Un ser asexuado, medio feto, medio cadáver,
se retuerce en curva paralelas a las del claro cielo del Norte.
Las dos figuras del puente se alejan, ignorando el grito.
La angustia, brotada de un pequeño germen, invade el mundo.
El color, en los lienzos del pintor, es puro y luminoso.
Los humanos, quietos, nos dan frente: sus ojos, abiertos y callados, nada miran.
La angustia, el sexo y la muerte se ven en los cuadros, pero no se dicen.
El solitario de Ekely allí trabajó hasta su fin, en la patria ocupada.
Nos dejó la luz del mundo, la luz del cielo, vivas en el grito.
El grito, 1893 Galería Nacional de Oslo Edvard Munch |