LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

RETRATO DE UNA DAMA (de William Carlos Williams)

Los felices azares del columpio
(Jean Honoré Fragonard)

Tus muslos son manzanos
cuyas flores tocan el cielo.
¿Qué cielo ? El cielo
donde Watteau colgó el escarpín
de una dama. Tus rodillas
son una brisa del Sud, o
una ráfaga de nieve. ¡ Ajá ! ¿ qué
clase de hombre era Fragonard ?
...como si eso respondiera
algo. Ah, sí : debajo
de las rodillas, puesto que de este modo
iniciamos la canción, es
uno de esos blancos días de verano,
la alta hierba de tus tobillos
ondula sobre la playa.
¿Qué playa ?
la arena se pega a mis labios
¿Qué playa ?
¡ Ajá !, pétalos quizás. ¿Cómo
podría saberlo ?
¿Qué playa ? ¿Qué playa ?
Dije pétalos de un manzano.

LOS AMANTES - GRABADO ERÓTICO DE HOKUSAI - (de José Watanabe)

Abundantes ropas envuelven a los amantes,
sólo un hombro o un muslo están desnudos como pulpas de luz
y los sexos en su quieta fiereza.

Si el acoplamiento es inmóvil, las sedas de las ropas
no dejan de ondular. Las telas,
delicadamente estampadas
con menudas flores de una primavera geométrica,
se deslizan por toda la esterilla, avanzando
y acumulándose en pliegues breves y rápidos.

Si la luz de la carne es blanca,
las sedas fluyen como un río de varia coloración, un río
que se desprende del cuerpo de los amantes
que, cerrados al mundo, ignoran
cómo se agitan esas pequeñas flores rojas.

CUANDO COMPRO CUADROS (de Marienne Moore)

o lo que es más exacto,
cuando miro aquello de lo que puedo considerarme
dueña imaginaria,
elijo lo que en mi cotidianidad podría darme gozo:
la sátira de una curiosidad en la que sólo se discierne
la intensidad del estado anímico;
o bien lo opuesto: el viejo objeto, la sombrerera medieval decorada
con galgos de cintura estrecha como la de un reloj de arena,
y ciervos y pájaros y gente sentada;
puede ser sólo un cuadro de marquetería; quizás la
biografía literal,
con letras ubicadas a un lado sobre un espacio como de
pergamino;
una alcachofa con seis matices de azul; las patas de agachadiza
en un jeroglífico triple;
la valla de plata protegiendo la tumba de Adam, o Miguel
cogiendo a Adam por la muñeca.
El énfasis demasiado intelectual sobre esta o aquella cualidad
disminuye el goce.
No debe pretender demostrar nada; ni puede exaltarse el
triunfo fácilmente concedido:
eso que es grande porque otra cosa es pequeña.
Se reduce a esto: de la clase que sea, la obra
debe estar "iluminada con penetrantes destellos en la vida de
las cosas",
debe confirmar la fuerza espiritual que la creó.

MUJERES DE ZULOAGA O DE SOLANA (de Luis Antonio de Villena)


Doña  Rosita Jiménez
(Zuloaga)


¿Cuántos años tenían las viejas de negro?
Algunas –muchas- viejas  a los cincuenta,
eternamente ya de negro o de alivio luto...
Viejas aldeanas con moño y delantal,
mujeres y abuelas de permanente negro
porque a una muerte se sucedía otra,
y las desgracias y la vida unían los lutos
–tres años cada uno- y al fin era mejor
vestir siempre de negro y zapatillas negras
pues la vida, a la postre, era negra
como aquella España de mi niñez llena de mujeres
de negro, abejarucos de tristeza, lechuzas
sabias de la desolación resignada,
madres y abuelas eternamente habituadas
a perder, entre Cristos y decencia.
Todo era negro. Negro el color de la vida.
Ancianas brujas de la España negra,
viudas eternas, madres de hijos lejanos o muertos,
reumáticas manos de esperanza y desconsuelo.
Rubén –que nos quiso tanto- dijo
que en el alma española crece una oscura rosa.
La rosa del enorme daño que nos hicieron.
La rosa del demonio o la rosa del cura....



(del poemario "Las herejías privadas". Ed: Tusquets)

MEDITACIÓN SOBRE JOHN CONSTABLE (de Charles Tomlinson)

ESTUDIO DE NUBES
(John Constable)


"La pintura es una ciencia, y a ella se debe aspirar
como a una búsqueda de las leyes de la naturaleza.
¿Por qué, entonces, no se puede considerar la pintura
de paisaje como una rama de la filosofía natural,
de la que los cuadros no son sino experimentos?"

John Constable, Historia de la pintura de paisaje




Él mismo respondió a su pregunta, y con la natural
exactitud del arte; enriqueció sus premisas
al confirmar su práctica: la labor de la observación
frente al hecho meteorológico. Las nubes,
unas seguidas de otras, templan el sol cuando pasan
y se alejan. Al volver a ocultarlo las tinieblas
concentradas, surgen de ellas rayos suaves
que se esparcen apagados, hasta que el foco
se descubre e inunda con fuego intenso
las nubes que se marchan. Se perciben (aunque escasamente)
las nubes restantes que lo cruzan rezagadas,
hechas jirones y disueltas en bruma.
Pero las siguientes lo van a contener. Pasan amenazantes
y merman su fulgor, quedando reducido a una franja de luz
que es cubierta del todo, a un destello que aún se alarga
mientras la masa se adensa, aunque no pueden excluir
su amarillo plateado. El eclipse es repentino;
se observa primero cómo la hierba se oscurece, y luego
se completa cubriendo todo el cielo.
Los hechos. ¿Y qué son?
Él admiraba los accidentes, porque eran gobernados por leyes,
y los representaba (puesto que la ilusión no era su fin)
gobernados por el sentimiento. El fin es nuestra aquiesencia
libremente acordada, la ilusión que nos persuade
de que existe como imagen humana. Atrapada
por un sol vacilante o bajo un viento
que al humedecerse entre las siluetas de la fronda
se dispone a disolverlas, tiene que hacerse constante;
aunque allí, agitándose separados, los inquietos
árboles dejan pasar la distancia, como niebla blanca
que ocupa sus hileras rotas. Debe persuadir
y con constancia, para que no vuelva a disiparse
y revele lo que medio esconde. El arte es él mismo
cuando lo aceptamos. El día cambia. Él lo habría juzgado
exactamente con esa misma claridad, que franquea
las manchas intensas de las sombras que las nubes proyectan,
ahora suprimidas, mediante su explosión de color.
¿Un pintor descriptivo? Si el gozo
describe, lo cual extrae del pincel
los errores de un espíritu, ya así mitigado,
puede renunciar a todo patetismo; pues lo que él vio
descubrió lo que él era, y la mano –firme
ante el dictado de un solo sentido-
encarnó el exacto y total conocimiento
en una caligrafía de placer presente. El arte
es completo cuando es humano. Es humano
si los pigmentos entrelazados, los puntitos de luz
que aseguran el espacio bajo sus hábiles restricciones
convencen, al ser indicado de una posible pasión
como indicador adecuado a la vez de la pasión
y de su objeto. El artista miente
para beneficio de la verdad. Creedle.

PREHISTORIA (de José Emilio Pacheco)

1.


En las paredes de esta cueva
pinto el venado
para adueñarme de su carne,
para ser él,
para que su fuerza y su ligereza sean mías
y me vuelva el primero
entre los cazadores de la tribu.

En este santuario
divinizo las fuerzas que no comprendo.
Invento a Dios,
a semejanza del Gran Padre que anhelo ser,
con poder absoluto sobre la tribu.

En este ladrillo
trazo las letras iniciales,
el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.
La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.
La M es el mar desconocido y temible.

Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Y quien se oponga a ella recibirá su castigo.

Habrá jerarquías, memoria, ley:
mi ley: la ley del más fuerte
para que dure siempre mi poder sobre el mundo.



TEMPESTAD (de Guillermo Carnero)

La tempestad
Giorgione, hacia 1518




Una paloma en llamas aparece
de súbito. Desgarra incandescente
la daga las pupilas del halcón.
Escamas plateadas, coseletes
de púrpura, la pluma de airón barre
el oro y el azur. Desnúdate
bajo la verde bruma de este sauce
y serás fácil presa para el rayo.
Desnudos son los árboles, desnudos
los juncos en el río. Ruedan blancos
nenúfares cortados, aletea
áca y allá la espuma. Entre la fronda
emergen las luciérnagas, pupilas
que temen a la luz. Cae una gota
sobre el helado filo de las lanzas.
Emergen en el mar, sobre tu piel,
puñaladas de frío. Si las ramas
te acosan, si las víboras descienden
a la sedosa curva de tu pecho,
si atenaza tus sienes una hilera
de vírgenes corolas, mercuriales
y cítisos azules, no liberes
el nácar de tu pie. Pronto, en lo oscuro,
teñirán los fulgores de la antorcha
el roce de la seda.
Rugirán a los cielos las gargantas
abrasadas de sangre. Los arroyos
lavarán los sangrientos cortinajes
y el cálido plumón pisoteado.
Un concierto de garras y zarcillos
ambiciona tu cuerpo.
                                          Los laureles
gotean, y en el tibio sol retozan
blanquísimos caballos, con guirnaldas
de flores en la grupa.

 
 
 
(de la antología "Dibujo de la muerte. Obra poética (1966-1999)  Ed: cátedra)

“LA ANUNCIACIÓN” SEGÚN FRA ANGÉLICO –S. XV- (de Oscar Hahn)

La anunciación
(Fra Angelico)
 
La Virgen de rosado en una esquina
con manto azul; un pájaro se eleva
Un ángel de oro y rosa el cuerpo inclina
y le da con unción la buena nueva

Desde lo Alto un haz de luz divina
que en el extremo una paloma lleva
el vientre de la Virgen ilumina

cayendo oblicuamente.
                                            Adán y Eva
al destierro caminan entre flores

Con mano alada son iluminados
iconos de la Virgen en colores
azules rosas verdes y dorados

Preñó a la Virgen una luz divina
y a toda la pintura florentina



(de la antología "Archivo Expiatorio. Poesías completas -1961-2009" Ed: Visor)

ESTE QUE, CEJIJUNTO Y BARBINEGRO (de Quevedo)


Este que, cejijunto y barbinegro,
cornudo de mostachos,
lóbrego de color y anochecido,
hace cara de suegro
y, armado, está pisando los penachos,
no es Romero el temido,
Paredes el famoso,
Urbina, ni Navarro el belicoso,
ni es capitán, ni alférez, ni soldado.
Es un hombre casado
con hermosa mujer: que hoy en España,
según las cosas van del casamiento,
casarse fue notable atrevimiento,
y no ahorcarse luego, grande hazaña.

Siete años fue obligado del aceite;
diose a todo deleite,
y diéronle riquezas no pensadas
alcuzas y ensaladas.
Mandóse retratar hecho un Aquiles,
trocando en las manoplas los candiles.
Y como es flaco, fue pintarle yerro,
pues en él retrataron un cencerro;
y es pintura muy propria y verdadera:
güeso de dentro y hierro por defuera.

ÓLEO«NIÑO DE VALLECAS» (de Vicente Aleixandre)

























A veces ser humano es difícil. Se nació casi al borde.
Helo aquí, y casi mira. Desde su estar inmóvil rompe el aire.
y asoma súbito a este frente: aquí es asombro,
Pues está y os contempla, o más, pide ser visto, y más:
mirado, salvo.
Tiene su pelo mixto, cubriendo desigual la enorme masa,
y luego, más despacio, la mano de quien aquí lo puso
trazó lenta la frente,
la inerte frente que sería y no fuese,
no era. La hizo despacio como quien traza un mundo
a oscuras, sin iluminación posible,
piedra en espacios que nació sin vida
para rodar externamente yerta.

Pero esa mano sabia, humana, más despacio lo hizo,
aquí lo puso como materia, y dándole
su calidad con tanto amor que más verdad sería:
sería más luces, y luz daba esa piedra.
La frente muerta dulcemente brilla,
casi riela en la penumbra, y vive.
Y enorme vela sobre unos ojos mudos,
horriblemente dulces, al fondo de su estar, vítreos sin
lágrima.

La pesada cabeza, derribada hacia atrás, mira, no
mira,
pues nada ve. La boca está entreabierta;
sólo por ella alienta, y los bracitos cortos juegan, ríen,
mientras la cara grande muerta, ofrécese.

La mano aquí lo pintó, o acarició
y más: lo respetó, existiendo.
Pues era. Y la mano apenas lo resumió exaltando
su dimensión veraz. Más templó el aire,
lo hizo más verdadero en su oquedad posible
para el ser, como una onda que límites se impone
y dobla suavemente en sus orillas.

Si le miráis le veréis hoy ardiendo
como en húmeda luz, todo él envuelto
en verdad, que es amor, y ahí adelantado, aducido,
pidiendo, suplicando sin voz: pide ser salvo.
Miradle, sí: salvadle. El fía en el hombre.

LA MUSAS INQUIETANTES (de Mark Strand)


LAS MUSAS INQUIETANTES.
Giorgio de Chirico




























Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza.
Uno intenta sacudírselo. Pero sólo crece.
Algo sobre el silencio de la plaza.

Hay algo mal; algo en el aire,
Su color; sobre la luz, la forma en que resplandece.
Primero se instala el aburrimiento; después la desesperanza.

Las musas en su aflautado atuendo vespertino,
Lo inexpresivo de sus caras podría inducir a pensar
Algo acerca del silencio de la plaza,

Algo acerca de los edificios ahí puestos.
Pero no, no tienen más intención que la de posar.
Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza.

Lo que ocurra después a uno no le importa.
Lo que lo trajo a uno aquí –el deseo es componer
Algo sobre el silencio de la plaza,

O algo más, de los cual uno no es consciente,
Acaso la vida misma -, ¿quién sabe?
Primero se instala el aburrimiento; después, la desesperanza…
Algo sobre el silencio de la plaza.


(del poemario "Tormenta de Uno. Poemas". Ed: Visor)

CRISTO DE VELÁZQUEZ II (de José Luis Allo)



elevas tus brazos
hasta hacerlos uno
ovillo que va tejiendo sudores
meridiano circundante
ballet antiguo
Zhorba el Griego
danzando borracho
el Sirtaki hasta la extenuación
así posas           quedo            esperando
un brazo             y otro            otro              otro
hasta formar la rueca
de pies juntos al son de los gritos
que aquel Dionisios endemoniado
insertó en vuestros músculos
de hombres heridos sobre un símbolo
la tierra         negra como un abismo sin fronteras
se extiende ocultando el impoluto lienzo
qué esperar de tanta ocultación
actúas como un mal actor que busca la catarsis
en la mirada incompleta
de quienes detienen su tedio ante tus ojos
muertos sobre una alfombra del color del odio
serán ellos acaso los que guillotinen la madeja
para hacerte desaparecer de sus conciencias
al fondo              detrás de la pantalla
un desierto oscuro donde ocultar las huellas
Anthony Quinn en el centro del espejo
parodiando tu figura

LA VENUS DEL ESPEJO (de Gerardo Diego)

VENUS DEL ESPEJO
(Velázquez)



























Pensemos en la muerte enamorada
La muerte que es la espalda de la vida
O su pecho quizás, ida o venida,
Que hasta abrazarla no sabremos nada.

Creemos que la vida es nuestra amada,
Que la besamos en la frente ardida
Y que detrás hay una nuca hundida
Que acaricia la mano trastornada.

Y vivimos tal vez frente a un desnudo,
Una espalda hermosísima o escudo:
La Venus del espejo de la muerte.

Más allá, al fondo, sus dos ojos brillan
De malicia o de amor, nos acribillan.
Oh Venus, ven, que quiero poseerte.

CRISTO CON LA CRUZ, POR EL BOSCO (de José Emilio Pacheco)

 
CRISTO CON LA CRUZ A CUESTAS
(El Bosco)



Con los ojos
cerrados y serenos,
la barba
de tres días
y sobre todo
la corona de espinas
Cristo soporta el peso
de su martirio.
Y dice a las mujeres
que lloran:
Llorad por vosotras mismas
y vuestros hijos.

No hay más sangre
que una herida en el cuello,
fruto del roce
con la cruz pesadísima
que un soldado encaja
en los hombros del Galileo.
Van al Lugar de la Calavera.
En hebreo se llama Gólgota.

Cristo es el centro del cuadro,
quizá no su motivo más importante.
Porque tal vez El Bosco no se propuso
(¿cómo saber sus intenciones?)
pintar otro retablo de la Pasión
sino darnos la imagen
del Mal según aflora en el rostro humano.

El tema del rostro
es el eje de este siniestro cuadro hermosísimo.
Verónica retira el paño corriente
en que sudor y sangre imprimieron
para siempre el Divino Rostro.

Pero devora la obra
la multitud de caras terribles.
Barrabás forma la O de un aullido.
Un vómito de furia se derrama
por la boca de un monstruo ya desdentado.
La ira calcina a otro bufón malévolo
y sus labios dibujan estas palabras:
«Si eres el Rey
de los Judíos, ¿será posible
que no te salves a ti mismo?
¿A quién pretendes salvar
si no te libras del tormento y la injuria?»

De improviso rompe las épocas
la presencia de un dominico.
Aliado
a un dignatario adusto,
cara de pato,
amonesta al Ladrón ya muerto.

(Nadie como Hyeronimus van Aeken llamado Bosch
logró pintar ese color plomizo
que a cierta altura de la corrupción
se apodera de los cadáveres.)

Y a la orilla del cuadro los que dan voces:
Crucifícalo, crucifícalo.

(No son
los habitantes de Judea.
El Bosco retrata
la danza de la muerte de la Edad Media
y los demonios más que humanos de Flandes.)

El goce brutal
de quienes piden más y más sangre.
El canalla estremecido de dicha
ante el presente y el futuro martirio.

Y los dos que se asombran.
Nunca sabremos
de qué se asombran.
Pero sabemos en cambio
que sin saber de nosotros
el implacable Bosco nos pintó en este cuadro.

Sólo tenemos que reconocernos.



SECO DE CARNES, COMO ESCRIBIÓ CERVANTES, PINTÓ DORÉ A DON QUIJOTE VELANDO ARMAS (de Santiago Elso Torralba)




No de metal, ni de materia alguna,
sino del alma misma del hidalgo
copió la lanza. Flaco como un galgo,
a Alonso lo pintó bajo la luna.
Él no la ve, pues mira con empeño
-más alto, más arriba- otra cosa
más clara que la esfera luminosa
de ese cielo. Está mirando un sueño,
que estira y adelgaza su postura:
el de vivir, no aquello que el destino
y la rutina nos imponen, sino
la vida que uno inventa o se figura.
Un mozo, dos rameras y un ventero
le nombrarán, al alba, Caballero.

ella tiene los pies como Marilyn Monroe (de Olvido García Valdés)

EL REY COPETHUA Y LA MUCHACHA MENDIGA
(Edward Coley Burne-Jones)


Ella tiene los pies como Marilyn Monroe
y una tierna
indefensión en los hombros.
Están en una sala y la ventana
descorre sus cortinas a un atardecer
boscoso,
pero es como si fuera
una esfera
de cristal. No se miran.
Él la mira a ella. Ella a lo lejos.
Hace ya mucho tiempo que él la había soñado
como un aire
de cigüeñas, una luz,
y ahora estaba allí.
Tantas vidas que no parecen ciertas
en una sola vida.
Campanillas azules en la mano.
Él sabe que se irá. No hablan
y el momento está lleno de voz,
voz acunada, lejana.
El amor es una enfermedad,
campanillas azules. Siempre en ti,
como en el sueño, volviendo
siempre en ti. Tan incierta
la luz. Como en el sueño.

                  (Burne-Jones)

MUCHACHO MORDIDO POR UN LAGARTO (de Marina Aoiz)

Muchacho mordido por un lagarto.
Caravaggio


I.

Rosa de nácar prendida en el cabello
por el amor perentorio. Bebedora insaciable
de un agua noble brotada del manantial del sueño.
Él viste acaso sábana que sabe demasiado.
El éter de esa rosa de sed se mezcla con el deseo
en la habitación del miedo, donde la luz abrasa.
Ardor de cuerpos en el crescendo de la tarde.

Hambre de cerezas para aliviar la soledad
de cierto abandono tras el placer inesperado.
La luz, fuego en la boca y en el hombro,
se derrama sobre la tela blanca. Ha mordido
unos labios, ha mordido los dedos rosados
con sabor a fruta ácida y ya es hora
de succionar el dulzor de la carne vegetal,

sin los gusanos del arrepentimiento. Por eso huye
de la alcoba hacia el rincón de las viandas.
Entre los frutos, cómplice de ocultas espinas
de la rosa húmeda, un lagarto se agarra a la uña tierna
con sus pequeños dientes afilados. El dolor punzante
del dedo corazón asciende por el brazo. Frunce las cejas.
Grita. Saturno ríe a carcajadas. La vida quema.



II.

La intimidad se descompone en el interior del búcaro
y el agua se torna roja en la lucha de luz y sombra.
Todo se oscurece. El viento de las negras mariposas
agita las ocres cortinas de la estancia. Juventud,
fragilidad del tiempo, semillas encerradas.
La muerte agazapada en el llanto contenido. La sangre
no distrae la creciente pasión de pinceles y pigmentos.


(del libro Islas invernales. Colección Daniel Levi, Córdoba 2011)

LA LLAMADA (de Marina Aoiz)


La llamada.
Remedios Varo.

me llama la llama
porque llama
de la ausencia soy

matraz de la palabra

visión abierta
puerta de piedra
cristalina

ópalo de fuego

tránsito

a la llama me entrego


elixir del sueño

dulcemente asciendo


dormid
dormid
mis tiernos luceros

INTERVENCIÓN DE MICHELETTO DA COTIGNOLA EN LA BATALLA DE SAN ROMANO (de José María Álvarez)



Tríptico de La Batalla de san Romano. Intervención decisiva al lado de los
florentinos del condottiero Micheletto da Cotignola
Paolo Uccello, 1456

























Adios, Ángel mío. Debo escribir varias
cartas además de la vuestra.
-Madame de Sévigné-

“No estas aquí” dijiste,
con esa desmedida pretensión
tan femenina (¡Que no se escape, que no se me escape!), y

encendiste con rabia
un cigarrillo, y te apartaste como
para demostrar disgusto (pero
tampoco mucho, no
vaya a
recelar; lo suficiente para
que sepa lo importante
que es que yo me abra
de piernas). Y bueno, sí, llevabas
razón: No estaba
allí. Escuche tus suspiros, notaba
tus piernas enredadas como lianas en mis lomos,
el golpear de nuestros cuerpos en la cama, la uña inmensa
de la lujuria arañando
dentro de mi vientre, y tus besos en mi garganta, y,
                                                                                                    sí, sin
duda, oí
el crujido del vacío al helarse. Pero
lo siento, querida, yo no estaba
allí. Yo estaba
contemplando una pintura
de Ucello, recreándome en mi memoria, y
cuando volví a aquel lecho
y te besé –“y dónde iba a estar te
dije-, de la fogosidad de mis abrazos
–y esto no es poner en duda tus encantos-
un cincuenta por ciento, me imagino,
era de Uccello, de la plenitud
que me había invadido recordando
la belleza sin par de esa batalla.


(del poemario "El botín del mundo". 
Editorial Renacimiento)
(

LA DULCINEA DE MARCEL DUCHAMP (de Octavio Paz)

               

                 -Metafísica estáis
                 -Hago striptease.

Ardua pero plausible, la pintura
cambia la blanca tela en pardo llano
y en Dulcinea al polvo castellano
torbellino resuelto en escultura.

Transeúnte de París, en su figura
-molino de ficciones, inhumano
rigor y geometría- Eros tirano
desnuda en cinco chorros su estatura.

Mujer en rotación que se disgrega
y es surtidor de sesgos y reflejos:
mientras más se desviste, más se niega.

La mente es una cámara de espejos:
invisible en el cuadro, Dulcinea
perdura: fue mujer y ya es idea.

NIÑOS A LA ORILLA DEL MAR (de Carlos Pellicer)


El mar. La tarde. Niños. Recuerdos de Sorolla.
(Corren las pinceladas del pintor, como el mar.)
El mar que ve a los niños disparatar, se
embrolla
y se cae, se endereza y se pone a jugar.
Las chiquillas son Evas y los niños Adanes,
pero ellos no lo saben. Delira el carmesí.
Y el mar que se atropella rasgando sus olanes
una vez es grotesco y otra vez es sutil.


Niños en la orilla.
Sorolla

UN ROSTRO Y LA DISTANCIA (de Ángel Augier)


Ella posaba para Boticelli
cuando la viste por primera vez. Los cabellos rectos
le llovían sobre el rostro, como ahora,
ocultando su inquieta mirada y esa expresión
de animalito asustado ante la vida.
Mientras inquirías del maestro
sobre la identidad de su modelo, ella desapareció,
sin que lograras saber dónde encontrarla.
Inútilmente recorriste las calles de Florencia,
pero te marchaste con su rostro grabado en la memoria
y con el lienzo que lo copió para la eternidad.
Vagaste años y años por el mundo sin límites
de tiempo ni de espacio, y en tu camino
siempre su imagen emergía entre brumas de sueño.
Y una tarde volviste a encontrarla inesperadamente
asomada al balcón de una casa en Madrid.
La misma boca interrogante,
la misma ansiedad honda en la mirada,
insinuándose bajo el pelo caído sobre el rostro.
Nada pudo detener tu violenta carrera hacia ella.
Buscaste en todas partes desesperado,
pero ella ya no estaba. Debiste conformarte
con arrancar del muro la tela de su imagen
recreada por la magia del Greco.
Más de un siglo después volviste a sorprenderla,
esta vez en París, pero también lejana,
inmóvil en el mundo atormentado de Modigliani,
aún fresca, la pintura que reflejaba el óvalo fino,
la llama interior, la talla esbelta en ángulos.
Solicitaste al maestro, pero ya su mirada
era la ausente de los que van hacia la muerte
y no supiste tampoco dónde hallarla.
Hoy, cuando de ella te separan muchos años
y mares y tierras de distancia,
en Varsovia la encuentras al fin de carne y hueso,
de encanto misterioso, de secreto fulgor,
de realidad y sueño. Y le has reconocido
el rostro huidizo de siglos que se ocultan
tras el velo adorable del cabello,
el mismo rostro perseguido y perdido y ansiado,
pero al llegar hasta ella, eres ajeno y lejano
porque nunca pudiste existir en su mirada,
porque jamás pudiste asomarte a sus ojos
ni hablarle a su corazón.
En tanto el tuyo queda rondando en torno al Vístula,
que discurre tan indiferente como ella,
mientras la distancia -de tierras, mares, años-
vuelve a trazar entre ustedes
una línea imposible para siempre.

TIZIANO. ÚLTIMO AUTORRETRATO ( de Luis Antonio de Villena)



 
Sabía que en sus últimos años Botticelli
–de tan hermosa vida, y tanto la añoraba-
quemó lienzos con mujeres desnudas,
cartones con faunos encendidos, mozas alargadas,
mucho proclive al cuerpo, vigores de la nueva carne,
porque consideró que cuanto había hecho
era todo pagano. Y viendo el fin de sus días,
el áspero serrín en que concluye todo,
abominó de la pompa, de cuanto lujo ardiera
en el festín opulento y vivo de las vanidades.
Y se miró Tiziano en un espejo
(bien rebasados los setenta y cinco años)
y dijo: Yo también lo quemaría todo.
Amo aún el cuerpo y su belleza
pero apenas me miro ¿qué importa ya la llama?
Estoy cansado y viejo,
la lucha pertinaz me ha dejado sus señas,
la boca está seca y en el ojo hay desprecio.
¡Dios mío! Yo sé que nada queda,
que fue nada tanto turbio cortejo de placeres,
y que Tú nos has dicho que tampoco es la Fama
la reina presentida, pues el mundo es caduco…
¡He sufrido tanto, Señor, tan de continuo
he sentido que no alcanzaba el punto deseado,
debí tanto luchar y someterme,
salvar restos de oro donde sólo hubo barro,
abaratarme tanto, engañarme en el ruido,
paliar mi dolor con la luz y fulgor de la carne!
Hay tanta sequedad en este rostro,
tanto vacío ardor adherido a la pie,
has hecho tan bien tu obra en mí, Señor terno,
que ¿por qué habría de quemar lo que no es ya nada?
Quemado estoy por el tiempo acre,
desgastado por el híspido contacto con la vida,
Autorretrato.
Tiziano (Museo del Prado)

y sólo anhelo descansar, apaciguarme,
sólo cesar en una paz muy larga, sin sonido.
Si tus ángeles vinieran a salvarme, Dios,
si ellos me arrebataran y me dieran consuelo,
ería tan feliz que nada importaría cuanto he hecho
en su espera; y si al vacío ha de seguir vacío,
también mi obra es nada y la quietud anhelo.
No he de quemar lo último que he hecho
ni tanta carme rubia en honor de la vida.
 Soñé. Soñé con esa dicha y veo ahora el absurdo.
Exista lo que exista, venga lo que viniera
tras las postrimerías, no hay razón a pintar.
 Es engaño. Un dulce engaño a los sentidos.
 Pero tampoco importa afanarse en su contra.
La nada es el final, y en mí mismo la veo.
Estos huesos que palpo, estos ojos abrasados y ciegos,
la piel de tres milenios y las manos quebradas,
 este resto orgulloso de lo que fuera un dios
está diciendo: ¡Todo, todo lo arde el tiempo!
 Nada soy, nada quiero o espero. Dame tan solo, Dios,
largo descanso, lejos de este orbe tan cruel y tan bello.


(de "La belleza Impura" Ed: Visor)