LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

TU ROSTRO (de Octavio Paz)


La paleta
Marie José Paz

Una mano — ¿de quién?—
la piel azul, las uñas rojas,
sostiene una paleta.
Quiero ser cara, dice la paleta.
Y la mano la convierte en espejo
y en el espejo aparecen tus ojos
y tus ojos se vuelven árboles, nubes, colinas.
Un sendero serpea entre la doble hilera
de las insinuaciones y las alusiones.
Por ese sendero llego a tu boca,
fuente de verdades recién nacidas.

SONETO CXLV. A SU RETRATO (de Sor Juana Inés de la Cruz)

Procura desmentir los elogios que a un retrato de la Poetisa inscribió la verdad,
que llama pasión.

Este, que ves, engaño colorido,
que del arte ostentando los primores,
con falsos silogismos de colores
es cauteloso engaño del sentido;

éste, en quien la lisonja ha pretendido
excusar de los años los horrores,
y venciendo del tiempo los rigores,
triunfar de la vejez y del olvido,

es un vano artificio del cuidado,
es una flor al viento delicada,
es un resguardo inútil para el hado;

es una necia diligencia errada,
es un afán caduco y, bien mirado,
es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

FAMA (de Derek Walcott)

Esto es la fama: domingos,
una sensación de vacío
como en Balthus,
callejuelas empedradas,
iluminadas por el sol, resplandecientes,
una pared, una torre marrón
al final de una calle,
un azul sin campanas,
como un lienzo muerto
en su blanco
marco, y flores:
gladiolos, gladiolos
marchitos, pétalos de piedra
en un jarrón. Las alabanzas elevadas
al cielo por el coro
interrumpidas. Un libro
de grabados que pasa él mismo
las hojas. El repiqueteo
de tacones altos en una acera.
Un reloj que arrastra las horas.
Un ansia de trabajo.

CÁRCELES -Carcere VII, Giovanni Battista Piranesi- (de Héctor Freire)

Carcere VII
Giovanni Battista Piranesi

Exacta como un sueño,
la misteriosa escenografía de Piranesi:
derrotados muros entre ruinas de prisiones
y borrosos arcos.

-¿Un sueño dentro del sueño?-

De pronto, la mirada brillante
de una mujer inesperada se asoma
por entre esa imprecisa materia
derrumbada,
y reconstruye un espacio de espejos rotos
donde todo rostro de muerte se refleja
como salvado del tenaz estrago de los años.

¿Quizás Piranesi haya querido construir
a través de sus cárceles "una teoría visual del insomnio",
y en el intento se quedó dormido
y prisionero para siempre?

EL ARTISTA (de Óscar Oliva)

Las meninas
Velázquez


































(1)

Por 1656
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
se pinta en un lienzo frente a su caballete
ejecutando los retratos de Felipe IV y de doña Mariana,
que se reflejan en el espejo del fondo.
Dona María Agustina Sarmiento,
menina de la infanta doña Margarita,
le ofrece en una bandeja un búcaro con agua.
La infanta, en medio.
A su izquierda,
doña Isabel de Velasco,
también menina.
La enana Maribárbola. Y Nicolás de Portosato,
con el pie izquierdo sobre el perro echado.

En segundo término:
doña Marcela de Ulloa, "guardamujer de las damas
de la reina", y un guardadamas. En la puerta del fondo
descorre una cortina el aposentador don José Nieto Velázquez.
En la pared, lienzos de Rubens. El cuadro se llamaba
de La familia. Mide 3.18 por 2.76 metros. Hoy es conocido como
Las meninas.

He aquí lo que yo hago:
con todos mis materiales de trabajo
me instalo de un golpe en este libro,
sentando plaza en su plaza.
Mi intención es la siguiente:
¿Cómo hacer que este libro y yo lleguemos a ser indivisibles?
¿Cómo hacer que el poema rompa con el sometimiento al papel?

Cuando me incline desde afuera a contemplar este relato ya concluido,
¿qué es lo que veré? ¿qué es lo que habré dado?
Verdaderamente,
me gustaría nada más dar una pintura boquiabierta
bajo el estruendo.

Pero por el momento,
esto es imposible.
Desde esta cárcel lo único que voy a dar es mi nombre.

Me considero un prisionero de guerra.



(2)

Me he inclinado
                             desde fuera
a mirar este libro
                              ya concluido.
¿Qué es lo que veo? ¿Qué es lo que he dado?
Señales.
Señales que me rodean,
                                            me muerden,
                                                                     me injurian.

Estoy como Velázquez,
fuera de la pintura,
odiando.

Y no me encuentro delante de las cosas sino dentro.

Ver duele.
Imágenes.
Ahora doy vueltas a la última página y desaparezco.
No me busquen.
He roto el estado de sitio en que me encontraba.
Nubes en manada se alejan de mí.
Es como si naciera de nuevo.
                                                         Pataleo, chillando.
                                                         Tirado en un petate.
Estoy empapado de orín y lleno de mierda hasta el cuello.
Tengo hambre.

Frente al manuscrito que acabo de terminar,
descubro texturas que no he matizado,
tinieblas que hay que aclarar,
cuentas que ha quedado pendientes.

Don Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
se levanta de su asiento,
donde me ha estado viendo todo este
tiempo, y se despide mí.
Abre una puerta que no había notado antes,
en el centro del cuadro,
y desaparece.
                           Adiós.
                                        Empieza amanecer.
El día entra por un resquicio
y esto no me sorprende,
                                              como otras veces.

Mi mujer se acerca a mí,
y me besa la cabeza.
¿Has terminado? No sé. ¿He terminado?
Su mirada de amante trastorna hasta el poema.

Por fortuna no sé cómo escribir los últimos renglones.
Nada se me ocurre.
Vamos a ver:
                         Tus cabellos son la desnudez.
No está mal. ¿Pero no he leído esto en alguna parte?

Me estiro. Me froto los ojos.  ¿Es todavía mañana?
                                                     ¿Es todavía la mañana?
                                                     ¿Quieres almorzar?

ACIS Y GALATEA (de Jaime Siles)


Acis y Galatea
Nicolás Poussin


























Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;

ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.

El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;

el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;

las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.

La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.

El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es –ni por asomo- de Poussin.

El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ellá y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.

UNA TUMBA EN ARUNDEL (de Philip Larkin)



Tumba medieval de un caballero y su esposa
en la Catedral de Chichester   (Inglaterra)
y en la que se inspiró Philip Larkin
para escribir su famoso poema.
 

Lado a lado, los rostros borrosos,
en piedra yacen el conde y la condesa,
sus dignos hábitos apenas visibles
como una armadura unida, el pliegue rígido
y un tenue indicio del absurdo:
los perritos echados a sus pies.

Esta sencillez del prebarroco
apenas seduce a la mirada, hasta
que se topa con el guantelete del conde,
vacío, todavía sujeto en el otro; y uno
ve, con tierna y súbita emoción, que
su mano, retraída, sostiene la de ella.

Nunca pensaron yacer por tanto tiempo.
Tal fidelidad en la efigie
era sólo un detalle que verían los amigos;
la dulce gracia comisionada a un escultor
que se pierde al prolongar,
en torno a la base, los nombres en latín.

Nunca supusieron cuán pronto
en su supino viaje estacionario
el aire se tornaría daño silencioso,
y no admitiría a los viejos inquilinos;
cuán pronto las miradas, una tras otra,
comienzan a mirar, no a leer. Con rigidez

persisitieron, unidos, a lo largo y ancho
del tiempo. Sin fecha, cayó la nieve. Cada verano,
la luz llenó el vitral. El trino brillante
de una parvada salpicó el mismo
terreno repleto de huesos. Y por los senderos
llegó infinidad de gente, diferente,

deslavando su indentidad.
Ahora, indefensos en el hueco de
una edad sin herádica, un canal
de humo en lentas madejas suspendido
sobre los vestigios de su historia,
sólo queda una actitud.

El tiempo los ha transormado en
falsedad. La fidelidad de piedra
que apenas se propusieron se ha convertido
en su blasón final y corrobora que
nuestro casi instinto es casi cierto:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.




Del poemario “De Hardy a Heaney. Poesía inglesa del siglo XX”
Tradución: Nair María Anaya Ferreira
Ed: Unam


Otra versión, tambén magnífica, del mismo poema:

UNA TUMBA PARA LOS ARUNDEL


Uno al lado del otro, las caras borrosas
el conde y la condesa yacen en piedra,
sus decorosos hábitos vagamente asoman
en forma de armadura articulada, pliegues
almidonados, y ese leve toque de absurdo:
los perrillos bajo sus pies.

La simplicidad de ese prebarroco
apenas llama la atención, hasta que el ojo
capta el guantelete izquierdo de él,
que, vacío, la otra mano sostiene, y ve,
con una sorpresa a la vez brusca y tierna,
que le está cogiendo la mano a la mujer.

No pensaron que durarían tanto.
Esa fidelidad en efigie era apenas
un detalle que los amigos verían:
la amable gracia de encargo de un escultor
que solo pretendía contribuir a que pervivieran
los nombres en latín que hay en la base.

No imaginaban qué pronto,
en su supino viaje estacionario,
el aire se haría callado deterioro,
los convertiría en ocupantes anónimos;
qué pronto los ojos que vendrían luego
comenzarían a mirar, no a leer. Rígidos

persistieron, unidos, a través de longitudes
y anchuras de tiempo. Cayó nieve sin fecha. La luz
cada verano inundaba el cristal. El alegre
reclamo de los pájaros se esparcía
por el mismo terreno sembrado de huesos. Y por los caminos
llegaba la gente, infinita y distinta,

en una marea que barría su identidad.
Ahora, desamparados en el vacío
de una época sin heráldica, una madeja
de lentos hilos de humo suspendidos
sobre su fragmento de historia,
solo una pose permanece:

el tiempo los ha convertido en algo
falso. Esa fidelidad en piedra
que nunca pretendieron ha resultado
su blasón final, y demostrado
que nuestro casi instinto es casi cierto:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.



 Y éste, que es el poema original:



AN ARUNDEL TOMB

Side by side, their faces blurred,
The earl and countess lie in stone,
Their proper habits vaguely shown
As jointed armour, stiffened pleat,
And that faint hint of the absurd -
The little dogs under their feet.

Such plainness of the pre-baroque
Hardly involves the eye, until
It meets his left-hand gauntlet, still
Clasped empty in the other; and
One sees, with a sharp tender shock,
His hand withdrawn, holding her hand.

They would not think to lie so long.
Such faithfulness in effigy
Was just a detail friends would see:
A sculptor's sweet commissioned grace
Thrown off in helping to prolong
The Latin names around the base.

They would no guess how early in
Their supine stationary voyage
The air would change to soundless damage,
Turn the old tenantry away;
How soon succeeding eyes begin
To look, not read. Rigidly they

Persisted, linked, through lengths and breadths
Of time. Snow fell, undated. Light
Each summer thronged the grass. A bright
Litter of birdcalls strewed the same
Bone-littered ground. And up the paths
The endless altered people came,

Washing at their identity.
Now, helpless in the hollow of
An unarmorial age, a trough
Of smoke in slow suspended skeins
Above their scrap of history,
Only an attitude remains:

Time has transfigures them into
Untruth. The stone fidelity
They hardly meant has come to be
Their final blazon, and to prove
Our almost-instinct almost true:
What will survive of us is love.


LA MUERTE ES UNA BUENA MAESTRA (de Oscar Hahn)

Levántate y anda al hospital me dijo la voz
Soy el fantasma anterior a tu nacimiento
Aún no es tiempo para el otro fantasma

Tu muerte te afectaría profundamente
Jamás podrías recuperarte de tu muerte

Me pusieron en una camilla y me metieron al quirófano
Al otro lado se ve el infinito qué miedo

Tengo un hoyo en el alma
por el cual se me escapa el cuerpo

El médico me abrió la arteria que pasa por la ingle
y empecé a delirar

Aquí en este mar que llaman el inconsciente
hay unas lianas que se te enredan en el cuello

lianas azules lianas rojas lianas incoloras
que se te meten por la boca y no te dejan respirar

Los otros los que estaban conmigo en el agua frígida
rodeados de pedazos de hielo me dijeron:

Somos todos pasajeros del Titanic

El inconsciente es un árbol lleno de pájaros muertos
que se echan a volar cuando uno menos lo espera

Escucho el ruido de serruchos que cortan tablas
de martillos clavando clavos

Viene del astillero de la muerte y no se oye con los oídos

Somos árboles ambulantes en la vía pública
soñando con ser barcos o aspas de molino

pero no leña en la hoguera
donde las llamas bailan y se ríen y contorsionan

como si estuvieran en una orgía las muy cochinas
striptiseras del cabaret de la muerte

El médico me abrió la arteria que pasa por la ingle

Estuvo mucho rato adentro de mi aorta
sacando la nieve con una pala

El camino hacia el corazón está limpio
y mi sangre empezó a fluir

Entraron mi mujer y mis dos hijos pequeños
y me acariciaron las manos llenas de pinchaduras

Soy inmortal les dije al menos por ahora
y caí profundamente dormido


Extracción de la piedra de la locura
El Bosco.

Desperté adentro de una pintura del Bosco
entre tubos y alambres conectados a máquinas

Pero aquí no hubo ni extracción ni piedra ni locura
Solamente un sujeto perfectamente lúcido

Se me acercó un arcángel y me dijo: Soy Tammy
Era más dorada que el sol y estaba atravesada por la luz

Un ave vuela de las cenizas de mi corazón
un ave roja que palpita y canta

La muerte es una buena maestra
cuando te habla al oído y se retira



PINTURA (de Héctor Freire)



El gato
Hokusai

En su zoología de intimidad, el gato de Hokusai
destaca el impudor que pretende evitar,
la infinitud de aquello que los humanos ignoramos.
Quizás por eso, su ocio nos resulta demasiado trabajoso.
En ese “vacío pictórico” - inservible a efectos descriptivos-
se ajusta el contenido de su imagen:
una humilde silueta recortada que elimina cuanto sobra.
Por un instante ese signo de mesura
nos hace olvidar la violencia del mundo.

MUSEO (de Wislawa Szymborska)

Hay platos, pero no apetito.
Hay anillos, pero no amor correspondido,
desde hace al menos tres siglos.

Hay un abanico, pero ¿qué fue del arrebol?
Hay espadas, pero ¿qué fue de la ira?
Y el laúd no suena entre dos luces.

Donde no hay eternidad se acumulan
diez mil antigüedades muy antiguas.
Un polvoriento portero dulcemente dormita
con el bigote pegado al cristal de su garita.

Metales, arcilla y una pluma de ave
vencen al tiempo con su quietud suave.
El broche de una egipcia alocada
ríe por nada.

La corona duró más que la cabeza.
La mano perdió contra el guante.
El zapato derecho venció sobre el pie.

¿Qué decir de mí? De morirme, ni hablar.
Contra mi traje lucho en incruenta contienda.
¡Qué aguante tiene la prenda!
¡Qué tenaz afán de más que yo durar!



(del la antología "Paisaje con grano de arena".  Ed: Lumen)




INSTRUCCIONES PARA ENTENDER TRES PINTURAS FAMOSAS - III - (de Julio Cortázar)

RETRATO DE ENRIQUE VIII DE INGLATERRA, POR HOLBEIN 
Se ha querido ver en este cuadro una cacería de elefantes, un mapa de Rusia, la constelación de la Lira, el retrato de un papa disfrazado de Enrique VIII, una tormenta en el mar de los Sargazos, o ese pólipo dorado que crece en las latitudes de java y que bajo la influencia del limón estornuda levemente y sucumbe con un pequeño soplido. Cada una de estas interpretaciones es exacta atendiendo a la configuración general de la pintura, tanto si se la mira en el orden en que está colgada como cabeza abajo o de costado. Las diferencias son reductibles a detalles; queda el centro que es ORO, el número SIETE, la OSTRA observable en las partes sombrero-cordón, con la PERLA-cabeza (centro irradiante de las perlas del traje o país central) y el GRITO general absolutamente verde que brota del conjunto. Hágase la sencilla experiencia de ir a Roma y apoyar la mano sobre el corazón del rey, y se comprenderá la génesis del mar. Menos difícil aún es acercarle una vela encendida a la altura de los ojos; entonces se verá que eso no es una cara y que la luna, enceguecida de simultaneidad, corre por un fondo de ruedecillas y cojinetes transparentes, decapitada en el recuerdo de las hagiografías. No yerra aquel que ve en esta petrificación tempestuosa un combate de leopardos. Pero también hay lentas dagas de marfil, pajes que se consumen de tedio en largas galerías, y un diálogo sinuoso entre la lepra y las alabardas. El reino del hombre es una página de historial, pero él no lo sabe y juega displicente con guantes y cervatillos. Este hombre que te mira vuelve del infierno; aléjate del cuadro y lo verás sonreír poco a poco, porque está hueco, está relleno de aire, atrás lo sostienen unas manos secas, como una figura de barajas cuando se empieza a levantar el castillo y todo tiembla. Y su moraleja es así: «No hay tercera dimensión, la tierra es Plana, el hombre repta. ¡Aleluya! ». Quizá sea el diablo quien dice estas cosas, y quizá tú las crees porque te las dice un rey.

INSTRUCCIONES PARA ENTENDER TRES PINTURAS FAMOSAS - II - (de Julio Cortázar)

LA DAMA DEL UNICORNIO, POR RAFAEL

Saint-Simon creyó ver en este retrato una confesión herética. El unicornio, el narval, la obscena perla del medallón que pretende ser una pera, y la mirada de Maddalena Strozzi fija terriblemente en un punto donde habría fustigamientos o posturas lascivas: Rafael Sanzio mintió aquí su más terrible verdad.

El intenso color verde de la cara del personaje se atribuyó mucho tiempo a la gangrena o al solsticio de primavera. El unicornio, animal fálico, la habría contaminado: en su cuerpo duermen los pecados del mundo. Después se vio que bastaba levantar las falsas capas de pintura puestas por los tres enconados enemigos de Rafael: Carlos Hog, Vincent Grosjean, llamado «Mármol», y Rubens el Viejo. La primera capa era verde, la segunda verde, la tercera blanca. No es difícil atisbar aquí el triple símbolo de la falena letal, que a su cuerpo cadavérico une las alas que la confunden con las hojas de la rosa. Cuántas veces Maddalena Strozzi cortó una rosa blanca y la sintió gemir entre sus dedos, retorcerse y gemir débilmente como una pequeña mandrágora o uno de esos lagartos que cantan como las liras cuando se les muestra un espejo. Y ya era tarde y la falena la habría picado: Rafael lo supo y la sintió morirse. Para pintarla con verdad agregó el unicornio, símbolo de castidad, cordero y narval a la vez, que bebe de la mano de una virgen. Pero pintaba a la falena en su imagen, y este unicornio mata a su dueña, penetra en su seno majestuoso con el cuerno labrado de impudicia, repite la operación de todos los principios. Lo que esta mujer sostiene en sus manos es la copa misteriosa de la que hemos bebido sin saber, la sed que hemos calmado por otras bocas, el vino rojo y lechoso de donde salen las estrellas, los gusanos y las estaciones ferroviarias.

INSTRUCCIONES PARA ENTENDER TRES PINTURAS FAMOSAS - I - (de Julio Cortázar)

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EL AMOR PROFANO Y EL AMOR SAGRADO, POR TIZIANO














Esta detestable pintura representa un velorio a orillas del Jordán. Pocas veces la torpeza de un pintor pudo aludir con más abyección a las esperanzas del mundo en un Mesías que brilla por su ausencia; ausente del cuadro que es el mundo, brilla horriblemente en el obsceno bostezo del sarcófago de mármol, mientras el ángel encargado de proclamar la resurrección de su carne patibularia espera inobjetable que se cumplan los signos. No será necesario explicar que el ángel es la figura desnuda, prostituyéndose en su gordura maravillosa, y que se ha disfrazado de Magdalena, irrisión de irrisiones a la hora en que la verdadera Magdalena avanza por el camino (donde en cambio crece la venenosa blasfemia de dos conejos). El niño que mete la mano en el sarcófago es Lutero, o sea, el diablo. De la figura vestida se ha dicho que representa la Gloria en el momento de anunciar que todas las ambiciones humanas caben en una jofaina; pero está mal pintada y mueve a pensar en un artificio de jazmines o un relámpago de sémola.

LA APARIENCIA DEL DEVENIR -Melocotonero en flor, Vincent Van Gogh- (de Héctor Freire)


Melocotonero en flor
Vincent Van Gogh








































La belleza de ese árbol, aislado por el efecto de la luz
tiene algo de ruina de piedra, de fósil florecido:
dicho paisaje estimula una relación con el tiempo,
crea una mirada y resta ambigüedad a la vista.
En la humildad de ese “acto”, la emergencia de lo visible
es condensación de lo que huye,
un instante en devenir interno.
“La política” de la luz radica en la sensualidad de los detalles,
actúa lo inaparente silenciado. Y presenta su paradojal evidencia:
nadie recuerda que es ella la que nos hace ver.


MADONNA (de Blanca Varela)

Madonna col bambino col scene della vita di sant'Anna
Obra conjunta de Massaccio y Masolino
    
 La que había visto todo se volvió de perfil, orgullosa y fortalecida. Sobre el lecho se incorporó la madre y ofreció el hijo, envuelto como una crisálida, a los postreros rayos del sol. Al mismo tiempo el ama acercaba el seno henchido y moreno al labio virgen del recién llegado, pero él dormía, indiferente al calor del sol y al misterio del primer beso. 
     Un crítico severo hubiera reclamado un fulgor de sangre en el entarimado de porcelana, y que el triángulo de cielo de la ventana hubiera sido más azul, más cielo.
     Y además, aquel niño ya crecido, al centro de todo, oraba de una manera extraña, uniendo las plantas de los pies como un simio.
     La arquitectura era limpia pero banal, con algo de templo y de mercado. Escaleras inútiles, ventanas que aspiraban la oscuridad a borbotones, arcos bajos como tumbas, escaños desocupados y cortinajes anudados con ira.
     Y luego, cruzando el tiempo, el cortejo de mujeres con sus dones y secretos a cuestas. Estaban todas. La que lucía el vientre como una hogaza dura y rubia bajo la gasa mortecina. La madre de aquel párvulo que se protegía del milagro a la sombra de la cadera familiar y opulenta. La dueña de la trenza todavía infantil y del seno obviamente maduro. Y entre ellas, apartada, la célibe: sabia como una abuela, poderosa de brazos y ensimismada frente a la ventana.
     De espaldas a la escena la más grave, la más dulce de todas. Con el niño extraño y crecido entre los brazos parecía saberlo todo. Amor en sus ojos extraviados, ceguera y luz en el rostro del infante rollizo.
     Al fondo, huyendo del lugar, un anciano trepa penosamente las escaleras. En lo alto lo esperaba una dama, noble de porte y vestido, que lo ayudaba gentilmente a transponer el umbral que le correspondía.

EXPULSIÓN DEL PARAÍSO - Masaccio- (de Ramón Cote Baraibar)



Expulsión del paraíso
Masaccio
                                    Para Renato Sandoval



Ni siquiera las lágrimas,
     espesas como el mercurio,

ni el yunque ardiente
     que les quemaba muy adentro,

ni los kilómetros de zarzas,
    que hicieron sangrar sus tobillos,

ni la prolongada llovizna
    que los recibió de pie en la intemperie.

Nada, nada de eso, ni las semanas ni las arenas,
    ni las sucesivas generaciones

han podido borrar de nuestros cuerpos
     ese aroma a jazmín que un día muy lejano

trajeron del Paraíso.

EL SALUDO (de John Donne)

Por mi fe, muchas veces me pregunto
qué hacíamos tú y yo antes de querernos.
¿Como niños aún no destatados
seguíamos chupando domésticos placeres?
¿Roncabamos tal vez en la caverna
The good-morrow
Robert McDonald

(ilustración de R. McDonald
para el poema de John Donne)
de los Siete Durmientes? Así era.
Aquel u otro placer sólo fue sueño,
y si vi alguna vez una belleza
que deseé y obtuve, no era nada
sino un sueño de ti.

Y ahora ¡buenos días!
al doble despertar de nuestras almas,
que de miedo no aciertan a mirarse.
Pues el amor gobierna
todo el amor oculto de las cosas,
y hace de un todas partes, poco espacio.
Bien está que marcharan a buscar nuevos mundos
nautas descubridores, y que muestren los mapas
un mundo y otro mundo a quien los mira;
poseamos nosotros nuestro mundo
el que tiene, el que es cada uno de nosotros.

En tus ojos mi rostro,
en los míos el tuyo se retratra,
y los rostros reflejan
dos corazones simples y leales.
¿En dónde encontraríamos mejores hemisferios,
sin crudo Norte o declinante Oeste?
Sólo mueren las mezclas desiguales;
si nuestros dos amores son uno, o tan idénticos
que ni el tuyo ni el mío cede al otro,
ninguno de los dos puede morir.


                               







(del poemario "Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII". Ed: El acantilado)

LA SALIDA DEL SOL (de John Donne)

The sunne rising
Robert McDonald

(ilustración de Robert McDonald
para el poema de John Donne )
Viejo loco afanoso, irrefrenable sol,
¿por qué llamarnos siempre
a través de cortinas y ventanas?
¿Es que las estaciones del amor
deberán ajustarse a tu carrera?
Pobre diablo, pedante, descarado,
ve a reñir a chicuelos dormilones,
y a huraños aprendices;
diles a los monteros de la corte
que quiere cabalgar Su Majestad,
y llama a las hormigas campesinas
a llenar sus graneros.
Amor no reconoce ni estaciones ni climas,
horas, días ni meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué juzgas tus rayos tan sagrados y fuertes?
Yo podría eclipsarlos y nublarlos
con sólo un parpadeo.
Mas, para no dejar de contemplarla,
si sus ojos no cierran a los tuyos,
mira y dime, mañana por la tarde,
si ambas Indias de minas y de especias
donde tú las dejaste permanecen,
o están aquí conmigo. Pregunta por los reyes
que mirabas ayer, y te dirán
que yacen aquí todos en un lecho.

Ella es todos los reinos, yo soy todos los príncipes.
Y nada más existe.

Los príncipes tan sólo nos imitan.
Comparado con esto cualquier honor es mímica,
toda riqueza alquimia.
Tú, sol, gozas también parte de nuestra dicha,
pues el mundo en tal forma se contrae;
tu edad pide descanso, y, ya que tu deber
es calentar el mundo, brilla para nostros
y será como estar en todos lados.
Este lecho es tu centro y tu esfera estos muros.


                                                      Song and sonnets, 1633



(del poemario "Poetas ingleses metafísicos del siglo XVII"   Ed. El acantilado)



J. M. W. TURNER (1775-1851) (de Enrique Lihn)


Norham Castle On The River Tweed
(Joseph Mallord Turner)

¿Quién se baña dos veces en el mismo río?
Se lo preguntó Turner pintando el rio Tweed
y su respuesta fue el globo de la luz
dividido entre el agua y los fuegos solares:
el paso de la luz al fuego y a las aguas.
Este descubrimiento lo alejó de la tierra
como pintor, al menos. Venecia lo esperaba
pero estuvo aprendiéndola durante años y años
pintó primeramente los combates navales
dignos de la Academia
se distinguió en escenas alegóricas:
visiones de Jacob o de Medea
hizo sus inventarios en el Foro Romano
rememorando a Tito, fue teatral
hasta lo explícito, pero siempre atisbó
a través de esos actos finales su Principio:
en la declinación de Cartago el ascenso
de Turner, el maestro de la puesta de sol
cuya belleza atrae a los monstruos marinos.
Lo instantáneo, el momento que abrasa las sustancias
y sólo deja el rescoldo del Ser
ese incendio que viene de las nubes y el viento
y quema -desdoblado en las aguas- su imagen.

ANTE UN GRABADO DE ESCHER (de Jairo Guzman)



Sueño (Mantis Religiosa)
M.C. Escher, 1935.
 
La mantis religiosa cabalga un muerto.
Ese es su rito a las estrellas esta noche.

Nos cobija un cielo de remota luz.
Un antiguo oficiante yace muerto.
Cuántas historias atraviesan sus ojos.
Cuántos conjuros rebotan en los ángulos
de un palacio sideral.

La pulsación de las estrellas
le trae noticias de canciones,
holocaustos en ofrenda al viaje de la luz.

La mantis religiosa parece poseída
por las palabras que el muerto no dijo.

El resplandor lunar hace la densidad.

¿Quién quedó detrás de las ventanas
observando el recinto donde todo calla?

Las columnatas que sostienen el templo
semejan puños de gigantes penetrando el cielo.

Hay una hipnosis difuminada.
Hay imanes en los ojos de la mantis
por donde la luz huye y grita

LA RELATIVIDAD DE ESCHER (de Michel Krott)


Relativity,  1953
Escher
































Tres mundos, encerrados en una casa
donde escaleras seducen a los sin rostro
para evitarse mutuamente en una eternidad ciega.
Tres espacios, cajas fuertes cerradas.

La gente deambula segura de sí misma
como títeres perezosos que nunca se liberan
de los caminos trillados que los separan.
Desde los sótanos suben a la planta baja.

Un árbol, un arco, por el cual un pálido sol
espía con recelo en una imagen deformada.

Pareciera que viviesen en un sueño largo
incansable, que de una rutina comenzó
y ahora difumina un mundo dividido,
fragmentado por una ambición sin color.