admirado sobre el templo de la naturaleza,
encima de una piedra prehistórica,
limitándose a contemplar
a un pajarillo canoro, volador, enamorado de sus trinos,
mientras sus ovejas, abandonadas a sí mismas,
pacen tranquilas en el pálido poniente
adornado de tonos rojizos.
¡Ay, dolor!, una mano
gesticula en mudo grito de ayuda desplomándose
desde lo alto,
y cómo sonríe, alegre, la bahía
con máxima afectación, por él juró
que vencería la gravedad
sobre el mar,
se casaría feliz
con la divina belleza en el azur
y se burlaría de las raíces en la tierra, mas
se convierte en excelente maestrillo en volteretas
y ahora habrá percibido
su relativa pequeñez.
No obstante, loables son los dones
del espíritu emprendedor, lo que he escrito aquí
se lo debo a un cuadro de Brueghel enraizado en mi
memoria
y al que tributé el máximo respeto
porque me pareció una espléndida pintura.
Cualquier afán
por elevarnos
sobre la vulgaridad
tiene un límite en la vida.

RENOIR (de Robert Walser)


Lise con sombrilla
(Pierre Auguste Renoir)

En mi ámbito de actuación
me viene a la mente un cuadro;
en la Secesión colgó hace años,
con su tono fascinante y suave.
El de una mujer, en cuyo vestido blanco
deleitaba la vista
un ancho lazo negro que hasta sus pies caía,
pintado con increíble complacencia.
Un bonito sombrerito cubría el pelo,
cuyo color he olvidado.
El borde de la falda rozaba
el suelo del bosque; yo apenas había
comenzado a escribir entonces;
era primavera; en las calles cantaban
amables pajarillos de capital,
que sonaban como si se catara un vino.
Por el edificio del arte paseaba
una multitud de gente
remilgada; ante el bosque
que parecía saludar con su risa delicada y soñadora
pronto se congregaron muchos;
Le queremos, susurraban.
El cuadro enviaba sones armoniosos
al gentío dominical, atractivo y emocionado.
Si yo lograra ahora
transmitir fielmente
esa apacibilidad, esa calma,
del rostro hasta los zapatos,
qué sutil me sentiría,
y qué dichoso.

 
 
 


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Este poema pertenece al libro Ante la pintura (Ediciones Siruela, 2009 - Madrid, España).

MIMOSOS (de Marié Rojas Tamayo)

- Abuelo, ¿qué criatura es esa que aparece en el cuadro?
- Simpáticos, ¿no es así? Eran nuestras mascotas. Consentidos, limpios, juguetones, muy acomodados a convivir con nosotros...
- ¿Y por qué no he visto ninguno?
- Se extinguieron. No está muy claro en nuestros anales el por qué. Un día, de pronto, amanecieron muertos. Sin excepción.
- ¡Qué triste!
- De eso hace demasiado tiempo, no te entristezcas. Si te vas a poner así no te traigo más al museo.
- Está bien, dime cómo se llamaban y no tocaré más el tema.
- Como buenas mascotas, cada una llevaba su nombre propio; ahora, si quieres saber el nombre genérico, entre ellos se llamaban: homo sapiens, humanos, personas, gente, individuos, hombres. Nosotros les decíamos los Mimosos, porque se pasaban la vida arrullándose. ¡No sé cómo pueden haber teóricos que digan que se exterminaron unos a otros!
- Tampoco lo creo - dijo la joven cucaracha -, en el cuadro se les ve demasiado delicados para ser violentos.

EL ORIGEN DEL MUNDO (de Carlos Marzal)

El Origen del mundo
(Gustave Courbet)


No se trata tan sólo de una herida
que supura deseo y que sosiega
a aquellos que la lamen reverentes,
o a los estremecidos que la tocan
sin estremecimiento religioso,
como una prospección de su costumbre,
como una cotidiana tarea conyugal:
o a los que se derrumban, consumidos,
en su concavidad incandescente,
después de haber saciado el hambre de la bestia,
que exige su ración de carne cruda.

No consiste tan sólo en ese triángulo
de pincelada negra entre los muslos,
contra un fondo de tibia blancura que se ofrece.
No es tan fácil tratar de reducirlo
al único argumento que se esconde
detrás de los trabajos amorosos
y de las efusiones de la literatura.

El cuerpo no supone un artefacto
de simple ingeniería corporal;
también es la tarea del espíritu
que se despliega sabio sobre el tiempo.
El arca que contiene, memoriosa,
la alquimia milenaria de la especie.

Así que los esclavos del deseo,
aunque no lo sospechen, cuando lamen
la herida más antigua, cuando palpan
la rosa cicatriz de brillo acuático,
o cuando se disuelven dentro de la hendidura,
vuelven a pronunciar un sortilegio,
un conjuro ancestral.
                                       Nos dirigimos
sonámbulos con rumbo hacia la noche,
viajamos otra vez a la semilla,
para observar radiantes cómo crece
la flor de carne abierta.

La pretérita flor.

Húmeda flor atávica.

El origen del mundo.

SANTA MAGDALENA EN ÉXTASIS (de Gonzalo Millán)

Magdalena
(Caravaggio)

















Voluptas de la oreja

Dicen que Michelangelo de Merisi,
Caravaggio, pintaba mal las orejas.
Pero el nacarado caracol visible
de la pecadora jubilosa,
de la jubilada cortesana, lo pintó muy bien.
La oreja flota sobre el hombro desnudo
como la cáscara de nuez sobre las ondas.

La cabellera

Suelta tiene la cabellera de fuego
y sus llamas saltando en cascada
de la cabeza que cuelga hacia la espalda
tiene la quijada floja, la boca entreabierta
y los ojos blancos clavados en el cielo.

La boca

La boca entreabierta
es una flor
en una grieta.
Los párpados son vacíos ojales,
la oreja navega embelesada
como una nao por los mares celestiales.

El humo

Filide pone los ojos en blanco
y entreabre su boca reseca,
la piel ora pálida, ora enrojecida,
desnudo el hombro hambriento
el cuerpo enseguida
de la convulsión, ingrávido;
niebla sobre las piedras,
el humo del hogar sobre la tierra.

El goce

La faz después del revés desierto.
La fragancia después del hedor.
Después del sayal, otra vez la seda.
Después de la soledad, los festejos.
Los jardines después la arena.
Los cánticos después del silencio.
Dolor feliz, tras el amor, penosa delicia.
Penitencia compensada con el goce.

La obsesión de la pose

Quiero que parezcas dormida
que te apoyes en un codo, la cabeza
caída hacia atrás, así, los labios más abiertos
y los ojos entrecerrados soñando con los ángeles.
Quiero que la ermitaña esté dormida
o gozando de la paz estremecedora
que sucede a las convulsiones y al espasmo.
Quiero que descanses así,
como la paciente después del ataque.
Te quiero carne de un cuerpo desmayado
por un golpe aturdidor, una coz de burro.
Te quiero rendida al letargo que lleva a la muerte.

Las inauditas notas

Dicen que el deleite que provocan
a la mujer las armonías angélicas,
es más fuerte, más dulce,
más inmortal que las agonías
compartidas con el mejor amante.
Dicen que las concordias recónditas
son superiores a los acuerdos evidentes.
Dicen que las inauditas notas del éter
derrotan a los arrullos y ruegos de amor
que ayer fugaces hacían gemir el aire.

Las manos

La blanca mano del hombro vestido
y la mano umbría del hombro desnudo
se unen entrelazando los dedos
bajo el seno donde late un corazón escarlata.
El escote es amplio pero prudente.
La entrega de la santa tiene grandezas de martirio.
Las manos unidas predican devoción,
las toscas ropas, la sed y el hambre, la humildad.
Cada pliegue del manto y arruga de la túnica,
cada hilo irradia unánimes acordes y arpegios
de una ensordecedora, deslumbrante,
embriagadora, asombrosa y aterradora belleza.

La música celestial

Santa magdalena está volada.
Está superpasadísima. En los auriculares
que no se ven con los oídos, reverberantes.
las cuerdas que no se oyen en la caverna.
Con los tímpanos traspasados por los tambores,
atropellada por la atronadora percusión de Dios.



(del poemario "Claroscuro", RIL Editores, 2002)


MIS PINTORES. DOS SONETOS. (de Joaquín Sabina)

I.


De Velázquez monarcas y bufones,
de Goya el pedigrí de la canalla,
de Sorolla el añil a pie de playa,
de Bacon los Davinci con muñones.

De Hopper el desierto sin balcones,
de Juan Vida filetes de caballa,
de Tàpies palimpsesto en la muralla,
del Bosco Dorian Gray amb lamparones.

De Matisse odalisca entre cojines,
de Magritte trampantojos y bombines,
de Vermeer el matiz y el disimulo.

Del Greco la anorexia de Botero,
de Durero la muerte, el caballero,
de Picasso los labios en el culo.


II.

De Barceló el azogue de espejismo,
de Toulouse, de Lautrec, tataracuerdos,
de Van Gogh margaritas a los cerdos,
de Münch los calatravas del abismo.

De Rafael de Urbino el catecismo,
de Pollock tanto afanas, tanto pierdo,
de Basquiat los derechos del pie izquierdo,
de Pepe Hernández santo anacronismo.

De Renoir una vela en lontananza,
de Rubens la mujer de Sancho Panza,
de Rembrandt el chambergo y la linterna.

De Fra Angélico el nácar de madonna,
de Frida Kahlo Diego y su amazona,
de Freud el corazón de la entrepierna.

XXXIX (de Mark Strand)

Marsias desollado
Tiziano




































Cuando uno coge la pluma tras un largo silencio
y se inclina sobre el papel y se dice a sí mismo:
hoy tendré en cuenta a Marsias,

cuya piel fue desollada hasta el exceso,
quien no cometió ningún crimen que justificara
el horrendo castigo que lo hizo sufrir.

Hoy tendré en cuenta los jirones raídos de Marsias;
¿qué intentan decir cuando recogen la luz
del sol que a pedazos cae entre los árboles

como en un lienzo tardío de Tiziano? Pobre Marsias,
un cuerpo, un cuerpo de trabajo que se dobla y cae
al sufrimiento, transformando en luz la carne

que alimentó siglos después a los mirones.
¿Éste es el precio de abrazar completamente el dolor?
¿Tras un largo silencio podría yo con mi cuerpo

entero, refugiado, mantenido en la oscuridad por un ánimo
que así lo prefiere, saber lo que he hecho
y saber su valor? O es el cuerpo arrancado

al hueso de la experiencia, el mapa del sufrimiento
que debemos leer para que la carne se redima
siquiera un momento, el momento en que se convierte en canto.

LECCIÓN DE DIBUJO (de Nizar Qabbani)

Mi hijo coloca frente a mí su caja de pintura
y me pide que le dibuje un pájaro.
Sumerjo el pincel en color gris
y dibujo un cuadrado con cerraduras y barrotes.
El asombro llena sus ojos:
"...Pero ésta es una prisión, padre,
¿no sabes cómo dibujar un pájaro?"
Y yo le digo: "Hijo, perdóname.
He olvidado la forma de los pájaros".

Mi hijo coloca frente a mí su cuaderno de dibujo
y me pide que le dibuje una espiga de trigo.
Sostengo la pluma
y dibujo una pistola.
Mi hijo se burla de mi ignorancia
y exclama:
"¿Acaso no conoces, padre, la diferencia entre
una espiga de trigo y una pistola?"
Yo le digo: "Hijo,
solía conocer las formas de las espigas de trigo,
la forma de la hogaza,
la forma de la rosa,
pero en estos duros tiempos
los árboles del bosque se han unido
a la milicia
y la rosa padece obtusas fatigas
en este tiempo de espigas armadas,
de pájaros armados,
de cultura armada
y religión armada,
no puedes comprar una hogaza de pan
sin encontrar una pistola dentro,
no puedes coger una rosa en el campo
sin que te clave sus espinas en el rostro,
no puedes comprar un libro
que no explote en tus manos".

Mi hijo se sienta al borde de mi cama
y me pide que le recite un poema,
una lágrima cae de mis ojos a la almohada.
Mi hijo la prueba, asombrado, diciendo:
"¡Pero ésta es una lágrima, padre, no un poema!"
Y yo le digo:
"Cuando crezcas, hijo mío,
y leas el diván de poesía árabe,
descubrirás que la palabra y la lágrima son hermanas
y el poema árabe
no es más que una lágrima llorada por los dedos que escriben".

Mi hijo pone sus plumas, su caja de crayones frente a mí
y me pide que le dibuje una patria.
El pincel tiembla en mi mano
y me sumo en llanto.

NINFA Y PASTOR, POR TICIANO (de Luis Cernuda)























Lo que mueve al santo,
La renuncia del santo
(Niega tus deseos
Y hallarás entonces
Lo que tu corazón desea),
Son sobrehumanos. Ahí te inclinas y pasas,
Porque algunos nacieron para santos
Y otros para ser hombres.

Acaso cerca de dejar la vida,
De nada arrepentido y siempre enamorado,
Y con pasión que no desmienta a la primera,
Quisieras, como aquel pintor viejo,
Una vez más representar la forma humana,
Hablando silencioso con ciencia ya admirable.

El cuadro aquel aún miras,
Ya no en su realidad, en la memoria;
La ninfa desnuda y reclinada
Y a su lado el pastor, absorto todo
De carnal hermosura.
El fondo neutro, insinuado
Por el pincel apenas.

La luz entera mana
Del cuerpo de la ninfa, que es el centro
Del lienzo, su razón y su gozo;
La huella creadora fresca en él todavía,
La huella de los dedos enamorados
Que, bajo su caricia, lo animaran
Con candor animal y con gracia terrestre.

Desnuda y reclinada contemplamos
Esa curva adorable, base de la espalda,
Donde el pintor se demoró, usando con ternura
Diestra, no el pincel, mas los dedos,
Con ahínco de amor y de trabajo
Que son un acto solo, la cifra de una vida
Perfecta al acabar, igual que el sol a veces
Demora su esplendor cercano del ocaso.

Y cuánto había amado, había vivido,
Había pintado cuando pintó ese cuerpo:
Cerca de los cien años prodigiosos;
Mas su fervor humano, agradecido al mundo,
Inocente aún era en él, como en el mozo
Destinado a ser hombre sólo y para siempre.