3
(Bodegón Contini-Bonacossi, Norton Simon Foundation, Pasadena)
Los dones de la tierra en su quietud,
en su estar alojados en el plato de estaño, en el cesto de mimbre,
no piden más que una mirada abierta
a la extensión callada de sus formas.
Limones con sus picos,
naranjas con sus hojas y sus flores de azahar,
son un ofrecimiento a nuestra vista. ¿Y el vaso con el agua
junto a la rosa ya de pétalos marchitos?
Reposan en el plato y como en sueño
están en el espacio de la mesa.
Nada nos piden sino el ver su estancia,
el húmedo remedio de la sed,
la derrota en el tiempo de su aroma.
Todo es entrega aquí, todo es regalo
mas nunca dirigido a la lujuria,
tan sólo a la armonía de los sentidos,
al secreto equilibrio de las celdas del alma.
4
¿De qué telar los paños,
los lienzos que contienen la pasión y agonía
del Hombre que se da?
Rostro y cuerpo en el blanco de las telas,
la urdimbre del dolor,
impresión de la huella de la muerte.
¿Qué manos las tejieron?
¿Qué manos espadaron la corteza del lino?
¿Qué pincel otorgó al blanco tanta luz?
El rostro del dolor, la quietud de la muerte,
El lienzo que rodea del cuerpo la derrota
o que esculpe la faz atormentada
en su blanca textura.
Y detrás las tinieblas que resaltan las formas
-Juego de sombra y luz-,
que delimitan sus perfiles nítidos.
¿De qué telar los lienzos?
¿De qué pincel el blanco entregado a la luz,
la serena belleza del Hombre tras la muerte,
el tormento del rostro recogido en el paño?
Pureza y mancha juntas,
la urdimbre del dolor y de la muerte.
5
(El Niño Jesús hiriéndose con la corona de espinas en la casa de Nazareth, Museo de Cleveland)
La callada presencia de las cosas
como en sueño entregadas al espacio.
En la mesa, los libros
reclinan su saber junto a las peras,
dos paños con sus pliegues
reposan recogidos en el cesto.
La vasija de barro y las palomas
se ofrecen a la estancia en su quietud.
¿Y el jarrón de las flores?
Azucenas y rosas otorgan al espacio
la embriaguez de su aroma, de sus formas los límites.
Herido por la espina de la amarga corona
el Hijo ensimismado se contempla
el dedo del dolor
y la Madre lo acoge en su mirada,
en la vasija de sus ojos.
Y todo en el reposo nos conduce
a la ebriedad del blanco, a su celebración:
palomas, azucenas, el canto de los libros, paños en el regazo de la Madre y del cesto.
Nada piden los seres,
nada piden las cosas, en esa su quietud resuelta en geometría,
sino nuestra mirada
que es salvación hospitalaria, entrega
que transforma en latido cuanto abarca.