El tres de mayo de 1808 (Goya) |
Él lo vio... Noche negra, luz de infierno...
Hedor de sangre y pólvora, gemidos...
Unos brazos abiertos, extendidos
en ese gesto de dolor eterno.
Una farola en tierra casi alumbra,
con un halo amarillo que horripila,
de los fusiles la uniforme fila
monótona y brutal en la penumbra.
Maldiciones, quejidos... Un instante,
primero que la voz de mando suene,
un fraile muestra el implacable cielo.
Y en convulso montón agonizante,
a medio rematar, por tandas viene
la eterna carne de cañón al suelo.