Señor de la bonhomía,
adusto, de hondo arder.
Huelgan afeites.
Pasó ya el miramiento,
la arruga de agradar,
el almidón y el paño de los índicos,
el espectro de agalla en la parábola
de la hoz y la orden,
la abolladura de la luz plomada
en el casco de Marte.
Queda el encargo
de sosteneros la mirada,
su agua terrosa. Queda
ese legado, un disolver la lágrima
en su justa resina de pudor.