La muchacha sentada sobre la hierba alza
de la nuca sus cabellos agrestes y ríe
tras correr y extraviar el peine.No habla de su color, si lo arrancó
la mano ardorosa que a lo lejos
saluda tras el almendro, si acabó
sobre el mosaico del ciervo griego, a la orilla
del río o en la acequia de espinos violetas.
Y ríe la locura de los sentidos, ríe
de continuo en su piel de canícula
meridiana de la isla,
y la brillante abeja zumba y asaeta
venenos y viscos de abrazos infantiles.
Contemplamos en silencio este signo
de irónica mentira: y arde para nosotros
volcada la diurna luna y cae
con fuego vertical. ¿Qué futuro
puede leernos el pozo
dórico, qué memoria? El lento caldero
vuelve a ascender del fondo cargado de hierbas y de rostros
apenas conocidos.
Tú giras, antigua rueda de espanto,
tú, melancolía que dispones la jornada
en todo tiempo atenta, ¡qué ruina
qué mar arrojas a la luz escasa
de un ojo! El telamón está aquí, a dos pasos
del Hades (sofocante, inmóvil murmullo),
tendido en el jardín de Zeus, y se quiebra
su piedra con paciencia de gusano
del aire: está aquí, juntura sobre juntura,
entre los árboles eternos por una sola semilla.