Lavanderas, 1901 Abraham Yefimovitch Archipov Moscú, Galería Tretiakov |
Muestran ambos un gesto similar:
el codo en la rodilla
y, apoyada en un puño, la cabeza.
Sólo que ella no tiene alas, sino edad;
no es un compás, sino un barreño,
la herramienta de su afán;
no la coronan los laureles
sino un pañuelo de humilde lavandera;
no es el sol de la melancolía quien la abate,
sino el cansancio, la fatiga.
Pero ¿cómo no va a ser un ángel quien,
cada jornada, entre los vapores del taller
escalda, enjuaga, estriega, aclara, tiende
y plancha la ropa de los demás?
Como cuando cesa de llover
y gruesas gotas caen aún de los aleros
prolongando así la lluvia en la aceras,
y luego ya clarea, queda limpio el aire
y el mundo nos ofrece su no estrenado aroma,
así el sudor de esta mujer cuando resbala,
en un descanso, por su frente pensativa.