Yo he visto, sobre un muro
de ladrillo, allá en Rodas,un arquero pintado que tensaba
su arco.
El tiempo había
ido con su ruina arrebatándole
la que fuera su presa, un cervatillo
que, tal vez, el pintor
puso allí entre unas zarzas o quién sabe
si un fiero mirmidón
al que apuntara y diese
sentido a su belleza.
Sin embargo,
nada más bello que ese esfuerzo inútil,
como inútil también es la epopeya
de los dioses.
Ahí sigue
ciego aún en el muro, con su arco
tenso, sin
más presa ni enemigo
que el desamparo de la historia.
Nunca
tuvo él mejor tino
ni más alta diana que ese gesto
de sabia certidumbre
con que se prueba, ajeno a todo
lo que fue vano afán, a la memoria
oscura de su nombre,
incluso al tiempo
que ahora lo redime.