(Zurbarán, Museo del Prado)
Sigue el cordero ahí,
en espacio esencial ante tiniebla,
sobre una mesa gris, ara del mundo.
Tan quieto y maniatado,
nos pide la piedad
con un silencio blanco que apacigua.
Siempre fue de los mansos
el espacio letal del sacrificio,
esa entrega al dolor
en busca de un sentido que se escapa
a la gula voraz de los verdugos.
Invócanos, cordero,
desde lo indescifrable de tu estar
de otra manera.
Ten piedad de nosotros,
que vivimos de espaldas al sentido
que tú transmites con tu mansedumbre.
Pide que desatemos
las cuerdas de tus patas maniatadas.
Ya no podemos soportar
ese estado de gracia que te inviste,
ese tu estar ajeno
a la atadura que hoy el mal del mundo
te tiene colocada.
Ya no sabemos invocarte,
tampoco soportamos
tu súplica callada,
tu gracia, tu quietud, tu mansedumbre,
tu silencio, tu entrega, tu dolor...
cifrados en el ser de la blancura.
Ten piedad de nosotros.