La muchacha ciega, 1855 Birmingham Museum and Art Gallery John Everett Millais |
Te has sentado de espaldas a un arco iris doble
que no ves pero sientes: tus mejillas
aún húmedas de lluvia se encienden
que no ves pero sientes: tus mejillas
aún húmedas de lluvia se encienden
-ha venido
el sol tan de repente, con tan buenas
palabras, que el rubor... -. En tu harapiento
regazo se entreabre
tu anciano acordeón con un suspiro.
Oyes pastar, revuelto de plumajes
azules. La campana
del santuario gótico está a punto
de tocar a oración. Tu frágil guía
olfatea en tu mantilla: huele a hermana
mayor, a estambre húmedo,
a todos los caminos.
Por fijarme
en una mariposa roja y negra,
que se posó en tu hombro sin que tú lo notaras
-así llega la muerte a los arcángeles-,
no he visto que tu mano
derecha acariciaba una corola
blanca. ¿Cómo has sabido que era blanca?
palabras, que el rubor... -. En tu harapiento
regazo se entreabre
tu anciano acordeón con un suspiro.
Oyes pastar, revuelto de plumajes
azules. La campana
del santuario gótico está a punto
de tocar a oración. Tu frágil guía
olfatea en tu mantilla: huele a hermana
mayor, a estambre húmedo,
a todos los caminos.
Por fijarme
en una mariposa roja y negra,
que se posó en tu hombro sin que tú lo notaras
-así llega la muerte a los arcángeles-,
no he visto que tu mano
derecha acariciaba una corola
blanca. ¿Cómo has sabido que era blanca?