LA POESIA Y LA PINTURA, 1626. Francesco Furini. Galería Palatina, Florencia. "La armonía es más fuerte que la luz"

Descripción de cuadros para Guillermo

ALEGORÍA DE LA PRIMAVERA (Víctor Botas)




Habría que mirarte con unos ojos ciegos
para huir del asombro sin caer en la cuenta
de cómo Botticelli acertó a retratarte
con quinientos y pico años de antelación.
Profético pincel el de este paniaguado
singular de los Médicis; profético y sin duda
muy preciso: porque mira que dar
de lleno hasta en la forma de moverte,
hasta en aquel detalle de los párpados,
hasta en la perversión de tu sonrisa...
También supo adornarte: estoy seguro
de que a ti te irían bien esas antiguas
guirnaldas de mil flores en el pelo.


Del poemario "Historia antigua" Editorial Pamiela, Pamplona
Cuadro: "Alegoría de la primavera" de Sandro Botticelli


Dicen que, para los griegos, la belleza fue la ley suprema de las artes plásticas, su objetivo único y último; que reproducir la fealdad, a diferencia de lo que ocurre en nuestra triste época, no les interesaba. Supongo que fue así. El poeta griego Pisón, dirigiéndose a un hombre extraordinariamente feo, le escribió en uno de sus epigramas:

¿Quién querrá pintarte, si nadie quiere verte?

En los juegos olímpicos, por ejemplo, los vencedores recibían una estatua, pero sólo a los que vencían por tercera vez se les concedía una estatua hecha a su propia imagen, evitando de esa manera que hubiera una exagerada profusión de retratos, con el resultado de una belleza finalmente mediocre.

Esta exaltación de lo bello seguramente obligó a los pintores griegos a tratar de alcanzar un extraordinario parecido con los modelos. En su "Historia natural", el autor romano Plinio nos cuenta el desafío entre dos famosos pintores griegos del siglo V a. de C., Zeuxis y Parrasio. Con tal realismo pintó Zeuxis unas uvas, que los pájaros descendieron del cielo para comérselas; y no queriendo Parrasio verse superado por su colega, pintó una cortina con tanta destreza que Zeuxis intentó en vano descorrerla para ver la pintura que pensaba encontrar debajo. A lo largo de los posteriores siglos, muchos han sido los artistas que han tratado de emular la legendaria perfección de estos dos pintores griegos. Sirvan, como ejemplo, los que a continuación presento.

















Juan de Espinosa. Naturaleza muerta con uvas, 1630












 Adriaen van der Spelt y Frans van Mieris.
Naturaleza muerta trampantojo con una corona y de flores y una cortina.


No obstante, existieron en el mundo griego artistas alejados de este ideal de búsqueda de belleza y que pintaron, por ejemplo, caricaturas (género que se centra más en los defectos que las virtudes del modelo), como Pauson, que vivió en tiempos de Aristófanes; o el pintor Pireico, mencionado por Plinio y de quien se sabe que le gustaba pintar, con una precisión de pintor holandés, temas considerados en esa época como inmundos (tiendas mugrientas, talleres sucios, asnos, hortalizas), motivo por el cual recibió el apodo de “riparógrafo”, es decir “cacapintor” o “pintor de suciedades”. Incluso el propio Aristóteles expresó la opinión, según aparece en su libro “Política”, de que no se debía enseñar a los jóvenes los cuadros de un tal Pausanias, el cual pintaba motivos obscenas, con el fin de preservar la mente de los jóvenes a salvo de todo contacto con lo feo. Pero, a pesar de estas excepciones, parece haber un acuerdo general en que el interés básico de los artistas griegos, según dicen los expertos en arte, era el de la exaltación de la belleza.


Se ha dicho y explicado en muchas ocasiones por qué, en La Ilíada, Homero se abstiene de describir a Elena: sabe que fracasaría a la hora de representar su belleza de seguir los pasos de la pintura. Este es el motivo por el que Homero tan sólo nos dice que Elena tenía los brazos blancos y una bella cabellera, sólo eso en toda La Ilíada. ¿Significa esto que la pintura está más capacitada que la poesía para transmitir ciertos temas como el de la belleza? No parece que sea así. Homero nos cuenta en otro pasaje que, cuando la muchacha se presenta en la asamblea de los ancianos, estos se dicen los unos a los otros:

Nos es extraño que troyanos y aqueos, de buenas grebas,
por una mujer tal estén padeciendo duraderos dolores.
Tremendo es su parecido con las inmortales diosas al mirarla.

Esta es, para algunos críticos, la mejor de las posibles descripciones de su belleza: el reconocimiento de que Helena valía aquella guerra que costó tanto sufrimiento.

Safo de Lesbos, por su parte, tampoco nos describe a aquel de quien se ha enamorado, el bello Faón, sino los sentimientos y las sensaciones que el joven marinero despierta en ella y la desesperación que siente al verlo con su rival:

Me parece que es igual a los dioses
el hombre aquel que frente a ti se sienta,
y a tu lado absorto escucha mientras dulcemente
hablas y encantadora sonríes.
Lo que a mí el corazón en el pecho me arrebata;
apenas te miro y entonces no puedo decir ya palabra.
Al punto se me espesa la lengua y de pronto un sutil fuego
me corre bajo la piel, por mis ojos nada veo,
los oídos me zumban,
me invade un frío sudor y toda entera me estremezco,
más que la hierba pálida estoy,
y apenas distante de la muerte me siento, infeliz.

En el cuadro que viene a continuación del, por otra parte, genial pintor Jacques-Louis David, aparecen Safo y Faón. Es verdad que, al parecer, Safo no era una mujer excepcionalmente agraciada y así la retrató David. Pero me cuesta creer que la décima musa de la poesía pueda mostrar el gesto de embeleso con que aparece en este lienzo por el tan excasamente agraciado Faon que retrató David. Mas acertada me parece, al menos en este caso, la poesía de Safo que esta pintura para transmitir la idea de belleza.
















Safo y Faón. Jacques-Louis David



También el poeta Anacreonte siente (igual que Safo en el poema anterior) la incapacidad de las palabras para describir la belleza, de modo que utiliza, como lo harán después otros muchos poetas que le imitan, el artificio de poner delante de él a un pintor y hacerle trabajar a la vista, mientras él va describiendo lo que hace o dirigiendo su trabajo, hasta que al final ya no ve el retrato, sino a la amada misma. Por ejemplo, para elogiar la belleza de un adolescente llamado Batilo, solicita la ayuda de un pintor y le conmina del siguiente modo:

Bajo este rostro amable
ponle un cuello adorable más blanco que el de Adonis;
hazle el pecho y las manos cual las tiene Mercurio,
las piernas como las de Pólux y el vientre como el bello Baco...
En fin, toma este Apolo para hacer de él un Batilo.

Y en el poema que le dedica a una de sus amantes, le pide al pintor lo siguiente:


En los pequeños hoyuelos
voluptuosos de su barbilla
y alabastrino cuello,
deja, Pintor, que gentiles
revolotean las gracias…
Basta, Pintor. Ya la veo.
Pronto, oh Retrato, vas a hablar.

Un recurso igual utiliza la poetisa griega Erina, que vivió comienzos del siglo IV a.de C, en un poema en el que la figura del pintor se compara con la del mítico Prometeo, el amigo y protector de los seres humanos:


De manos delicadas salió esta pintura. Mi buen Prometeo,
hay también hombres parejos a ti en el arte.
De cierto que si el pintor de esta muchacha
le añadiera voz, sería ya por entero Agatárquide.

Otro tanto podemos decir de la gran poetisa griega Noóside, que vivió hacia el año 300 a.de C y de quien, desgraciadamente, todo lo que nos ha llegado no es más que una docena de epigramas. Dice Noóside en uno de estos poemas:

Refleja el cuadro la belleza de Tauméreta. Plasmó a la perfección
el esplendor y lozanía de la muchacha de delicados párpados.
¡Movería la cola al verte la perrilla guardiana de tu hogar,
pues creería ver en persona a la dueña de la casa!

Más interesantes aún me parecen los tres poemas siguientes, también de Noóside,donde el retrato de otras tres mujeres (Sabaítide, Caló y Melina) no sólo son absolutamente fieles a sus modelos, sino que, tal es su perfección, que acaban convirtiéndose en reales a los ojos de la poeta:


Se advierte, aún de lejos, que es de Sabaítide
este retrato, por su belleza y majestuosidad.
Admíralo: su prudencia y su dulzura en él
creo describir. ¡Que te vaya muy bien, mujer dichosa!


Este cuadro lo ha ofrendado Caló al santuario de la rubia Afrodita;
en él hizo pintar su retrato, que en todo se le asemeja.
¡Qué galanura en su porte!¡Mira cómo florece su gracia!
Que sea feliz, pues nada que reprochar tiene en su vida.


La propia Melina en efigie. Mira qué delicado semblante
da la impresión de observarnos con dulzura.
¡Con qué exactitud la hija en todo a su madre se asemeja!
¡Qué hermoso en verdad que los hijos sean parejos a los padres!



Igual que Zeuxis y Parrasio fueron emulados por artistas posteriores a ellos, también los poetas griegos han sido imitados utilizando sus recursos en este tipo de poemas donde se establece una alianza entre poesía y pintura. Así lo hizo de manera magistral el poeta Pierre de Rostand que, en su genial poema titulado Elegía a Janet, pintor del rey, nos cuanta lo siguiente:



Pinta para mí, Janet, pinta para mí, te lo ruego,
en este lienzo las bellezas de mi amada
según te las voy a decir.
No te pediré importuno
que, con arte engañosa, le otorgues favor alguno:
bien bastará si a retratarla alcanzas
como es ella, sin pretender disfraz
a su natura por hacerle favor,
pues no es bueno el favor sino a aquella
a quien retratas y no es bella.

Pero a continuación, tras esta prudente petición inicial, el poeta va a solicitar cosas muy difíciles para el arte de cualquier pintor. De ahí el título de Elogio de Janet, puesto que el juego consiste en hacer creer de que el talento del artista logrará plasmar todo lo que le va a ser solicitado. Como veréis, la petición del poeta consiste en que el pintor vaya retratando a la amada descendiendo desde la cabeza a los pies.

Hazle primero ondulado el cabello,
añudado, rizoso, hueco, anillado,
semejante en color al cedro;
o suéltalo, y que libre derrame
en el cuadro, si con arte así lo alcanzas,

De cómo quiere que sea la frente dice:


Que no sea hendida su bella frente
por surco alguno extenso y profundo
tal cual es llana la mar.
Y también:
Hazle luego el arco bello de su ceja
de ébano negro, y que su torcida en pliegue
parezca luna creciente que tras la nube asoma
en el mes primero su bóveda de cuerna.


Ya no es la descripción de la amada lo que poeta está solicitando al pintor, sino que traslade al lienzo metáforas. Dice más adelante refiriéndose a los ojos:


Mas ¡ay! Dios, Dios mío no sé
con qué medio ni cómo has de pintar
de sus bellos ojos la gracia natural,
que vergüenza dan a los astros del Cielo.
Que uno sea manso, y furioso el otro,
que uno de Marte y el otro de Venus tenga;
que del apacible toda esperanza venga,
y del cruel, la desesperanza toda;
dolor y lágrimas cause el primero al verlo,
como el de Ariadna abandonada
a las orillas del Die, cuando, insensata,
cerca del mar, en llantos se consumía,
y a su Teseo en vano ella mentaba;
sea el otro alegre, como fácil es creer
que lo tuviera otrora Penélope loable
cuando vio a su esposo regresar,
veinte años pasados lejos de ella.

De la oreja le pide una muy difícil comparación: que sea…


pequeña, armoniosa, entre blanca y bermeja,
que aparezca bajo el velo semejante
al lirio encerrado en un fanal,
o también como la rosa
lozana encerrada en un jarrón.

Y de la siempre dificultosa nariz le solicita, con un extraordinario sentido del humor, lo siguiente:


Pero en vano habrías logrado tan bello
el adorno todo de tu rico cuadro
si no tuvieras de los rasgos
de su nariz bien pintado el retrato.
Píntamela, pues, frágil, larga, aquilina,
pulida, bien trazada, donde el envidioso y malo
aunque quisiera no supiera qué reproche hacer,
de tan propio que la hagas descender
por el rostro, como desciende
hacia el llano un montecillo en cuesta.


Después le pide que pinte la mejilla y, en ella...


Dibuja en el centro un hoyuelo,
un hoyuelo, no: un escondite de Amor.

Boca, dientes, labios, mentón, cuello, codos, brazos, manos, senos, vientre... todo es objeto de petición por parte de Pierre de Ronsard.


¡Ay, Janet! Para bien dibujar su boca,
apenas Homero en sus versos te diría
con qué bermellón pudieras igualarla,
pues por pintarla según merece
una Cárites habrías de pintar.
Píntamela, pues, que semeje estar hablando,
ora sonreír, ora perfumar el aire
con no sé qué ambrosiano hálito.
Pero logra que parezca llena
de dulzura y persuasión.
Conjunta en derredor un millón
de risas, de atractivos, de juegos y cortesías,
y que dos hileras de perlitas escogidas
de igual orden en el lugar de los dientes
con gran regalo queden compuestas.
Pinta alrededor el labio gemelo,
que por sí mismo, al elevarse, invite
a ser besado, por su tinte parejo
o al de la rosa, o el del coral bermejo,
reluciente uno en Primavera entre la espina,
rojo el otro en lo más hondo de la marina.
Píntale el mentón algo hendido por el centro
y que redondo el extremo, cual manzana,
sea tal cual vese aparecer
de un membrillo la cima que ya empieza a crecer.
Más blanco que leche cuajada sobre juncos
píntale el cuello, mas píntaselo largo,
fino y carnoso, y la garganta delicada
sea como el cuello también algo esbelta.
Hazle después, con justo compás,
de Juno los codos y los brazos,
y de Minerva los bellos dedos; y así también
la mano, pareja a la de Aurora.
Ya no sé, Janet, mi amigo, ni dónde estoy;
confuso y mudo, no puedo
como vengo haciendo, declararte el resto
de sus bellezas, que no me han sido dadas.
Pues jamás tuve, ¡ay!, favor tal
de ver desnudo su hermoso pecho.
Mas si acaso por conjetura puede juzgarse,
Persuadido de razones, convencido estoy:
la beldad que no aparece debe
en todo responder a la beldad que el mortal ve.
Píntala, pues, y que me sea
perfecta como perfecta es la otra.
Elévame abultados sus senos,
nítidos, blancos, tersos, amplios, profundos y plenos,
en los que mil ramas de venas
de roja sangre se estremezcan llenas.
Luego, cuando hayas descubierto
músculos y nervios por bajo la piel,
Hínchales encima dos manzanas nuevas
como se ven dos frutas verdes
de un naranjo que sólo
en el extremo a sonrojarse empiezan.
En la cima de sus hombros marmolinos,
pinta el solaz de las Cárites divinas,
y que Amor, incesante en su revuelo,
no los deje sin mimos, y venteándolos vaya,
creyendo volar con Juego, su hermano,
de rama en rama por los vergeles de Citera.
Algo más abajo, en espejo redondo,
perlado, gordezuelo, henchido,
como el de Venus, pinta su vientre;
pinta su ombligo cual pequeño centro,
cuyo fondo aparezca más bermejo
que un bello clavel entreabierto al Sol.

Y llegados a este punto, donde el pudor parece obligado, Pierre de Ronsard, con hábil decoro pero sin renunciar a sus deseos, escribe:

¿Qué aguardas aún? Dibújame la otra cosa
que es tan bella y que decir no oso,
y cuyo impaciente anhelo apunta en mí;
pero no la ocultes, por gracia, en la sombra,
salvo si fuera por velo hecho de seda,
claro y sutil, y que así lo entreveamos.

El poema termina de la siguiente manera:

Sea su muslo como hecho alrededor
con carnes lustrosas, redondo,
como un torneado Término de artificio,
soportando firme un real edificio.
Como dos montes ejecuta sus rodillas,
mullidas, carnosas, redondas, delicadas y blandas,
y hazle más arriba plenos los quijotes,
según los portan las vírgenes de Laconia,
cuando van a luchar a la orilla conocida
del río Eurotas, desnudo el cuerpo,
o a cazar con jaurías sueltas
algún ciervo grande en los bosques amícleos.
Dibújale al fin, para acabar, de Tetis
los pies estrechos y los menudos talones.
¡Ah, ya la veo! Ya está casi su retrato,
un trazo más, uno más, ¡ya está hecha!
Aparta las manos, ¡ay, Dios mío!, ¡ya la veo!
Cuán poco le falta para hablarme.


Pues bien, en esta misma tradición de versos, aquella en la que poesía y pintura se dan la mano y en la que se elogía la belleza de un modelo a través de la imagen que pinta un artista, es posible enmarcar (nunca mejor dicho) este poema de Víctor Botas, uno de los más brillantes poetas españoles de finales del siglo XX. El poema pertenece al poemario "Historia antigua", publicado en la editorial Pamiela de Pamplona. Se trata de un maravilloso poemario con múltiples referencias culturalistas hacia el mundo grecolatino, y que contiene el que es, a mi entender, uno de los más hermosos y sutiles homenajes a la poesía. Me refiero al célebre poema...


 UNA VEZ MÁS EL TEMA
(ELVIEJO TEMA) DE LA ROSA

Tu lejana quietud y esa apariencia
que la tarde te ofrece de indecisa
roja gota de sangre, de algún modo
que no acierto a entender, me están pidiendo
que hoy me dirija a ti, precario adorno
de un jardín que no es mío. Pese a todo,
pese a la fiel cancela que te aparta
de mí, sé que me perteneces. Nunca
quien así te preserva podrá darte
lo que yo te estoy dando: que la breve
humedad de tus pétalos resista
más que las firmes rejas que te guardan.


Se ha dicho que Botas logra dotar de un nuevo y moderno impulso a la poesía de corte clásico, y que consigue adaptar magistralmente los viejos tópicos literarios a los quehaceres y asuntos de la vida cotidiana. Pues bien, eso es lo que sucede en el poema "Alegoría de la Primavera". La protagonista del famoso cuadro de Botticelli, La Primavera, le sirve al poeta para establecer un paralelismo con su amada, al tiempo que se elogia la belleza de las dos figuras femeninas. Entre ambas se establece una curiosa relación: la figura pintada entrega metafóricamente a la real unas flores para el pelo; la real le otorga, a la pintada, movimiento. Pero la originalidad de Víctor Botas estriba en el orden temporal en que aparecen las dos: no se nos habla de un modelo del que se genera una imagen, como sería lo propio, sino de una imagen pictórica que anticipa y pronostica al modelo con varios siglos de antelación.

Una idea sencilla, pero genial. Como toda su poesía.