Magdalena (Caravaggio) |
Voluptas de la oreja
Dicen que Michelangelo de Merisi,
Caravaggio, pintaba mal las orejas.
Pero el nacarado caracol visible
de la pecadora jubilosa,
de la jubilada cortesana, lo pintó muy bien.
La oreja flota sobre el hombro desnudo
como la cáscara de nuez sobre las ondas.
La cabellera
Suelta tiene la cabellera de fuego
y sus llamas saltando en cascada
de la cabeza que cuelga hacia la espalda
tiene la quijada floja, la boca entreabierta
y los ojos blancos clavados en el cielo.
La boca
La boca entreabierta
es una flor
en una grieta.
Los párpados son vacíos ojales,
la oreja navega embelesada
como una nao por los mares celestiales.
El humo
Filide pone los ojos en blanco
y entreabre su boca reseca,
la piel ora pálida, ora enrojecida,
desnudo el hombro hambriento
el cuerpo enseguida
de la convulsión, ingrávido;
niebla sobre las piedras,
el humo del hogar sobre la tierra.
El goce
La faz después del revés desierto.
La fragancia después del hedor.
Después del sayal, otra vez la seda.
Después de la soledad, los festejos.
Los jardines después la arena.
Los cánticos después del silencio.
Dolor feliz, tras el amor, penosa delicia.
Penitencia compensada con el goce.
La obsesión de la pose
Quiero que parezcas dormida
que te apoyes en un codo, la cabeza
caída hacia atrás, así, los labios más abiertos
y los ojos entrecerrados soñando con los ángeles.
Quiero que la ermitaña esté dormida
o gozando de la paz estremecedora
que sucede a las convulsiones y al espasmo.
Quiero que descanses así,
como la paciente después del ataque.
Te quiero carne de un cuerpo desmayado
por un golpe aturdidor, una coz de burro.
Te quiero rendida al letargo que lleva a la muerte.
Las inauditas notas
Dicen que el deleite que provocan
a la mujer las armonías angélicas,
es más fuerte, más dulce,
más inmortal que las agonías
compartidas con el mejor amante.
Dicen que las concordias recónditas
son superiores a los acuerdos evidentes.
Dicen que las inauditas notas del éter
derrotan a los arrullos y ruegos de amor
que ayer fugaces hacían gemir el aire.
Las manos
La blanca mano del hombro vestido
y la mano umbría del hombro desnudo
se unen entrelazando los dedos
bajo el seno donde late un corazón escarlata.
El escote es amplio pero prudente.
La entrega de la santa tiene grandezas de martirio.
Las manos unidas predican devoción,
las toscas ropas, la sed y el hambre, la humildad.
Cada pliegue del manto y arruga de la túnica,
cada hilo irradia unánimes acordes y arpegios
de una ensordecedora, deslumbrante,
embriagadora, asombrosa y aterradora belleza.
La música celestial
Santa magdalena está volada.
Está superpasadísima. En los auriculares
que no se ven con los oídos, reverberantes.
las cuerdas que no se oyen en la caverna.
Con los tímpanos traspasados por los tambores,
atropellada por la atronadora percusión de Dios.
(del poemario "Claroscuro", RIL Editores, 2002)