Con la ayuda de la gente y otros elementos
el tiempo ha hecho con ella un buen trabajo.
Primero eliminó la nariz, después los genitales.
Luego los dedos de las manos y los pies,
con el paso de los años los brazos, uno tras otro,
el muslo derecho y el muslo izquierdo,
los hombros, las caderas, la cabeza y las nalgas,
y lo ya caído lo ha hecho pedazos,
escombros, residuos, arena.
Cuando así muere alguien vivo,
brota mucha sangre tras cada golpe.
Las estatuas de mármol, sin embargo, mueren blancamente
y no siempre del todo.
y está como contenido en el esfuerzo de la respiración,
porque ahora debe
atraer
hacia sí
toda la gravedad y la gracia
del resto perdido.
Y eso lo consigue,
eso aún lo consigue,
sigue y deslumbra,
deslumbra y perdura.
El tiempo también merece una mención elogiosa,
porque ha hecho una pausa
y algo dejó para después.
(Del poemario: Dos puntos, Ediciones Igitur)