San Jerónimo Durero, 1521 Lisboa, Museo Nacional de Arte Antiga |
y acaricia la frente envejecida.
La mirada me alcanza desde ayeres
negados a mi cuerpo. Largamente
algo firme y fatal me anuncia y siento
que sólo para mí pintó Durero
a este anciano de barba luminosa
que alza los ojos del abierto libro
y exhorta a mi valor con su firmeza
No es un santo varón, no es una imagen
para los vanos nichos de la iglesia;
su siniestra implacable me señala
un craneo descarnado y tenebroso.
Soy digno de tu signo, duro anciano,
soy un cuerpo que viaja hacia su ruina
por el huidizo tiempo incontenible.
No un cráneo, un porvenir toca tu dedo
sin miedo y sin furor, serenamente.
Pienso en las arduas civilizaciones,
en las largas estirpes sucesivas
que son polvo en el polvo de los tiempos.
Y siento que la vida me abandona,
que esta prestada inmensidad resbala,
llega, me colma, me deshace en ecos,
y para que yo sienta su riqueza
trae a mis ojos una forma eterna
que me recuerda sin cesar mi suerte
Ante este hermoso lienzo amenazante
ya no soy yo.Ya soy la vida frágil
que desespera y teje su alabanza,
y traza breves huellas sobre un mundo
hospitalario, presuroso, ajeno.