¿Tienes tiempo para una historia
(representada en un tapiz)?
La Caridad, montando un elefante,
sobre un «mosaico de flores», se enfrenta a la Envidia,
las flores «en manojos, sin plantar».
La Envidia, sobre un perro, está agotada por la obsesión,
su codicia (ya que sólo una parte de la propiedad
ajena puede arrebatar). Arrastrándose ansiosa
sobre la floreada filigrana, entre la amplia maleza
dentada por conchas que se arremolinan,
pequeños girasoles aplastados,
tenues tallos arqueados de coral, y —horizontalmente acanaladas—
mechas verdes, la Envidia, sobre su perro,
levanta los ojos hacia el elefante,
recula agazapada, con la mejilla ligeramente rasguñada.
Dice: «¡Oh, Caridad, apiádate de mí, Diosa!
Oh, despiadado Destino,
¿qué será de mí,
tullida a manos de la Caridad —Caritas—, la espada desenvainada
sobre mí ya? La sangre mancha mi mejilla. Estoy herida».
Vestida con peto sobre cota de malla, una camisa de acero
hasta las rodillas, repite: «Estoy herida».
El elefante, al que la autocompasión no desanima en ningún momento,
convence a la víctima
de que el Destino no consiste en tramar una conjura.
El problema está superado —insoportablemente
agotador cuando era amenazante.
La liberación explica lo que parece un axioma.
No es preciso cortar el nudo gordiano.
(Versión de Olivia de Miguel)