mar que anega el corazón,
crece mi desolación
hoy, más cuanto más lo pienso.
Tan débil, tan indefenso
me hallo ante la soledad,
la responsabilidad,
los ataques, las intrigas…
Y carcomidas mis vigas
por la pobreza y la edad.
Y la sombra me aniquila.
No me queda ni la lumbre
del amor ni mi costumbre
de vida dulce y tranquila.
Sólo la luna vigila
el enjambre de mis sienes.
¿Y me dices tú que vienes
a pintarme? Goya, amigo,
si aún te vale este mendigo
de la dicha, aquí me tienes.
Deja, Gaspar, encendida
la luz de la inteligencia.
Ignora toda presencia.
Acomódate y olvida
cuanto no sea tu vida.
Y ahora al fin, amigo fiel,
que, para siempre, la hiel
más honda de tu amargura
se funda con mi pintura
en la llama del pincel.