* Versos para poner el pie del cuadro "Paysage près de Genêve", del pintor Jean-Ètienne Liotard (1702-1789)
En el encuadre aéreo
frente al observador
de tan sutil atmósfera,
la mirada planea resbalada
por la hierba suavísima en declive
circundada de nieve en lejanías.
Imagina ser eco de la música
inaudibel, y ante esa panorámica (Vue
de l'atelier de l'artiste)
confluyen tabla y formas y designio
de procurar, certero, algún acorde
sin paralelo estricto con los días.
Hay un enlace grato entre las cosas
y la nimia figura que las mira,
con el observador acompasadas.
En el aire indiviso del museo,
se integra así el paisaje transitivo.
Un mundo en sintonía con su escala
personal de equilibrio transparente
retorna impresentidas la vivencias
gracias a la mirada dela rtista.
La tela da la imagen de otros siglos,
pero en su aspecto indemne perpetúa
la persuasión de dar la primavera.
Insertarse en el cuadro es suponer
un espacio interio participable
y a salvo de los tiempos y su garra
sólo por un momento, el infinito
de esta fiel evidencia momentánea.
También eterna, ya que al circular
contra la noche exacta de los números
(Kommerzbank, Lyon's Rent, Auguri Finanziari),
se eleva irreductible la mirada.
Ve lo que vio y aún ve, desde el museo
lejano, acompañándole:
la calma
inasequible a estragos de las letras
prometedoras de ilusión sin tasa.
Y así el cuadro (Paysage
près de Genéve)
intensifica
su ejercicio en las artes persuasivas
del arte visionario o verdadero,
sólo posible en nieves y relieves
por la palera en su absorción tangible
o en la ávida escritura de la mente.