Para mi hijo Guillermo
que, cuando suena, el mundo para; Otelo,
Don Quijote o los versos con que suelo
matar el tiempo a veces; y la joven
Gioconda, que sonríe aunque la roben
de nuevo en el museo; y el Ciruelo
de Van Gogh, el David de Donatello;
los viejos templos que, de adobe, en
Uruk se edificaron; Notre Dame
de piedra y La Alhambra que el Islam
dejó en Granada. Todo esto es nada,
pues lo supera otra obra que hacia
sí convoca a más gente interesada:
la desgracia, Guillermo, la desgracia.
Una desgracia, 1870 Coleccion particular José Jiménez Aranda |