La rendición de Breda, 1635 Museo del Prado Diego Velázquez |
Alejado de la ciudad de cuatro calles en cruz,
caminando entre dos avenidad paralelas,
suspendido,
contemplando el cielo que Velázquez pintó sobre Breda
-azul, humareda, polvo y ciénaga-
diez años después de la singular batalla
se aproxima el olor de la temprana primavera
y el árbol del amor despliega sobresaltado su primera flor.
Al filo de la tarde anduve de puntillas entre los edificios,
aliño descuidado, encendido por Eros indeciso
y cortés.
El sol se acuesta sobre el estanque del parque
creyendo ser un lago.
Y a mí me circundan los árboles amados:
castaños, secuoyas y álamos; cipreses, magnolias y robles; acacios y tilos;
y dos olivos mediterráneos.
El atardecer llega a su fin
y el cielo se vuelve azul brillante hasta vestirse de luto en esta noche sin luna.
¡Cuánta belleza en el cielo del lienzo sevillano
y cuánto horror encubierto bajo él!
Y el Marqués de Leganés, un hombre al cabo,
posando ante el espectador para la posteridad.