San Jorge salvando a la princesa de Trebisonda (1436) Pisanello |
La ciudad de las torres y la luna verde.
Saber tanto. Aparearse
con un verdor semejante, el espacio lleno
de campanas verdes, sombras verdes
de fríos cuartos azules.
Aparear lunas en aire y agua
las lunas que los otros no ven.
Comprar un transistor y sentarse
allá arriba en la colina sobre la ciudad y recibir
el don especial:
El musgo verde en las piedras, el verdor
de la muerte y los limones verdes
que cuelgan en unas tinieblas verdiazules
y sueñan con ir al cielo.
Ver su aura.
Dijeron que se llamaba Verona, pero las palmeras
parecían irreales en aquel frío
las tumbas quedaban colgadas en el aire
tanto frío hacía, lo juro:
Una especie de Antiarabia.
"Diddalarabiya" en ese idioma quizá.
Soñar, proyectar sombras sonámbulas
sobre un muro cuidadosamente elegido
ser el patrono protector de la luna verde.
Soy yo.
Y ser yo: el pintor que pintó
el fresco del caballero y la dama
y los hombres ahorcados al fondo.
Quién podía haber imaginado
la sorpresa
que fue para mí ver esa pintura.
La había terminado
la noche anterior, y ahora ya estaba
desistegrándose de vieja.
Lloré un poco.
Es siempre más difícil de lo que uno cree
reconocer lo que uno ha olvidado.
Y siempre demasiado tarde. Aún estoy pagando
a plazos el viaje en sangre, sangre verde
el frío verde de Verona.
(del poemario "84 poemas". Ediciones Basarai)