Édouard Manet, Berthe Morisot, 1872. óleo sobre lienzo, París, Musée d´Orsay |
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una maleza de lino un cerco de agua un ave zambulléndose
en las olas quebrando el horizonte y lo demás color aquella
tarde una hortensia brotó entre marthe y jeanne-marie no
tuve más remedio que pintarla invocar sus hojas elípticas
y agudas su delicada corola que sostiene el mundo ahora
debo cerrar los ojos contar hasta diez y esperar el fogonazo
azul el fogonazo rojo ¿alguna vez has visto el fogonazo rojo?
una vez al borde mismo del sueño de los ojos negros o azules
de berthe morisot
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entre el ojo y la imagen la pintura se deslíe rompe con
los dientes el cepo de su sombra cobra vida en el museo
pero aquí no hay ninguna sombra no hay ningún museo
sólo una hortensia marchita un ojo cansado de mirar
y un espejo te voy a contar una historia había una vez
una muchacha conozco a esa muchacha retuvo la sombra
de su amante cubrió con barro su perfil lo endureció con
fuego y se sentó a esperar ¿dónde has leído esa historia?
en plinio tal vez en atenágoras el amor es un fracaso que
busca eternizarse un cesto de frutas a punto de podrirse
[3]
una multitud camina indiferente por la calle así comienza
el espectáculo gotas de lluvia golpeando la ventana un juego
perverso de visillos las ramas espesas de un álamo temblón
cualquier obstáculo es bueno si estorba la mirada si vuelve
nuestros ojos del revés los antiguos maestros lo sabían
la belleza es un capricho incesante de la forma y la forma
dibuja su danza en el vacío ahora junta la puerta aléjate
unos pasos y mira el abanico andaluz ¿puedes ver mis ojos?
[4]
una rosa azul flota a la distancia hiere sin dolor la levedad
del aire me pregunta por su mano derecha por su moño
peinado con esmero por su cuerpo que arde y me destruye
por las noches no sé qué contestarle sus ojos me observan
detrás del abanico enturbian para siempre la mirada
[5]
entre edma y yo florece una multitud de ángeles ella no
los ve de día desgarran en silencio el cortinaje resbalan
por los pliegues del vestido manchan las paredes de un
marrón oscuro borran con sus alas el pomo de la puerta
ahítos de color babean como perros de noche lamen la
blancura de sus piernas propician un escándalo de verdes
un estrépito de rojos
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una mosca vuela distraída por el techo proyecta su sombra
en la blanca superficie del retrato desaparece al segundo y
al segundo vuelve a significar otra cosa tal vez no significa
nada es hermosa como aquello que nos hiere como aquello
que no significa nada
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dice eugenio en los ojos de berthe morisot una flecha
ignora para siempre el esplendor de su arco dice eduardo
en los ojos de berthe morisot un cuchillo corta el vuelo
de una mosca el crecimiento implacable de una flor
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desplegar un paisaje inmune a la ceguera al humo que aturde
la pantalla y acaricia sin miedo los colores la tersura del rojo
la aspereza del verde la obscenidad del amarillo quien toque
mi cuerpo verá crecer una flor he pintado infinidad de flores
tras la niebla que brilla tras las moscas del deseo tras los ojos
que duelen al mirarme
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aquella noche se rebelaron las palabras me dijeron no
somos responsables nos inquietan tus trampas mejor
el desconcierto la afonía del sentido estaba cansado
no sabía qué decirles un gorjeo inútil tal vez un estertor
de pájaros una mosca volaba por el techo los ángeles
lucían aburridos les pregunté por qué no se quedaban
es tarde me dijeron a ti te aguarda el final de este poema
los ojos negros o azules de berthe morisot
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entre marthe y jeanne-marie crece una hortensia entre
eduardo y eugenio dos gladiolos entre edma y yo una rosa
azul que no se pinta que no florece
Para Catalina González y Juan Felipe Robledo