LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

LA CALUMNIA DE APELES (de Santiago Elso Torralba)


La calumnia de Apeles, 1495
Galería Uffizi, Florencia
Sandro Botticelli
    


     ¿Sabes, Guillermo, por qué admiro tanto esta pintura y la estimo muy por encima de otras que son más famosas incluso? Déjame –y así comprenderás el motivo- contarte su historia.  

     Un tal Antifilos, rival y envidioso de Apeles, el afamado pintor de Grecia, acusó a éste falsamente de conspiración ante el rey Ptolomeo. Cuando todo se hubo aclarado, Apeles pintó -para que quedara memoria de aquella maledicencia- un cuadro muy semejante a éste que ves. Aquella obra se perdió, pero de algún modo se conservó con la descripción minuciosa que de ella hizo Luciano en uno de sus admirables ensayos. Siglos después leyó Botticelli ese texto y reprodujo fielmente aquella pintura según las palabras del escritor. No sabemos por qué lo hizo; quizás quiso así emular al maestro, ya que también él fue blanco de críticas, como las del cruel Savonarola, un colérico fraile que, desde su púlpito, condenaba la sensualidad que emanaba de sus lienzos.

         Ya ves que dos parecidas maldades ocurridas en siglos diferentes fueron la causa de tres obras distintas, aunque de alguna manera las tres fueran la misma; que, lo que fue una vez una pintura en Grecia, se convirtiera con el paso del tiempo en un libro de Roma, y éste, más tarde, en una tabla renacentista. La historia de Apeles iba y venía  del cuadro al papel y del papel al cuadro a través de los siglos y, aunque las obras variaran en el material con que fueron creadas -pinturas, palabras, de nuevo pinturas-, concordaban en algo: su mensaje. Las tres tuvieron un mismo significado: “que no debe creerse con presteza en la calumnia”. Que eso se pueda ver pintado en un lienzo o se pueda leer en un libro, qué más da, Guillermo, qué importa que lo haya expresado un pintor o un poeta, si, gracias al uno, gracias al otro o a ambos, podemos al fin comprenderlo.

     ¿Quieres que vuelva otra vez la pintura a ser texto?, ¿que, como hiciera Luciano, describa de nuevo este cuadro para ti? ¿Quieres, Guillermo, que aquí nos detengamos y, como casuales testigos, contemplemos con calma este litigio? Lo que acontece bajo los tres arcos abovedados de esta logia merecerá tu atención y no ha de ser poco lo que aprendas. Atiende, pues, a mis palabras. 

     Esas que ves a un lado y otro del rey, susurrándole en sus orejas de burro, son la Ignorancia y la Sospecha. Acaso no alcances a oír qué le dicen y sólo escuches palabras entrecortadas. No importa, lo que ves aclarará lo que sólo percibes a medias. Tú mira el rostro de la primera, cuyas facciones denotan poca inteligencia; tú mira el amplio vestido de la segunda, que, pese a su holgura, no logra ocultar su retorcida figura; mira cómo ambas se inclinan sobre los hombros del rey y le atosigan, y cómo éste, aturdido, con la mirada perdida, extiende su brazo como queriendo huir de las dos consejeras.

     ¿Quién ha venido, quién solicita con ahínco justicia a este hombre enajenado? ¿Quién es, pensarás, ése cubierto con una capucha, vestido con ropas raídas, pálido y flaco, de torvo gesto y mirada espantosa con las cejas cargadas de astucia? Es Envidia la tenebrosa figura. Pisan sus pies la alfombra que llega hasta el trono del rey, y pareciera que asciende, igual que una sombra, su insidia, su negra intención por la regia túnica. Trae Envidia, cogida del brazo, a la Calumnia, cuyas ropas son, en cambio, suntuosas; y es en verdad muy hermosa la del fino cuello adornado con una gargantilla. Te preguntas cómo puede ser bella la inicua Calumnia. Ay, hijo mío, ¿cómo conseguiría su mezquino propósito si no es atractiva a los ojos de otros? Sabe que pocos son los que no sucumben a los encantos de la belleza. Dos sirvientas, la Traición y el Engaño, engalanan su pelo con flores y cintas, ennoblecen el aspecto de la malintencionada. Pero observa que no hay compasión en su rostro cuando mira al joven que trae arrastrándolo del pelo, y advierte cuán engañosamente le acusa, pues que nada alumbra el fuego de la antorcha que lleva en la mano. Comprueba, Guillermo, qué vulnerable es la inocencia, que no se rebela, no lucha, sino que sólo junta sus manos como en una plegaria. Nada es más contrario a ella que el burdo aspaviento, ni siquiera cuando es tratada sin ninguna indulgencia. Dos mujeres cierran el cortejo, y dice Luciano que la negra figura  es la Contrición o el Remordimiento. Más bien me parece a mí la Mentira: por su edad –es vieja como el mundo-, por su aspecto –muy ruin-, y por la recelosa mirada que lanza a la dulcísima presencia que cierra el séquito: su veraz, su esbelta, su deslumbrante adversaria.

     Acércate, Guillermo, hasta el joven reo y aligera la carga de su pesar, y dile que esta aparición última no es un sueño, es real y verdadera; que desnuda y casi ingrávida ha acudido la Verdad a su rescate y sin mirar desafiante a las demás figuras, sino alzando sólo un dedo y la mirada hacia lo alto, aclara que siempre le ha vencido a la Mentira.

      Me preguntas, hijo, dónde estamos, en qué lugar sucede lo que vemos. No es fácil ubicarlo. Bajo el cielo azul que se vislumbra entre la arcada, sólo hay -no amaba el pintor los paisajes- una tierra yerma, un espacio inconcreto. No obstante, nos lo dicen las columnas, los capiteles, los copiosos relieves. Tú mira cuán ricamente ornamentados están con guerreros, santos, poetas, filósofos y mitos. ¿No ves a Apolo desollando a Marsias o, más allá, persiguiendo a Dafne; no ves  a Minerva y los centauros, o a Aquiles recibiendo las enseñanzas de Quirón? A muchos otros de la historia y de la fantasía de los hombres aquí hallarás.  Atiende, pues, a mis palabras. Esta logia no se encuentra en un desierto, ni en ningún otro sitio, a decir verdad. Esta logia representa lo que somos; es nuestra alma, hijo, pues estos son nuestros sueños, aspiraciones, deseos, pecados y esperanzas, nuestro afán, el desconsuelo, el odio o el amor que sentimos; este logia está en cada uno de nosotros. Esta galería con sus arcos abovedados, hijo, es nuestro corazón; y, lo que ves, no ocurre fuera, sino en nuestro interior.

      Oh Guillermo, porque en tu vida muchos serán los talentos que de otros tendrás que admirar -y no han de ser pocos los tuyos que merezcan los mismo de ellos-, haz que en tu corazón haya siempre un juicio justo. Sé noble, sé digno cuando te toque ser rey; sélo también si eres el reo. No permitas la sospecha en tu oído, no toleres la calumnia en tu boca, no dejes anidar el odio en tus ojos. Ni envidies ni ames ser envidiado. Sé noble, se justo cuando te toque juzgar; sélo también cuando seas juzgado. 



(del poemario inédito "Descripción de cuadros para Guillermo")


EL TALISMAN (de José Antonio Ramos Sucre)


El caballero, la muerte y el diablo, 1513
Albert Durero

Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos mágicos. Ensayaba, antes de la entrevista con algún enemigo, una sonrisa falsa. Había exterminado las hijas de los pobres, raptándolas y perdiéndolas, desdeñosamente. Alberto Durero lo descubrió una noche en solicitud de una incauta. El galán se había provisto de un farol de ronda para atisbar a mansalva y volvió a su vivienda después de un rodeo infructuoso y sobre un caballo macilento. El artista dibujó, al día siguiente, la imagen del caballero en el acto de regresar a su guarida. Lo convirtió en un espectro cabalgante y le sustituyó el farol de ronda por un reloj de arena.
El caballero habita una casa desprevenida de guardianes, sumida en la sombra desde la puesta del sol. No se cuenta de ningún asalto concertado por sus malquerientes. Se abandona sin zozobra al sueño inerme. Fía su seguridad al efluvio de una redoma fosforescente, en donde guarda una criatura humana, el prodigio mayor del laboratorio de Fausto.

ÁRBOL AMURALLADO - Juan Cárdenas - (de Ramón Cote Baraibar)




Árbol amurallado, 1991
Juan Cárdenas



Premeditadamente
                    el primer
pájaro
del amanecer
escogió la rama
                            más alta
de ese árbol solitario
para que las cuatro paredes,
que lo habían mantenido
encerrado desde su nacimiento,
tuvieran que repetir una
y otra
            y otra vez
su canto ensordecedor,
hasta que se les reventaran
                                          los tímpanos.

LO QUE NOS CUENTA, HIJO, LA LIEBRE DE DURERO (de Santiago Elso Torralba)

Liebre, 1502
Galería Albertina, Viena
Albert Durero

Deja, Guillermo, la razón a un lado
e imagina que vas por un sendero
y encuentras a la liebre que Durero
pintó, temblando ella, tú asombrado.
¡Es tan real, ahí, sobre la hierba!,
que ya eres como Alicia en el espejo
siguiendo a su estrambótico conejo.
Aunque pintada, creo que te observa
y, al ser eterna, ha de lograr que, cuando
la muerte al fin me alcance con su galgo,
se salve al menos de este día algo;
que, cuando ya sin mí la estés mirando
solo, te ha de contar que no lo olvida,
que aquí nos vio a los dos, que así es la vida.














EL CUADRO (de Francisco Javier Cánaves Orell)



Todavía conservo tu cuadro, dice Laura.
El ascensor reduce la distancia, les fuerza a mirarse, 
a escrutar en el otro ese mismo deseo que ahora sienten.
A veces, al mirarlo, te sentía a mi lado, continúa,
me llenaba de pena y te odiaba, después,
por no encontrarte allí, por permitir que fuese otro
el que pusiera nombre a mi presente.
Carlos busca una frase, intenta una caricia
que muere en un gesto insuficiente, torpe.
El ascensor se para y ella empuja la puerta.
Los recibe la casa vacía, el aire denso
que la inminencia teje. Avanazan juntos
hasta el salón. El cuadro sigue allí
y Carlos lo contempla con la congoja propia
del padre que reencuentra, sin quererlo,
aquellas instantáneas del hijo que murió.
Nada queda del joven que trazó aquellas líneas.
¿Qué piensas?, dice Laura. No te quedes callado.
Él se gira y la abraza con violencia, en silencio,
y, en su ojos, los años se agolpan como fieras
que buscaran saciar mucho tiempo de ayuno.


HOMENAJE AL MUSEO BRITÁNICO (de William Empson)


Hay en la sección etnológica un Dios supremo,
su forma es la de un sapo hueco, protegido por un escudo sin inscripciones.

Necesita su vientre para incluir el Panteón,
que se inserta por un agujero detrás.
En el ombligo, en los puntos formalmente destacados, en los órganos sensoriales,
se la han adherido liendres, muñecas, divinidades locales,
su madera suave tiembla con todos los credos del mundo.

Acudamos allí y absorbamos las culturas de las naciones
y disolvamos en nuestras opiniones todos sus códigos.
Luego, entorpecidos por un titubeo natural,
(la gente le pregunta a uno constantemente cuál es la salida),
permanezcamos aquí y reconozcamos que no tenemos un camino.

Admitamos que ser todo es ser algo,
o concedámonos el beneficio de la duda;
ofrendamos a este Dios toda nuestra pizca de polvo
y garantizemos su reinado sobre el edificio entero.



EL POETA EN LA CUEVA DE ALTAMIRA (de Luis López Anglada)


(Receta para pintar un bisonte)


Primero hay que esperar hasta que quiera
darnos Dios la razón; dejar a un lado
el hambre y el amor y estar sentado
hasta que llegue la ocasión primera.

Después hay que sentir que se apodera
de nuestro cuerpo un fuego nunca usado
y hay que salir a la montaña armado
de tanto corazón como la fiera.

Luego viene la caza; ir al bisonte,
llenar de vida y lucha el horizonte
y proclamar al mundo que vencemos.

Y al terminar, en soledad, si puedes,
pintar lo que es la vida en las paredes
para que a Dios le guste lo que hacemos.


LO QUE NOS CUENTA EL CUADRO DE JEAN BROC (de Santiago Elso Torralba)



Muerte de Jacinto, 1801
MMusée Sainte-Croix, Poitiers, Francia
Jean Broc









Advierte aquí que un mito no es distinto
de lo que ocurre cada día. ¿No lo
crees acaso? El joven es Jacinto,
ha muerto; el otro, el dios del sol, Apolo,
que abraza el cuerpo de su amante extinto.
Hay un tercero: el dios del viento, Eolo,
imprevisible y cruel, de mal instinto.
No puedes verle, su presencia sólo
se adivina en el vuelo de la túnica.
Amaba el Viento al joven y envidiaba
al Sol. Con él se encara cuando acaba,
¡ay!, de lanzar un disco. Y de una única
exhalación, el plato da un rodeo
y mata al chico; o sea, a su deseo.


DISPUTA DE ERUDITOS ANTE "EL SUEÑO DE LA DONCELLA" -Lorenzo Lotto- (de Aníbal Núñez)


"Nuestro cuadro presenta, bajo una luz huidiza,
un bosque en que dos sátiros enmarcan
-en hermoso contraste- a una figura
que, si lloviera oro, sería Dánae..."

"Pero son flores lo que llueve
sobre la amada del poeta:
Laura, dice el laurel, es la doncella
cuya actitud amanerada
no ha podido explicarse satisfactoriamente..."

Actitud que sería de desprecio
si la pintura oyese.

El sueño de la doncella
Lorenzo Lotto




































AL CLAROSCURO ( de Rafael Alberti)


A ti, nocturno, por la noche herido,
luz por la sombra herida de repente;
arrebatado, oscuro combatiente,
claro ofensor de súbito ofendido.

A ti, acosado, envuelto, interrumpido,
pero de pie, desesperadamente.
Si el día tiembla, tú, noche valiente;
si la noche, tú, día enardecido.

A ti, contrario en busca de un contrario,
adverso que al morder a su adversario
clava la sombra en una luz segura.

Tu duro batallar es el más duro:
claro en la noche y por el día oscuro.
A ti, Rembrandt febril de la Pintura.

PENSAMIENTO EN CALMA –texto para Chirico- (de Ole Sarvig)






Detrás de templos desiertos,
la plaza vacía
donde el alma camina gritando.

Una calle se desvanece en el horizonte.

Negras sombras mortales caen pesadamente,
y el sol quema la vida dejándola blanca,
irreal.

Como puntos unas personas lejanas cruzan
las calles
y caminan por el borde de la desierta plaza de la esperanza.

Una guerra acecha
muy lejos de los tejados.

Y el pensamiento permanece silencioso
en su torre.

EL MARCO (de Charles Baudelaire)



Lo mismo que un gran marco pone en una pintura,
aunque sea de un pincel muy alabado,
yo no sé qué de mágico, no sé qué de encantado,
al aislarlo en el acto de la inmensa Natura,

así la joya, el mueble, la alfombra, el decorado
se adaptaban precisos a su belleza rara,
sin la mínima mengua de su perfección clara,
pues todo para ella parecía creado. 

Hasta se hubiera dicho que ella misma creía
que era amada de todos y por todo; se hundía
voluptuosamente en la seda y el lino.

Y, lenta o brusca, era en cada movimiento,
según fuera el enfado o el mimo del momento,
infantil como un mono, cauta como un felino.




CÉZANNE EN AIX (de Charles Tomlinson)






































































Y el monte: cada día
Inmóvil como fruto.
Y también: no como fruto.
Irreductible: ni parte de la delicia
(Y por eso discutible) ni distraído.
Como el modelo, por su pose.
Y por esto, y doblemente
Ser discutido: no fue colocado.
Innato, inalterable.
Pétrea cabeza de puente tendido
Hacia lo nunca sentido antes:
Lo tangible.
                     Allá
En su mole curtida,
Su silencio silencia:
Presencia que no se presenta.








ANÉMONAS DE MATISSE (de Joaquín O. Giannuzzi




Robe violette et anemones, 1937
Museo de Arte de Baltimore
Henry Matisse


Qué materia ligera para el ojo
sometido a presión. Girando
sobre cada eje verde, se agrupan
en explosiones suaves
de rojo, violeta y blanco totalmente recientes
hacia un centro de ingrávidos objetos.
Dominación frontal, casi con nada y al descuido
en la hora indistinta, cuando todo
está bien. Alegrías
de agua liviana en un solo plano. La gracia más conforme
de estar allí como en el campo
de una dulce costumbre. Un poco ebria
la perspectiva asegura
la inestable sociedad de las cosas.
Pero amar el mundo, su abundante presente,
es obtener más luz:
esta celebración de la apariencia
que sin embargo se sostiene hasta el fin.

AZOTEA EN EL CÍRCULO DE BELLAS ARTES (de Ramón Cote Baraibar)

































Las once letras de neón de un enorme anuncio
de Ballantines, lejos de su legendario resplandor
que alguna vez tuvieron en esa esquina estratégica
de Madrid, permanecían apoyadas y en desorden
contra el muro de la azotea del Círculo de Bellas Artes,
como si la estatua de Minerva que allí habitaba
jugara en solitario y desde las alturas
una prolongada partida de scrabble
con esas lápidas melancólicas de la publicidad.

Eso fue lo primero que vimos al llegar
a escondidas hasta allí, cuando por fin empujamos
la última puerta prohibida que nos permitió ver de cerca
a la diosa vigilante. La ciudad, en ese triste otoño
de principios de los años ochenta, con sus techos oscuros
y sus repetidos campanarios, parecía “un pueblón”
como dijiste con tu acento portugués, ahondando la última sílaba,           
          (mientras un viento frío nos cortaba con sus cuchillos las palabras).

Al aproximarnos con sumo sigilo a Minerva,
y después de recorrer los pliegues monocordes de su túnica
que caían paralelos a sus pies a la manera clásica,
oímos extrañados el rumor de miles de abejas
que habían hecho su panal en las cuencas de sus ojos
vacíos, ignorando que esa imagen misteriosa nos perseguiría
por años y hasta en sueños, como un oráculo
que algún día tendríamos que descifrar.

No sé por qué hasta ahora lo recuerdo
ni por qué razón lo había olvidado. Quizás
porque de repente me pregunté qué habrá sido de ti,
mi amigo el pintor portugués que vivía en la calle Bustamante,
con quien también una tarde descubrí, detrás de un muro,
un desolado cementerio de trenes donde las locomotoras,
con sus costras adheridas de carbón, no se resignaban
a su reclusión obligatoria, a su detención definitiva,
a su cadena perpetua.

El tiempo tiene su manera particular
de hacer que las cosas sean visibles nuevamente,
para que esta noche de alcohol, en la que se agitan
las abejas videntes del olvido, todo ocupe
su lugar y pueda escribirte estas palabras que,
como las letras de un anuncio de neón,
tardan torpemente en encenderse,
una a una, igual que la memoria.



CON GAUDÍ (de Carlos Murciano)

(Y contigo. Parque Güell)





Esa fuente, esa iguana, esa escalera
que al suelo baja y hasta el sueño sube,
memoria son de alguna maga nube
que se dejó detrás la primavera.

Noviembre allí, llorando a su manera.
También llorando a mi manera estuve
y tú sin enterarte. Nunca tuve
una pena tan grande y pasajera.

Porque se fue, lo mismo que te fuiste.
Pero volvió. Tú, en cambio, no volviste.
Y yo, llorando, con Noviembre, allí.

"Alone again"... Los pájaros cantaban
y en mi desolación se desplomaban
las alucinaciones de Gaudí.

UN VIENTO LLAMADO BOB RAUSCHENBERG (de Octavio Paz)



Paisaje caído de Saturno,
paisaje del desamparo,
llanuras de tuercas y ruedas y palancas,
turbinas asmáticas, hélices rotas,
cicatrices de la electricidad,
paisaje desconsolado:
los objetos duermen unos al lado de los otros,
vastos rebaños de cosas y cosas y cosas,
los objetos duermen con los ojos abiertos
y caen pausadamente en sí mismos,
caen sin moverse,
su caída es la quietud del llano bajo la luna,
su sueño es un caer sin regreso,
un descenso hacia el espacio sin comienzo,
los objetos caen,
          están cayendo,
caen desde mi frente que los piensa,
caen desde mis ojos que no los miran,
caen desde mi pensamiento que los dice,
caen como letras, letras, letras,
lluvia de letras sobre el paisaje del desamparo.

Paisaje caído,
sobre sí mismo echado, buey inmenso,
buey crepuscular como este siglo que acaba,
las cosas duermen unas al lado de las otras
-el hierro y el algodón, la seda y el carbón,
las fibras sintéticas y los granos de trigo,
los tornillos y los huesos del ala del gorrión,
la grúa, la colcha de lana y el retrato de familia,
el reflector, el manubrio y la pluma del colibrí,
las cosas duermen y hablan en sueños,
el viento ha soplado sobre las cosas
y lo que hablan las cosas en su sueño
lo dice el viento lunar al rozarlas,
lo dice con reflejos y colores que arden y estallan,
el viento profiere formas que respiran y giran,
las cosas se oyen hablar y se asombran al oírse,
eran mudas de nacimiento y ahora cantan y ríen,
eran paralíticas y ahora bailan,
el viento las une y las separa y las une,
juega con ellas, las deshace y las rehace,
inventa otras cosas nunca vistas ni oídas,
sus ayuntamientos y sus disyunciones
son racimos de enigmas palpitantes,
formas insólitas y cambiantes de las pasiones,
constelaciones del deseo, la cólera, el amor,
figuras de los encuentros y las despedidas.
El paisaje abre los ojos y se incorpora,
se echa a andar y su sombra lo sigue,
es una estela de rumores obscuros,
son los lenguajes de las substancias caídas,
el viento se detiene y oye el clamor de los elementos,
a la arena y al agua hablando en voz baja,
el gemido de las maderas del muelle que combate la sal,
las confidencias temerarias del fuego,
el soliloquio de las cenizas,
la conversación interminable del universo.
Al hablar con las cosas y con nosotros
el universo habla consigo mismo:
somos su lengua y su oreja, sus palabras y sus silencios.
El viento oye lo que dice el universo
y nosotros oímos lo que dice el viento
al mover los follajes submarinos del lenguaje
y las vegetaciones secretas del subsuelo y el subcielo:
los sueños de las cosas el hombre los sueña,
los sueños de los hombres el tiempo los piensa.

DESDE ESTE ESCONDITE PUEDO VER LA BATALLA (de Aníbal Núñez)


Batalla entre Alejandro y Dario en Isso
Altdorfer



La batalla de Alejandro en Isso, 1529
Alte Pinakothek, Munich
Albrecht Altdorfer
Desde este escondite puedo ver la batalla,
pero prefiero ver ponerse el sol
(el sol y sus celajes
de jaspe que han estado
ensayando este ocaso desde el alba)

No sabe el sol -es ciego- que ilumina no sólo
el lago, las montañas
erizadas, las torres, los tejados, las tiendas
de lona, los velámenes...
sino algo más en ruinas que aún humea

Sí, ya sé que se lucha a vida o muerte,
que vuelan estandartes, que enarbola
el corazón coraje y una pica
una cabeza hostil ensangrentada

Sé que se juega el mundo
y que las huestes blancas
cuentan con el apoyo de los dioses

Quiero mirar al horizonte: todos
los días no se ve un atardecer
así. No me preguntes por el combate; corre,
si quieres y pregunta a algún macero
qué causa ha convocado tanta sangre

Yo sigo aquí: ninguna
flecha puede perderse donde nadie la llama
las ramas me protegen y las rocas
y nada me separa de la savia

Y, tras de la contienda, recordar
cómo con el silencio que sigue a los combates
cristaliza hasta el fango. -El pasto calcinado
tiene afán de azabache,
las ruinas humeantes prefiguran trofeos

Entre las hendiduras,
bullendo entre las rectas y las volutas, otros
seres terceros, más menesterosos,
su buscan -han caído-: su semilla no vuela,
son fuego sin volcán, lava sin dueño.




CÁRCELES DE LA INVENCIÓN -G.P. Piranesi- (de Ramón Cote Baraibar)

































Alimentado en el desague gris de las cloacas,
adherido fuertemente a las exclusas,

un animal, mitad anfibio, mitad parásito,
ha venido creándose, creciendo

durante siglos en la descomposición.

Por azar de la naturaleza un día recibe el don
de la existencia: respirar,

extenderse, reproducirse. Ahora ya
se le puede catalogar

como un cuerpo vivo más entre los vivos. 
 
Ubicado como un intruso en el primer peldaño
de la evolución
abre lentamente los párpados
y sólo ve hacia lo alto

puentes colgantes, cadenas, poleas, palancas,

estructuras de madera que se repiten
como una pesadillla, infinitamente.

También oye gritos, cientos
de sombras lamentándose, retorcerse

en los potros de tortura.

Así es el mundo que el animal desde el fondo mira
y al que ha sido destinado.

Debido a que esa confusión no parece
tener fin cierra los ojos

y su cuerpo alargado, su membrana
gelatinosa se estremece de satisfacción

porque todo lo que repite bajo sus párpados
le servirá algún día de alimento.